Bob Bright, San Pedro Point Marker, California, 1947. Legado de Princeton University

Galería Loewe. Gran Vía, 8. Madrid. Comisaria: María Millán. Hasta el 25 de agosto

Es la primera vez que se organiza en España una muestra individual de uno de los maestros hoy indiscutibles -no siempre fue así- de la fotografía estadounidense: Minor White (Minneapolis, 1908 - Cambridge, Mass., 1976). Ya era hora. Pero tendremos que seguir esperando para admirar en toda su extensión y profundidad el trabajo de este influyente artista, que ha ganado en aprecio en los últimos años gracias, en particular, a la importante retrospectiva Minor White: Manifestations of the Spirit, celebrada en el Museo J. Paul Getty de Los Ángeles en 2014. La exposición de 35 obras que ha traído PHotoEspaña a la Fundación Loewe, la mayoría de ellas desde la veterana galería neoyorquina Howard Greenberg, da solo una primera idea, algo borrosa, del complejo mundo interior de White. Ha contado no con las imágenes que habría querido sino con las que ha podido, o eso parece, y no acierta a proponer una cronología o una estructura temática, en un montaje sin orden ni concierto. Bueno, con concierto: suena a elevado volumen en la pequeña sala del sótano de la tienda de Gran Vía un mix musical más propio de un chillout que de un espacio de contemplación -una actitud que el artista exigía en el espectador-.



Se podría decir que Minor White actuó como puente entre la generación de clásicos de la modernidad, como Alfred Stieglitz, Edward Weston y Ansel Adams, todos ellos determinantes en la conformación de su estilo personal, y la fotografía creativa, ya con pleno reconocimiento como medio artístico, del tercer cuarto del siglo XX. Y lo hizo desde posiciones de gran relevancia en la escena fotográfica: fue cofundador y editor de la revista Aperture en sus años de gloria, entre 1952 y 1976, dirigió el departamento de fotografía de la California School of Fine Arts -sucediendo a Adams- y fue después profesor de fotografía creativa en el MIT de Massachusetts. Su mayor aportación es seguramente la reelaboración de los equivalentes de Stieglitz: secuencias fotográficas, a menudo de paisajes fragmentarios, que adquieren nuevos sentidos al leerse conjuntamente, y que en White se convierten en poemas visuales, acompañados muchas veces de textos, en los que vierte de manera más o menos cifrada tanto sus búsquedas espirituales -tanteó diversas creencias y prácticas- como su intimidad desasosegada. Es una pena que en esta exposición no se haya incluido ningún ejemplo de estos "equivalentes".



En tiempos recientes se ha prestado especial atención a la vertiente homoerótica de la producción de White, que se sintió obligado a esconder parte de su obra. Pero, reconociendo el interés y la pertinencia de esa aproximación para comprender su recorrido artístico, pues el deseo, desatado o contenido, impregna casi la totalidad del mismo, considero que sus facetas más brillantes son la del paisaje metafórico -hay unos cuantos suficientemente representativos en la muestra, pero busquen online las imponentes secuencias realizadas en Point Lobos, por ejemplo- y la de las materias, manchas y objetos irreconocibles en los que se dibujan formas y mensajes, un poco en la tradición surrealista. Con todo: no dejen pasar la oportunidad.



@ElenaVozmediano