Vista de sala
Pocas veces una exposición logra transformar un espacio hasta el punto en que este parece haber sido construido para ella. Esta premisa se refuerza cuando además se trata del espacio de una galería, donde cada dos meses asistimos a un nuevo montaje que insta a olvidar el anterior, pero que en realidad se convierte en una superposición de capas que memorizamos y nos hace caer en comparaciones odiosas.Lo que Christian García Bello (La Coruña, 1986) ha conseguido con Ahora no es pretérito todavía, su segunda individual para Formato Cómodo, es hacernos olvidar por un instante todo lo que hasta ahora habíamos visto entre las paredes de esta galería. Su propuesta nos lleva a entender el espacio como si fuese parte del montaje y a hacer una lectura conjunta de una exposición que en otro lugar podría no defenderse del modo que aquí lo hace.
García Bello es, pese a su recién inaugurada treintena, una de las voces más sugerentes y extrañas de la escultura española actual. Camina a través de unos intereses que lo llevan a abordar temas como la muerte, la soledad o la saudade -quizás no la entendida como desamparo, sino como añoranza de algo que nos han quitado- y establece una relación entre todo esto y el paisaje que lo provoca. En ese entorno surge la idea de un habitáculo para el refugio, de proporciones muy reducidas y que funciona como una carcasa que podría confundirse con la piel. Lo que ahora propone es un montaje de mínimos, con una serie de dibujos, pinturas y esculturas que destacan por su exquisita sobriedad. El modo en que García Bello afronta la escultura afecta a su labor como dibujante, que en todo momento implica lo matérico, la importancia de los ingredientes y la sensación de que cada uno de esos pequeños dibujos, que ahora se reparten sutilmente por las paredes de la galería, conforman un pequeño ser vivo que cambia de manera incesante, incluso cuando las luces se apagan y la puerta se cierra. El hilo conductor será el libro XI de las Confesiones de San Agustín, que en su tratamiento filosófico del tiempo aporta: "Porque los tiempos se forman con los cambios de las cosas, con las variaciones y sucesiones de las formas sobre la materia, que es la tierra invisible a que aludimos".
Intento encontrar las causas que, más allá de San Agustín, hayan intervenido en ese sentimiento trágico que impregna la obra de García Bello. Un sentir atlantista que Carlos Oroza entendió en Galicia: "Quiero vivir terminalmente, en las últimas orillas. Desde estas orillas, estoy viendo otro mundo. Eso me salvó: irme a vivir al final de la tierra de Europa. Ansío mucho la distancia...". Y con Oroza es la poesía lo que empapa estas composiciones y les otorga un halo místico que señala al espectador reprochándole su desconcierto.
Es de obligada mención el listado de elementos que componen estos trabajos: óleo, grafito, cera, aceite, sal o betún sobre papel, cuero, madera y metal. La receta refuerza su pretendida austeridad, el interés por esos cambios en las cosas, por el paso del tiempo en cada uno de estos trabajos. El resultado es una exposición en penumbra, que demanda el paseo, exige el silencio y propicia el encuentro. Ya no la sorpresa, sino la aparición, que es evidentemente más leve y comedida.
Lo que Christian García Bello logra es presentar uno de los escenarios más cautivadores de cuantos ha dejado esta nueva Apertura, y no es fácil crear una sensación así, de refugio en medio de tanto ruido.
@angelcalvoulloa