La instalación de Rosa Barba Registros de tránsito solar en el Palacio de Cristal. Fotografía: J. Cortés/R. Lorés
Todavía podrá verse hasta el 5 de octubre la exposición que la fundación milanesa Hangar Bicocca ha dedicado a Rosa Barba (Agrigento, Italia, 1972), una muestra retrospectiva que convive en el tiempo con el proyecto que la italiana ha preparado para el Museo Reina Sofía y que se presenta en el Palacio de Cristal. Barba, artista visual y cineasta afincada en Berlín, afronta su práctica desde una relación entre disciplinas que resuelve mediante equilibradas instalaciones como la que nos ocupa.Lo que ocurre con el Palacio de Cristal es que probablemente, como en otros edificios destinados a proyectos específicos, el primer paso sea aceptar el protagonismo de la arquitectura y asumir a continuación la necesidad de aliarse con el paisaje que invade el interior a través de los vidrios. Quizás tampoco el hecho de tener que trabajar para una audiencia que acude en masa a deleitarse durante unos segundos ayude demasiado, y mantener la cabeza fría dentro de ese gran invernadero resulta complicado. Será cierto eso de que no se puede agradar a todo el mundo.
Registro de tránsito solar, la propuesta de Rosa Barba para esta gran arquitectura de hierro, es una observación pormenorizada del espacio circundante que se filtra a través de la estructura del Palacio de Cristal y se refleja en su interior. El edificio actúa a modo de observatorio y utiliza la propia estructura como modelo para generar una intervención de mínimos, que se reparte de un modo sutil por el espacio y se nos va apareciendo a medida que lo recorremos. Los filtros solares modelan la luz que se cuela entre los árboles y a través de los cristales, dejando constancia del paso del tiempo desde el amanecer hasta el ocaso, evidenciando si se quiere el movimiento del planeta. Los grandes proyectores que, a modo de escultura, reproducen en otras ocasiones las películas de Barba, dejan paso a una acertada complicidad con el espacio y convierten el palacio en un gran cinematógrafo. Si lo pensamos detenidamente, es una cuestión de escala y lo interesante es que no se le queda grande.
Lo que Barba plantea no destaca por lo insólito de la propuesta. Quizás si pensamos en las ocasiones en que el arte ha tomado la incisión del sol sobre el espacio interior, la traslación como evidencia del paso del tiempo o la filtración de los rayos para generar una proyección, nos vendrán a la memoria muchos otros trabajos que, más o menos acertados lo han abordado ya. Pero para acceder a este lugar es necesario liberarnos de esas ansias de presenciar el efecto. Debemos entrar como niños que asisten por primera vez a una proyección o que se enfrentan al mar y lo perciben como algo inexplicable.
Creo no equivocarme si digo que desde el paso de Jirí Kovanda por este lugar, en raras ocasiones su complicada arquitectura ha sido tan sutilmente adaptada a un proyecto como lo es ahora con la propuesta de Rosa Barba. Da la sensación de que todo estaba ya allí dentro, nada sobra y nada interfiere. El espacio exige ser recorrido, seduciendo en lo breve de una visita dominical, pero también si lo hacemos con tiempo una mañana de lunes, con el Retiro casi vacío para adentrarnos en silencio como lo hacemos en el cine. Quizás la clave resida en estas pequeñas cosas, en entender que el cine también es esto y rememorar la manipulación de la luz buscando un instante mágico, del mismo modo que la entrada del tren en la estación de los Lumière levantó de sus asientos a los espectadores.
@Angelcalvoulloa