Vista de sala. Foto: Miquel Coll

MACBA. Plaza de los Ángeles, 1. Barcelona. Comisarios: Teresa Grandas y Pedro G. Romero. Hasta el 25 de febrero

En los momentos en que escribo estas líneas, la inauguración de la exposición -aunque abierta- se ha pospuesto. El conflicto del referéndum del 1 de octubre sobrevuela la muestra de Joan Brossa (Barcelona, 1919-1998). Pedro G. Romero -comisario de la exposición junto a Teresa Grandas- reivindicaba la actualidad de Brossa, no solo por su influencia en jóvenes generaciones de artistas, sino también y especialmente por su dimensión política. Él se inició como poeta -en lengua catalana- en el contexto de la represión franquista y manifestó su compromiso social en múltiples gestos (recuerda G. Romero su solidaridad en la primera huelga de los tranvías en 1951, el encierro de intelectuales en Monserrat en 1970 y, entre otras iniciativas, recuerda también el comisario que dedicó un poema-acción a los Mossos d'Escuadra). Pero sobre todo hay una rebeldía, una actitud insobornable que se manifiesta contra la autoridad en todas sus formas, la autoridad cultural, la del orden social, la del Estado...



Brossa ha sido estudiado. Acaso no se haya dicho la última palabra, pero detrás de este creador existe una cantidad ingente de tesis doctorales, ensayos y exposiciones. ¿Qué aporta, entonces, la presente muestra? Las primeras exposiciones institucionales (la de la Fundación Joan Miró en el lejano 1986 o la del Museo Reina Sofía en 1991) mostraban especialmente los denominados poemas objeto que han acabado por ser la faceta más difundida de Brossa. Poemas objeto: aquellos juegos de asociaciones de objetos dispares que, en su fricción o diálogo, provocaban una chispa de sentido en la mejor tradición surrealista. En cambio, en la actual exposición, además de incorporar este tipo de creaciones, se utiliza lo que podemos denominar una metodología que es muy propia del MACBA: en primer lugar, se presentan -entre objetos, libros, videos, instalaciones, documentos- unas 1500 piezas. Se trata, en consecuencia, de una exposición ingente, interminable, gigantesca que pretende una lectura panorámica -o mejor, que interrelaciona las diversas facetas de Brossa- y que incluye, además, menciones al teatro, al cine o a la performance. En este sentido también se ha incorporado a la exposición, un aspecto inédito hasta ahora, pero que complementa y posee mucha intención en el caso de Brossa: actores que realizan acciones o interpretan sus poemas u obras de teatro y que se activan de una manera aleatoria en el itinerario de la exposición. En segundo lugar, se utiliza material de archivo como un instrumento o estrategia de lectura: Brossa es iluminado por un inmenso caudal de documentación que se entrecruza con su obra y que crea una especie de atlas. En tercer lugar, el discurso de la exposición recurre a un mecanismo de asociaciones de manera que se trata de modular una lectura en red y relacionar a Brossa con otros creadores o episodios, algunos de ellos sin aparente relación, pero que intentan abrir nuevos sentidos. Un aspecto muy significativo de la exposición es que, buscando paralelismos, sus carteles, sus poemas objetos, sus instalaciones se confrontan con la obra de Marcel Mariën, Ian Hamilton Finlay y Nicanor Parra, artistas que como Brossa han trabajado la metáfora del objeto y los juegos de palabras y entre los que hay una particular afinidad. Brossa se vincula, de esta manera, a un contexto mucho más general y denso de como se presentaba hasta ahora.



Vista de sala. Foto: Miquel Coll

La exposición, lo acabamos de decir, reúne materiales muy diversos, pero el título de la muestra es simplemente: Poesía Brossa. En efecto, el punto de partida de Brossa es la poesía. No creemos que Brossa hiciera diferencia entre uno de sus sonetos o un poema objeto o su teatro. Brossa es o se siente fundamentalmente un poeta, pero con el paso del tiempo su poesía aspira a saltar del soporte papel y adquirir una materialidad u otra dimensión. Esta es la idea que impregna la exposición que ha de ser como un hilillo de Ariadna en el itinerario del transeúnte.



Las salas que más nos han interesado sean los ámbitos en que se plantea los referentes de Brossa como creador, donde se explora algo que podemos denominar vagamente como su código genético, esto es, donde está grabado el germen de su desarrollo posterior. En ella coexisten ejemplos de poesía visual local (Josep Maria Junoy o Salvat-Papasseit, entre otros), Segundo de Chomón (uno de los pioneros del cine, frecuentemente comparado con Méliès y el cine de atracciones) figuras heterodoxas y singulares como Gómez de la Serna (del que se presenta el documental El orador) o Roman Bonet Sintes 'Bon' (con su caravana y sus conferencias mudas), El romancero gitano de García Lorca, el humor agrio de la revista de postguerra La Codorniz... Y, entre otras muchas referencias, Dau al Set o Joan Miró... Puede que algunos de los múltiples referentes fueran simplemente desconocidos para Brossa, pero el proyecto de la muestra consiste, precisamente, en vincular al poeta a una tradición, a una manera de entender el arte y la política cuyos puntos cardinales sitúa bien la exposición.