Vista de sala

Galería F2. Doctor Fourquet, 28. Madrid. Hasta el 28 de octubre. De 700 a 35.000 €

Es una sensación extraña, pero cada vez que me planto frente a una pintura de Miki Leal (Sevilla, 1974), no puedo evitar entenderlo como un ejercicio sencillo. Leí alguna vez que eso es lo más difícil, pintar de tal modo que resulte aparentemente simple lo que en realidad es un alarde de técnica de esos que, uno se resiste a creer que se aprendan únicamente a base de pintar y pintar durante años. En la línea de fondo, la segunda individual que Leal presenta en la galería F2, el hilo conductor es el tenis, un deporte del que es fiel seguidor y que, si uno lo analiza con detenimiento, resulta bastante razonable que así sea. Recuerdo de niño aquellas monumentales pataletas de John McEnroe y pensaba en cómo un deportista, vestido de etiqueta de pies a cabeza, podía terminar arrastrado por el suelo, perdiendo los modales de un modo sonrojante y, al mismo tiempo, portar un carisma que pocos han alcanzado.



No dista mucho la pintura de esa idea del tenis. Dicen que Carlos Alcolea pintaba de traje, con el caballete situado sobre una alfombra cara y que en ningún momento una mancha de óleo estropeaba la estampa. No es lo habitual. Lo típico en un pintor es dejarse llevar por el cuadro y no darse tiempo a cambiarse de ropa. El resultado es el mismo que cuando McEnroe jugaba: Uno llega al estudio vestido de domingo y a la mínima termina revolcado, con el polo pintado.



Otra cuestión son las líneas del terreno de juego, las que delimitan el espacio reservado para la acción, esas a las que Alberto Martín hace alusión en el texto que acompaña este nuevo proyecto de Leal. El tenista, como el pintor, se ciñe a unos límites, aunque los afronte desde fuera, aunque busque obviarlos. Eso es algo que seduce en la pintura del sevillano, esa aparente poca importancia que da al acabado, mostrando chorretones, papeles rasgados y grandes pinturas cortadas en trozos que facilitan el transporte y el enmarcado, por no hablar de ese sello de oficinista que parece caer al azar.



Una de las primeras pinturas de Miki Leal que pude ver en directo pertenecía a La Cabaña, un proyecto que el artista realizó tras un viaje de siete mil kilómetros por Europa. Leal recorrió la Costa Azul francesa para posteriormente adentrarse en Alemania, en busca de las cabañas de Le Corbusier y Heidegger. Se trataba de realizar unas anotaciones para posteriormente pintar aquello en su estudio. La experiencia me sonaba a genialidad y a cachondeo al mismo tiempo. Pensar en una beca utilizada para repensar la pintura plenairista y convertirla en una expedición dieciochesca a lomos de una moto BMW.



No se puede decir que En la línea de fondo revolucione la pintura de Miki Leal. Dijo Rosendo que efectivamente sus guitarras suenan igual disco tras disco, porque ya bastante había tardado en conseguir su sonido para tener que cambiarlo ahora. Si acaso las cerámicas realizadas en la fábrica de Bordallo Pinheiro aportan en escultura ese punto fresco y "fácil" que también Leal da a la pintura. La red se abandona a la plasticidad atada a unos postes que surgen de un tronco y añaden pelotas, plátanos, golondrinas, libros o ladrillos que remiten tanto al imaginario de Leal como al de la propia cerámica portuguesa, que se ha convertido en un clásico presente en todas las casas de nuestros vecinos. En la línea de fondo es una de esas exposiciones que apetece ver y que mitiga un inicio de temporada en que se echa de menos más pintura.



@angelcalvoulloa