Juan Zamora: Sin título, 2017
Cuando los artistas empiezan a exponer tan pronto -aún no había obtenido el grado en Bellas Artes cuando Juan Zamora (Madrid, 1982) apareció en la edición de Circuitos de 2005- les pasa, en el mejor de los casos, que se hacen mayores. Confieso que aquella primera y triunfante etapa suya, en la que formuló un reconocible estilo de animación a partir de pequeños dibujos, me interesaba bastante poco. Pero los numerosos premios, becas y ayudas a la producción que ha ido engarzando le han permitido viajar por medio mundo y, lo más importante, ampliar sus horizontes creativos. Desde 2011 ha realizado estancias en Estados Unidos, China, Australia, Dinamarca, Sudáfrica, Colombia e Italia, y en ese tiempo ha cambiado casi por completo, y para muy bien, el fondo y la forma de su trabajo. Digo "casi" porque aún estorba en esta última exposición un mínimo autorretrato escultórico, recuerdo de sus figuritas atribuladas de antes -animaliyos, las llamaba-. Zamora sigue dibujando, pero ya no tiene como referencia la gráfica infantil sino la ilustración científica, de la que adopta tanto la representación más naturalista como la diagramática o la imagen microscópica.La arqueología -en varias de sus ramas- es la disciplina que inspira sus proyectos de los últimos años, en los que destaca el desarrollado en torno al nacimiento del habla en la Prehistoria, mostrado en distintos lugares: entre ellos, hasta hace solo unas semanas, en el Museo de Altamira. El asunto de los orígenes, presente en todos estos proyectos, no solo le da pie para bucear en áreas de conocimiento trascendentales para entender lo que somos y el mundo que nos rodea, sino que tiene una relación muy estrecha con la propia actividad creativa. Esta exposición se titula Emerge, término con diferentes acepciones, de las que se privilegia la que se refiere al surgimiento inicial de la vida a partir de la asociación de moléculas y la división de células. Las obras con mayor peso en ella son tres murales con aire de pizarra en los que se "enseñan" algunos principios esenciales: el espacio-tiempo de Minkowski, el Big Bang y la mitosis celular. Dos de ellos incorporan objetos. El primero establece un paralelismo formal, no del todo convincente, entre la metafase -etapa de la mitosis- y dos flores de cardo, quizá recolectadas durante su estancia en la Academia de España, dada la similitud con los materiales botánicos y "arqueológicos" que integran su instalación en Hecho en Roma, la colectiva de los becados allí el último año, aún visitable en Madrid. El segundo es mucho más elocuente y, desde el punto de vista formal, feliz: ha integrado en la pizarra varios estromatolitos, primeras evidencias de vida en la Tierra, que son algo así como las "esculturas" calcáreas producidas por las cianobacterias, las más antiguas de las cuales podrían tener una edad de 3.500 millones de años. Encontramos además en la muestra un conjunto de fotografías -obtenidas en el Centro Nacional de Microbiología- impresas sobre papeles antiguos y retocadas, un par de obras menos relevantes y una poética fotografía del Sol con dos posiciones en el cielo, separadas por el tiempo que tarda su luz en alcanzarnos.
Da la impresión de que estamos ante una primera entrega de un trabajo más amplio que deberá -tiene grandes posibilidades- profundizar aún más en las ideas, también plásticas, que enuncia para alcanzar la cohesión y la intensidad que ya se anticipan aquí. Es en particular prometedora la asociación de las nociones de tiempo interno y de tensión entre dos cuerpos, en la que se producen los prodigios de la vida y del amor.
@ElenaVozmediano