Serie Radial. Horizontes circulares, 2017, y en el suelo, Again, 2017

Centro de Arte de Alcobendas. Mariano Sebastián Izuel, 9. Alcobendas (Madrid). Comisaria: Susana Blas. Hasta el 3 de febrero

Estoy segura de que mucha gente va a peregrinar al Centro de Arte de Alcobendas, a la llamada del reencuentro con las obras de Victoria Civera (Puerto de Sagunto, 1955). Hay dos tipos de exposiciones de Civera: la de pinturas, con la inclusión de algún objeto, generalmente en galerías; y las exposiciones en centros de arte, donde la artista valenciana explaya su escultura e instalaciones, complementada con pinturas, donde se hace meridiano el continuo de la creación plástica, que Civera subvierte y desestabiliza, como en la pieza reciente Uno (1) (Sonido de útero).



Cuando pinta, habla alto y con autoridad, a veces incluso grita, como aquí en sus embarazadas Portadoras, cansada ya de que "lo femenino" sea considerado minoritario, cuando todos nacemos de mujer. Con sus esculturas nos suele invitar a un reino de incertidumbres y de recuerdos. En las pequeñas piezas el tono es bajo, cunde la perturbación, lo siniestro de la intimidad. En otras, el abanico va de la ironía a lo grotesco, pero también hay un humor ingenuo. Civera mantiene una fuente infantil, que surte de autenticidad a su trabajo.



Siempre es difícil intentar componer una muestra con lo "esencial" de un artista. La comisaria Susana Blas lo ha conseguido. Con una intencionalidad clara, crear un clima emocional para la experiencia estética de estas piezas menudas y monumentales, y un argumento sencillo: abordar el ciclo vital, de la infancia a la madurez. La muestra comprende obras de casi cuatro décadas, con pinturas, esculturas, instalaciones, fotografías, dibujos y un vídeo, de calado poético. Conformando una retrospectiva sintética donde más de la mitad de lo mostrado es de reciente producción, con instalaciones creadas para esta exposición. El diálogo entre comisaria y artista ha sido fructífero y el recuerdo se ha puesto ha trabajar.



En cada uno de los cuatro espacios en el recorrido también dialogan piezas recientes con obras antiguas, convivencia que subraya el lenguaje firmemente hilado por la artista a lo largo de su trayectoria. No es que Civera se repita. En esta exposición, es evidente que el paso del tiempo la ha provisto con multiplicación de recursos y depuración de soluciones. Más bien, se trata de la fidelidad o, si se quiere, de la esclavitud -como ocurre en todo gran creador- a su ritornelo, su voz o sensibilidad. Lo que hábilmente se ha señalizado con un icono muy querido por la artista, la pequeña banqueta, a la que recurre de tanto en tanto, dispuesta aquí como talismán para demorarse en cada época de la vida.



Sueños inclinados, 2009, y al fondo, Pequeña pasión, 1993

Llegar y pararse. El voluminoso cubo de la ya mítica Habitación anónima (1993) nos da la espalda en la pequeña sala trapezoidal a la entrada, como obstáculo para obligarnos a entrar en la onda íntima del trabajo de Civera. Muchas de sus piezas están confeccionadas con materiales cotidianos, como restos de tapicerías de su casa, y a partir de experiencias biográficas secretas, a las que apenas se ha referido en alguna entrevista. No hace falta. El misterio de Civera es precisamente cómo su trabajo conecta con vivencias íntimas del lado femenino y lunar de sus seguidores.



Sin embargo, excepcionalmente, en esta exposición sí hay algunas referencias a su infancia valenciana, como las extraordinarias instalaciones recientes Laguna de Gallocanta (naturaleza muerta en Daroca), Torres y nidos, y La matanza (Ni la palabra ni el silencio), producidas para este proyecto, en donde infancia y madurez, en salas contiguas, se muestran como la doble faz, iluminada y en penumbras, desde una etapa de la vida en la que comienzan a desbordar los recuerdos. Entiéndase bien, no la alegre infancia y la sombría madurez, puesto que en ambos ciclos se encuentra la oscura negrura al final del pasillo y la herida blanca.



También me parece un acierto que la etapa de plenitud, de sexualidad y maternidad, se halle en un espacio aparte. La conocida escultura Aviador Sibila (2008) preside el espectacular espacio semicircular acristalado, rodeada de Nidos (2005), pequeños prototipos con retales de materiales que quizás algún día llegaremos a ver a gran escala.



Completa esta muestra el hipnótico vídeo proyectado sobre la precaria maqueta de un pabellón-estudio a la intemperie, Nieve en Saro (2004-2017), donde reside cuando no está en Nueva York.



@_rociodelavilla