Vista de la exposición Hacia donde Olmedo miraba en la galería Espacio Mínimo
En lo que va de año ha habido una importante presencia latinoamericana en la escena expositiva madrileña, con la colección Hochschild en Alcalá 31, colección Costantini en la Academia de Bellas Artes y, más internacional, la colección Coppel en la Fundación Banco Santander. La perspectiva subjetiva del coleccionista se complementa ahora con otra más incisiva, la curatorial, en dos exposiciones simultáneas con artistas de Latinoamérica en las galerías Ponce+Robles y Espacio Mínimo que suman otra coincidencia a la de ser muestras "por encargo" a dos jóvenes comisarias: ambas examinan la historia reciente a través de miradas parciales o incluso marginales que aportan un entendimiento profundo no tanto de los acontecimientos cuanto de la memoria de los mismos y, sobre todo, de los sentimientos complejos que impregnan el inexcusable examen artístico del pasado.El proyecto para Ponce+Robles de Pily Estrada (directora del Centro Cultural Metropolitano de Quito), Hacia donde Olmedo miraba, se limita a artistas ecuatorianos, una elección determinada por el interés de los galeristas por este país a través de su trabajo previo con el artista José Hidalgo Anastacio, que se incluye en la muestra un poco traído por los pelos. El arte de este país es uno de los más desconocidos del continente, y esta iniciativa es especialmente pertinente si consideramos que viven en España unos 430.000 ecuatorianos, lo que debería animarnos a fortalecer nuestras relaciones culturales.
La comisaria ha marcado un eje temático muy interesante, el del monumento al héroe, tomando como pretexto una elocuente (y divertida) anécdota: la disputa sobre la orientación que debía darse a la estatua de José Joaquín de Olmedo (hijo, por cierto, de un español de Mijas, y diputado en Cádiz) cuando se trasladó de lugar en 2000 y sobre la propia fisonomía del representado, que se parece demasiado, dicen, al Byron de Hyde Park. Los ocho artistas seleccionados dan su visión, casi siempre irónica, de lo que significa hoy ser un héroe, de la lógica del monumento y de su relación con la identidad nacional. Y de sus interpretaciones puede deducirse que los gestos fútiles y paródicos son capaces de subvertir la historia oficial construida por las instancias de poder. A destacar las acciones inútiles de Óscar Santillán y la poética peripatética de Karina Skvirsky en busca de unas raíces ilusorias.
En Espacio Mínimo, Isabel Villanueva, comisaria venezolana independiente que vive en Nueva York, propone un formato más reducido de solo cuatro obras de vídeo que abarcan un ámbito geográfico más amplio y que constituyen un breve muestreo de formas novedosas de narrar la historia: Recuentos. En dos de ellas, las de Edgardo Aragón y Enrique Ramírez, obtiene un papel protagonista el paisaje, preñado de vivencias enterradas que los artistas hacen aflorar. En las otras dos, adquieren centralidad elementos que podrían considerarse secundarios en la narración cinematográfica: la música, que da título y contexto a una magnífica explotación del travelling en Claudia Joskowicz, y la escritura en Marilá Dardot, que cuestiona la historización inmediata de los eventos a través de los titulares periodísticos. En esta muestra es mucho más acusado que en la primera el componente dramático pero también (exceptuando esta obra de Ramírez, que sí la usa en otras) la dramatización de las situaciones que son glosadas creativamente, pues recurren a la escenificación o a la performance.
@ElenaVozmediano