Vista de sala. © Museo Picasso Málaga
¿Tiene sentido aislar a las mujeres de un movimiento artístico en una exposición? La respuesta es sí, cuando han sido eliminadas del relato: borradas, olvidadas, como señaló en 1980 la historiadora Lea Vergine en L'altra metá dell'avanguardia 1910-1940, cuyo único objetivo era su recuperación. Las mujeres y el surrealismo, comisariada por José Jiménez, que hace cuatro años cristalizaba años de investigación en El surrealismo y el sueño en el Thyssen madrileño, se inscribe en el mismo propósito porque, dice, "aún queda mucho por hacer". Si en aquella, incluyó una decena de artistas mujeres, en esta redobla la apuesta, con más de ciento treinta obras de dieciocho artistas, muchas de ellas nunca vistas en nuestro país. Podría haber más autoras, admite, se trata de una selección. En el catálogo reflexiona sobre la paradoja entre la poética libertaria creada por los varones del grupo y su relación con las mujeres, integrantes y asociadas al movimiento.En los inicios de la historiografía del arte desde una perspectiva feminista, el surrealismo fue uno de los primeros movimientos vanguardistas objeto de análisis, y de condena. Como ya se detectó a mediados de los setenta, ningún otro movimiento atrajo a tantas mujeres, escritoras y artistas. Pero tampoco ningún otro ismo habría sido tan explícitamente misógino. La onírica poética que defendía la libertad creativa, a la par que erótica, imaginaba una mujer bien niña estéril, bien femme fatale. Herederos de la misoginia decimonónica de Schopenhauer y Baudelaire, como aquellos, muchos de los integrantes del surrealismo, mantuvieron complejas relaciones con sus madres.
Sin embargo, la libertad sexual que los varones defendieron en sus relaciones con esposas, amantes y amigas pronto se manifestaría también como una herramienta de liberación creativa para mujeres de una generación que, en el periodo de entreguerras, fue consiguiendo el sufragio femenino en Europa y América. En paralelo, en las sucesivas exposiciones del movimiento las artistas fueron cobrando cierto protagonismo. Otras artistas próximas en su plástica, con mucho éxito en aquel momento, como la pintora Leonor Fini, se negaron a exponer con el grupo por su "dogmatismo", y seguramente también por su machismo. Pero todas fueron olvidadas en la primera gran revisión Dadá, Surrealismo y su herencia, que itineró por los principales museos de Nueva York, Los Ángeles y Chicago durante 1962 y se convirtió en la principal referencia historiográfica que, pese a sucesivas recuperaciones desde el ensayo de W. Chadwick en 1985, aún pervive en los manuales.
Leonora Carrington: Y entonces vimos a la hija del Minotauro, 1953 (detalle). © Colección particular / Leonora Carrington, VEGAP, Málaga, 2017
En esta exposición, con un montaje muy recoleto, pensado para piezas que en general oscilan entre el pequeño y medio formato, pueden contemplarse sorprendentes pinturas, dibujos, esculturas, collages y fotografías, de una gran densidad formal. El recorrido organizado temáticamente aborda cinco secciones, que recogen diversos aspectos del imaginario onírico y erótico de las artistas surrealistas, comprendidos entre la latencia del cuestionamiento de la identidad con que se abre ("El espejo y la máscara") y cierra la muestra ("Yo es otra"). Un periplo de desdoblamientos de género, incertidumbres y búsquedas que desembocará en la iconografía oval, que tanto dará que pensar a las posteriores artistas y teóricas feministas como reafirmación de la diferencia de lo femenino.
Subrayo la excepcionalidad -por su calidad intrínseca y también por poco vistas- de las obras mostradas de las artistas ya más conocidas Claude Cahun, Leonora Carrington, Leonor Fini, Meret Oppenheim, o Dorothea Tanning. Tienen también un gran protagonismo las telas de Kay Sage y de Toyen: ambas merecerían retrospectivas monográficas. Entre las españolas, Maruja Mallo, Ángeles Santos y la emigrada a México Remedios Varo, cuyas obras deberían estar mejor integradas en las colecciones de nuestros principales museos. Y también se encuentran curiosidades, como las poco conocidas pinturas muy picassianas de Dora Maar; y collages con papeles recortados de la fotógrafa Lee Miller.
Además, es todo un hallazgo la diversidad de medios utilizados por Eileen Agar. Y de mucha calidad los dibujos en tinta y gouaches de la poeta Unica Zürn. Por último, ha sido todo un acierto incluir dos filmes de la cineasta Germaine Dulac. La primera película surrealista La concha y el reverendo [La Coquille et le clergyman] estrenada en 1927, dos años antes que la célebre Un perro andaluz, pero que sufrió en su estreno el escandalo y el escarnio de los propios varones surrealistas. Lo que le llevaría a realizar al año siguiente el cortometraje Las que se hacen a sí mismas: a pesar de su sombrío desenlace, el título es representativo de aquellas mujeres en torno al Surrealismo que intentaron ser "plenamente libres".
@_rociodelavilla