Vista de la exposición en el Palacio Velázquez

Museo Reina Sofía (Palacio de Velázquez). Parque del Buen Retiro, Paseo de Venezuela, 2. Madrid. Comisario: João Fernandes. Hasta el 10 de septiembre

La dimensión performativa es una de las señas de identidad del arte actual. Su importancia fue rubricada en la última Documenta y en las recientes bienales de Venecia. Las posibilidades de las actuaciones son muy variadas: desde reivindicaciones desde la alteridad hasta intervenciones musicales; o bien, meras exploraciones espaciales que amplían nuestra percepción, experiencia y pensamiento plásticos. También en nuestro país, asistimos a instalaciones escultóricas que toman cuerpo en las inauguraciones por medio de jóvenes adiestrados en expresión corporal, subrayando la dirección y posibilidades de formas y volúmenes. De aquí el interés de esta primera retrospectiva en España de uno de los pioneros, el alemán Franz Erhard Walther (Fulda, 1939), quien pronto alcanzó notoriedad internacional y cuya influencia ha traspasado sucesivas generaciones.



Walther, cuya formación se inicia en la Escuela de Artes y Oficios de Offenbach, estudió después en la Academia de Bellas Artes de Frankfurt y de Dusseldorf, donde se codeó con Sigmar Polke y mantuvo una relación polémica con Joseph Beuys. En 1967 decidió vivir en Nueva York, entrando directamente en la variada escena conceptual que cuestionaba la definición del arte (desde el planteamiento lingüístico de Kosuth al Land Art). En 1969 es seleccionado por Harald Szeeman para la célebre exposición Cuando las actitudes devienen formas y en 1970 forma parte de la colectiva Spaces en el MoMA. Al año siguiente, vuelve ya como profesor a la Escuela Superior de Bellas Artes de Hamburgo, donde ha desempeñado su enseñanza hasta 2005, influyendo a artistas como Rebecca Horn, Kippenberger o Santiago Sierra. Aunque su presencia en la Documenta ha sido reiterada, no será hasta comienzos de este siglo cuando su trabajo vuelve a obtener repercusión internacional, con retrospectivas en los principales museos de Lisboa (2003), Ginebra (2010), Nueva York (2011), Londres y Karlsruhe (2012), Bruselas y Burdeos (2014), Luxemburgo (2015) y Toronto (2016).



Esta completa retrospectiva en Madrid aborda sus principales series desde la década de los sesenta, agrupadas en dos temáticas: acción y lenguaje, que se reparten en las respectivas alas del Palacio de Velázquez. La exposición presenta grandes esculturas e instalaciones de tela y otros materiales, dibujos tipográficos, vídeos demostrativos de acciones y una incursión en los orígenes de su trabajo con variados documentos, entre los que podemos ver dos retratos con el rostro vacío realizados a mediados de la década de los cincuenta y que funcionan como una clave: la interrogación que dirigen al espectador y que será una constante en toda su trayectoria.



Vista de la exposición

En un recorrido superficial, la exposición es atractiva. Con grandes instalaciones de un aparente minimalismo blando que nos reenvían también a nociones de archivo y a un tratamiento colorista del tejido-texto muy de la década de los sesenta. Sin embargo, esta impresión meramente visual apenas enseña la latencia (su estar antes, su estar después) de una obra creada para ser activada. Aunque ya abierta al público, la exposición se inaugurará el día 18 de abril con una activación del propio artista; después, de jueves a domingo hasta la clausura, otras piezas serán activadas por usuarios formados por Walther, quien sigue reiterando que la obra no existe (es) hasta su activación; es decir, sólo si es experimentada.



Sin ningún interés por las posibles resonancias psicológicas, políticas o místicas, sino ciñéndose únicamente a la necesidad de redefinir y aportar algo nuevo a la tradición del arte, Franz E. Walther realizó 1. Werksatz (Primer Equipo de Trabajo, 1963-1969), compuesto de 58 piezas -cosidas por su pareja- que proponen variaciones de volúmenes y formas. El usuario, al vestirlas según las normas establecidas por el artista, como cuerpo se convierte en monumento que soporta las piezas, estableciendo el espacio (el lugar y la dirección) y abriéndose al tiempo en una duración (durée) de la acción: vivencia material, real. No se trata de ningún juego, difícilmente se puede asimilar al Body Art, ni al Land Art si se activa al aire libre, ni al teatro ni al arte contextual en un espacio artístico.



Aunque cada activación es única, y de ella se extraerían diversos pensamientos visuales, el artista, en su trabajo continuo, ha llegado a la conclusión de que son limitados. Precisamente gran parte de su esfuerzo ha sido encontrar formas de expresión para concretar lo extraído de esas activaciones: experiencias/pensamientos visuales. Su desconfianza hacia el lenguaje (idioma) viene de lejos. Es notoria ya en sus Wortbild (Palabra imagen) de finales de los años cincuenta y principios de los sesenta, donde juega con nombres y tipografías evidenciando convenciones sociales que disfrazarían la realidad. Esto le llevó a tratar el lenguaje como un material más, desencadenando series de dibujos y esculturas, como podemos apreciar en las piezas murales que convierten textos maquetados en formas y volúmenes y en su gigante El Nuevo Alfabeto (1990-1996).



Esta potente propuesta admite, sin embargo, según ha declarado Walther en varias ocasiones, dos contradicciones: la permanencia de la obra que no es -si no se activa- en el "archivo", es decir, en el régimen institucional y mercantil; y la experiencia sólo imaginaria, pero no material-real, de los eventuales usuarios que no hayan sido formados por el artista. En su opinión, también los espectadores "no deformados por la educación convencional" podrían disfrutar solos de la activación, por ejemplo, de su serie Wandformation (Formación de pared) de la década de los ochenta, si lo permitieran los vigilantes de sala.



@_rociodelavilla