Vista de sala. Foto: Paloma G. Dotor
A pesar de que Descanso después de la batalla de Yuri Neprintsev fue durante décadas una pintura icónica en la Unión Soviética -de las que salía en los sellos- existe bastante confusión sobre las ¿dos, tres? versiones que hizo entre 1951 y 1955 el artista. Hay una en la Galería Tretiakov de Moscú y otra, que fue regalada en fecha imprecisa al presidente Tsedenbal, en el Museo Militar de Mongolia (Ulán Bator). No está claro cuál se colgó en el Kremlin por orden de Stalin, quien se llevó ¿otra? a su dacha de Kuntsevo, y se habla de una más que fue ofrecida a Mao sin que haya rastro de ella en China. Son datos que nos dan idea de la significación política que tuvo la obra, basada en un poema famoso de Aleksándr Tvardovski, Vasily Tyorkin, sobre las andanzas de un soldado humilde, valiente y bien humorado durante la II Guerra Mundial.Tanto el escritor como el pintor fueron frontoviki: creadores que estuvieron en el frente y por tanto fueron sus testigos directos. Pero aunque eso les permitió conferir verosimilitud a la narración, poética o pictórica, ésta es en esencia mentirosa. Más allá de su cualidad ficcional, ambas obras obedecían las consignas del régimen en cuanto a la representación bélica, omitiendo la crueldad y el horror, y satisfacían la necesidad de los veteranos de agarrarse a los pocos recuerdos positivos que tuvieran de ella.
Hay muchas cuestiones entretejidas en este cuadro que han debido de interesar a Simeón Saiz Ruiz (Cuenca, 1956), artista clave en la reconsideración y actualización de la "pintura de historia". Él no es un frontoviki sino que ha trabajado a partir de las representaciones -en prensa y televisión- de las víctimas de la guerra, consciente de que también hoy existen consignas e intereses que adulteran los relatos. La serie que presenta al completo por primera vez, Soldados soviéticos, supone un giro en su enfoque y en sus maneras. Quería observar otra cara de la guerra, buscar la "normalidad", la vida en los que matan y mueren, y extrañamente, ha producido algo tan alejado de la realidad como "la pintura de la reproducción de un cuadro doblemente ficcional": los lienzos aíslan cada uno de los 22 rostros que aparecen en la obra de Neprintsev, pero los ha copiado de una ampliación hasta tamaño natural de su fotografía en un viejo catálogo de la Galería Tretiakov. La inmensa mayoría de los soviéticos conocieron el cuadro a través de reproducciones impresas no muy buenas, por lo que la minuciosa transcripción pictórica que hace Saiz Ruiz de la trama magnificada de puntos de la cuatricromía es de alguna manera fiel a la "visión" que se tuvo de la célebre composición.
En Saiz Ruiz, la imagen de origen determina la técnica: cuando se trataba de imágenes televisivas, construía la pintura por yuxtaposición de líneas, y al imitar una imagen impresa se ha transformado en un consumado puntillista. El espectador, siempre, ha de reconstruir las formas y reinterpretarlas según su propio bagaje. La enfilada de rostros desprovistos de contexto narrativo nos hace pensar en una galería de retratos institucionales -o en un santoral: las expresiones, así desconectadas, parecen místicas- pero la artificiosa técnica impide el ilusionismo pictórico y desmiente lo "natural" del tamaño. Y tanto el formato casi cuadrado como el encuadre cerrado nos remiten al sello postal, conmemorativo, oficial. En todo caso, se enaltecen las efigies de unos personajes… inexistentes. Quizá modelos de academia que el "Realismo" Socialista disfrazó de soldados en los que los soldados reales debían reconocerse. Y rehacerse a su imagen.
@ElenaVozmediano