Candy darling on her deathbed (detalle), 1973

Fundación Mapfre. Diputación, 250. Barcelona. Hasta el 30 de abril

La obra de Peter Hujar (Nueva Jersey, 1934-1987) posee múltiples registros. Hujar fue, por ejemplo, testimonio del mundo cultural marginal y bohemio del downtown neoyorkino de los años setenta y ochenta. Realizó toda una galería de retratos de personajes del momento, entre otros, de Susan Sontag o Fran Lebowitz, por citar algunos de los más emblemáticos. Fotografió también los rascacielos de la ciudad y sus ruinas, los muelles abandonados y depauperados. Posee series dedicadas al circo, a la noche, a las extrañas catacumbas que registró en Italia. Pero Hujar se asocia fundamentalmente al mundo gay. O, al menos, este es el rasgo más difundido de su obra. Hujar vivió intensamente el despertar de la conciencia homosexual en Nueva York a finales de los sesenta y especialmente en los setenta, cuando el homoerotismo comenzó a salir del armario. Se ha dicho, con razón, que fue uno de los pioneros -entre otros, como puede ser Robert Mapplethorpe-, en mostrar y trabajar visualmente el pene, y además en erección, en la fotografía artística que por entonces empezaba a comercializarse en las galerías. En internet se puede consultar The Peter Hujar Archive, una selección de su obra que, ordenada por temas, da cuenta de la importancia del travestismo y del desnudo masculino en su trayectoria.



Sin embargo, la presente retrospectiva ofrece una visión mucho más diversa y compleja de su obra, pues exhibe, además, otras temáticas o géneros cultivados también por el fotógrafo: retratos de animales y personajes, paisajes, arquitecturas... que en el recorrido de la muestra se asocian entre sí. Sin duda, con una voluntad de fidelidad al espíritu de Peter Hujar, se ha seguido el mismo criterio con que el fotógrafo colgó su primera y única exposición individual en vida en el ya lejano 1981. Entonces -como ahora- las fotografías se presentaron en conjuntos o mosaicos, de manera que las imágenes dialogan entre ellas e intercambian significados. Pongamos, por ejemplo, que una fotografía de un travestí o de un desnudo se presenta asociada a la de un niño, un paisaje, un animal. Necesariamente, por el mecanismo de la asociación, el sentido de las imágenes se transforma y leemos las fotografías de una manera diferente a como las habíamos contemplado originalmente aisladas. Esta fotografía, que se identificaba unilateralmente con el universo homosexual, gana en ambigüedad y complejidad. Teóricamente, se enriquece y se amplía con nuevas connotaciones. Esta fue la opción del propio Hujar, el cual, al final de su vida, según el testimonio de un amiga, confesó: "Espero que no me recuerden sólo como un fotógrafo gay". Cita que se revela como una suerte de testamento o ideario estético.



¿Decepción? Para algunos resultará, efectivamente, una sorpresa. Planteada de este modo, la fotografía de Peter Hujar se vacía de militancia y de radicalidad. Pero hay más: cuando uno se dirige a la exposición, se experimenta la impresión de un calidoscopio de imágenes, aunque algunas de ellas resulten ciertamente intensas. Ello dificulta encontrar un hilo argumental en esas 160 fotografías en que consiste la exposición.



Pero acaso en este punto se expresa otra opción todavía más radical: solapar imágenes del universo gay con otras fotografías de diferente orden significa equiparar o poner en paralelo los dos mundos, representa expresar, sin más, la variedad del mundo. Algo -no es exactamente la belleza, ni el espectáculo de la vida- que, rescatado de la fugacidad del tiempo, merece ser visto y recordado. Algo que tan solo el objetivo de la cámara y el ojo del fotógrafo pudo captar. Este me parece es uno de los mensajes implícitos en la obra de Peter Hujar.