La locura del ver, 2015

Museo Casa de la Moneda. Doctor Esquerdo, 36. Madrid. Hasta el 16 de abril.

La exposición anual que el Museo Casa de la Moneda dedica al galardonado con el premio Tomás Francisco Prieto, lo hace ahora con el correspondiente al año 2015, José María Sicilia (Madrid, 1954), que no exponía en Madrid desde noviembre de 2013, cuando en la Nave 16 del Matadero organizó Fukhusima - Flores de invierno, una extraordinaria muestra dedicada a los sucesos causados por el gran terremoto y el posterior tsunami del 11 de marzo de 2011 en la región japonesa de Tohoku. Ahora, con el sugerente título de La locura del ver -nombre también de una de las más numerosas series expuestas-, ha reunido obras desde aquella fecha hasta julio de 2016.



Si algo ha caracterizado el trabajo de Sicilia inmediato a sus orígenes puramente pictóricos, ha sido una constante experimentación que, si empezó con los materiales, pasó inmediatamente a los procedimientos, y más afiladamente a los procesos conducentes a la obra final. Un trabajo que en el último lustro, y sobre todo en los tres años de producción que recoge la exposición, ha dado resultados extraordinariamente convincentes.



La exposición se abre con obras realizadas en 2015, que continúan las iniciadas en 1997 para "ilustrar", o mejor sería decir "reilustrar", un ejemplar del libro de Las mil y una noches, y que en sus sucesivos volúmenes se sirve de procedimientos distintos para hacerlo, siempre ligados a otras de sus prácticas del momento. Los cuatro primeros volúmenes pueden contemplarse en la exposición que, con motivo de la concesión del Premio Nacional de Grabado 2015, ha organizado la Calcografía Nacional en la Real Academia de San Fernando, y que permanecerá abierta hasta el 5 de febrero.



Llama la atención, de inmediato, una escultura en bronce, Miki Endo, de 2013, que engarza directamente con las obras que expuso en Matadero. Miki Endo transforma, aunque Sicilia prefiere el término "traduce", la grabación de la voz de esta heroica mujer que permaneció en su emisora de radio avisando a sus convecinos del peligro del tsunami que se avecinaba hasta ser arrastrada por él, en una forma tridimensional, una escultura abstracta de recogida belleza.



Ese procedimiento, la traducción mediante un complejo sistema informático -para el que Sicilia se sirve de colaboradores especializados- de sonidos variados o de fórmulas matemáticas en obras bi o tridimensionales, incluso en un video, es el denominador común de todas las piezas que componen esta hermosa exposición. Otro rasgo común es la participación de artesanos igualmente especializados, ya sea en el diseño textil o en antiguas fórmulas fotográficas. Por último en todas las piezas expuestas cabe reconocer que el artista está igualmente, o más aún, interesado en el proceso que conduce a su realización que en su resultado final, por convincente que este sea.



João Fernandes en su texto del catálogo resume perfectamente las cualidades de ese proceso: "El hecho de considerarlo una traducción permite reconocer la materialidad intrínseca y demiúrgica de los referentes que constituyen el punto de partida de cada uno de sus trabajos". Un punto de partida que puede ser, por ejemplo, tan impactante como el que hemos referido líneas arriba, el terremoto, tsunami y desastre nuclear de Fukhusima, para acabar traducido a las formas de la escultura o a diminutas joyas.



El referente puede ser tan sofisticado como el experimento de Young, realizado por el científico de ese nombre en 1801, cuando hizo pasar un rayo de luz entre dos rejillas y observó que se producía un patrón de interferencias. Su estudio contribuyó a discernir la naturaleza a la vez ondulatoria y corpuscular de la luz. Una paradoja que creo le sirve a Sicilia como metáfora de la naturaleza propia de la obra de arte, en la que motivo, voluntad y proceso confluyen inevitablemente en una pieza material.



En el caso de la serie La locura del ver, las fórmulas matemáticas del experimento de Young son sometidas a un tratamiento informático reiterativo que hace que la descomposición de la luz se traduzca en juegos de líneas cada vez más complejos que Sicilia transforma a su vez en collages de bordados y a los que añade subjetivamente los colores.



Puede proceder del canto de los pájaros o de sonidos emitidos por otras aves -cuervos, patos, etc.- y dar lugar en la que es, a mi juicio, una de las mejores piezas de la exposición, a una escultura-plataforma destinada a dialogar con la arquitectura, y en la que conviven la geometría y los sonogramas del canto de más de sesenta pájaros; a una colección de daguerrrotipos que desafían nuestra capacidad de percepción o a un conjunto de joyas de singular delicadeza. Puede, por último, extraerse del sonido de la propia producción de monedas en la Fábrica de Moneda y Timbre y traducirse a un video que invade una sala. Se exponen también las tres versiones, oro, plata y cobre, de la medalla Tomás Francisco Prieto, una hermosísima y a la vez vacía conjunción de dos hipérboles correspondientes a un agujero negro.



Sicilia asume en sus últimos trabajos conceptos e ideas propios, por ejemplo, de la ciencia y también del sufismo o de la cultura japonesa en una ecléctica y sugerente maniobra de traducción de sus propias ideas. Del mismo modo que, voluntariamente, pone en cuestión algunos de los tópicos negativos de la contemporaneidad respecto de las cualidades de la belleza y de lo decorativo en la que me parece una muy pertinente opción personal por un arte humanista.