Yellow Passage, 2017 (detalle)

Galería Helga de Alvear. Doctor Fourquet, 12. Madrid. Hasta el 10 de febrero. De 42.000 a 47.000 €

Me sorprende mucho que, en las explicaciones que James Casebere (Lansing, Michigan, 1953) ha dado acerca de su proyecto sobre la arquitectura de Luis Barragán, nunca haya mencionado la particular relación de éste con la fotografía ni los avatares de su archivo, que aportan poderosas claves para la interpretación "enriquecida" de estas imágenes. Casebere ha buscado en las casas de Barragán el espacio "emocional", el lugar para el silencio y la serena clausura, la expresividad de planos, colores y luces. Como es habitual, ha construido maquetas que ha fotografiado -esta vez muy al estilo de las revistas de arquitectura-, sin intención de reproducir fielmente los edificios y eliminando, por ejemplo, escaleras u ornamentos para captar mejor las esencias. El trabajo está muy bien realizado y el resultado es el perseguido. Perfecto y simple. No creo que él ignore las complejas tensiones que subyacen a su proyecto, pero las omite.



Resumo: Barragán murió en 1988, heredando su voluminoso archivo Raúl Ferrera, su socio, que se suicidó en 1992, tras lo cual la viuda vendió el conjunto a la galería Max Protetch de Nueva York a quien se lo compró Rolf Fehlbaum, presidente de Vitra, como regalo de compromiso -dice la leyenda, desmentida por ella- a Federica Zanco, arquitecta y apasionada admiradora del mexicano. Desde entonces (1995) Zanco y su equipo trabajan en la catalogación y el estudio del archivo, en Birsfelden (Suiza), estorbando el trabajo de otros investigadores y poniendo precio y trabas a la difusión de los materiales que custodian. Además, compraron poco después el archivo de Armando Salas Portugal, el magnífico fotógrafo que colaboró con Barragán desde los años 40, cuyas imágenes no solo cimentaron la fama internacional del arquitecto sino que también se convirtieron para éste en una herramienta de diseño, de evaluación de ideas y de toma de decisiones. De otro lado, Barragán hizo sobre todo residencias particulares, con acceso hoy a menudo restringido y no siempre bien conservadas. Por todo ello, su deslumbrante trabajo ha quedado hasta cierto punto oscurecido. Cuando Casebere representa las "casas" de Barragán -las de Gilardi, Gálvez, Prieto-López o su casa-estudio en México D.F.- a través de maquetas y fotografías, que son habituales en el estudio arquitectónico, está de alguna manera recreando su proceso creativo y generando un pequeño archivo paralelo, y está continuando el trabajo de Salas Portugal al dar a la luz, al mundo, las emociones que emanan de estos espacios.



Hay que saber que al iniciar este proyecto Casebere nunca había visitado un edificio de Barragán y se basó para construir las maquetas en fotografías sacadas de libros y de internet, lo cual acentúa el bucle en el que giran las imágenes anteriores y posteriores, lo proyectado y lo re-compuesto, la documentación y la creación. Mathias Goeritz solía decir a Barragán que "su arquitectura era fotográfica; no fotogénica... Sus construcciones eran frágiles. Él sabía que se vendrían abajo, pero no le importaba, porque las fotografías las preservaban tal y como él quería que se vieran". La artista Jill Magid -quizá tengan noticia y, si no, busquen y lean- transmutó las cenizas de Barragán en un diamante que, engarzado en un anillo, ofreció a Federica Zanco a cambio de la repatriación del archivo. Menos tétrico y más neutro, el proyecto de Casebere se podría referir también a la ultratumba: la de la arquitectura arruinada o silenciada, eternizada como imagen-joya perfecta e inalterable.



@ElenaVozmediano