Vista de sala

Biblioteca Nacional. Paseo de Recoletos, 20-22. Madrid. Comisaria: Cristina Agüero Carnerero. Hasta el 10 de septiembre

Conocemos a Juan Carreño de Miranda (1614-1685) como uno de los más grandes retratistas áulicos del arte español. Solo Velázquez le hace sombra. Sus efigies de Carlos II y de Mariana de Austria son no solo pinturas prodigiosas, apariciones, sino también la imagen de un período trascendental en el que una dinastía se extinguía y un imperio se desmoronaba: en el viejo Alcázar, en el espectral Salón de los Espejos, una viuda estragada y un joven enfermizo daban la espalda a la realidad. Estudiar a fondo a este artista es deber mayor y esta exposición, resultado de una minuciosa investigación de la joven Cristina Agüero Carnerero, constituye un importante avance, ya que nunca antes se habían examinado con tal ambición los dibujos de Carreño y la única publicación dedicada a ellos es un artículo de ¡1979! De nuevo, es la Biblioteca Nacional, en su loable línea expositiva en torno a sus riquísimos fondos gráficos -dibujo, estampa, fotografía- la que se pone manos a la obra, en colaboración con el Centro de Estudios Europa Hispánica, institución comprometida con la puesta en valor del patrimonio del Siglo de Oro.



La selección de dibujos de Carreño, muchos de ellos de la Biblioteca Nacional y otros prestados por el Prado, los Uffizi, el Metropolitan o el Getty, entre otros museos y colecciones, tiene la virtud de hacernos entender las diversas facetas de su quehacer pictórico pero también su miscelánea imbricación en el sistema del arte de entonces: fue, sí, Pintor de Cámara, lo máximo a lo que podía aspirar un artista en España, pero antes fue vendedor de pinturas, tasador, asesor de colecciones (para el X Almirante de Castilla) y coautor, con Francisco Rizi, de algunos de los más relevantes proyectos edilicios y ornamentales del momento -y esto suponía también un prestigio gigantesco-, como la capilla de San Isidro en la iglesia de San Andrés, el ochavo de la catedral de Toledo, la capilla real de la Encarnación o la Iglesia de San Antonio de los Portugueses (luego de los Alemanes; ya están corriendo a visitarla).



Ángel de Juan Carreño de Miranda (detalle), 1650

Rizi & Carreño era, permítanme el parangón improcedente, una exitosa empresa de decoraciones pías de interior que trabajaba solo para la más selecta clientela. La exposición incorpora, con acierto, dibujos de Rizi y de otros artistas del momento relacionados con estos proyectos colaborativos con los que la pintura disimulaba la pobreza material de la arquitectura (cosa de la crisis económica) a la vez que perseguía el mayor impacto emocional y simbólico. También se han traído algunos cuadros, pocos, para demostrar semejanzas y diferencias entre los ensayos sobre el papel y las composiciones finales.



Sus dibujos son pocos, no más de 40 (la mayoría expuestos aquí), difíciles de datar y poco dibujísticos. Carreño usaba los medios secos, el lápiz negro, el clarión y la sanguina (los tres lápices), "como si de pinceles se tratara", con rapidez y expresividad. ¿Y qué dibuja? Figuras religiosas, como preparación para lienzos o frescos, haciendo aspavientos acusados, como prescribía el dinamismo barroco y la religiosidad contrarreformista. Vírgenes, ángeles y santos. Estupendos desnudos: academias o Cristos en esas convenientes situaciones (para los artistas) en los que iban sin ropa, como el bautismo o la flagelación. Alguna figura mitológica, como las del nacimiento de Pandora en el Salón de los Espejos, en cuya decoración participó, a invitación de Velázquez, debutando en la exigente pintura mural con gran quebranto físico. Y un transparente, hechizante, retrato de El Hechizado.



@ElenaVozmediano