Vista de la exposición

Galería Cayón. Blanca de Navarra, 7. Madrid. Hasta el 1 de abril

Dos rasgos con los que se caracterizó el arte minimalista desde sus comienzos sirven para comentar las creaciones del norteamericano Dan Flavin (1933-1996). Uno era el declarado propósito de los minimalistas de dirigir la atención del espectador no sólo, o no tanto, hacia las obras mismas como hacia el espacio en que se situaban. El otro lo encontramos en un escrito de 1965 del también artista Donald Judd, donde declara que las obras que últimamente le habían interesado más no eran propiamente ni esculturas ni pinturas ("se parecen más a la escultura que a la pintura, pero están más cerca de la pintura"). Dos años antes, Dan Flavin había presentado su primera obra realizada únicamente con neón. Concretamente un tubo de neón amarillo de 180 cm de longitud, colocado diagonalmente en la pared, titulado Diagonal of May 25 que estaba explícitamente dedicada a Brancusi. A partir de entonces Flavin exploró las posibilidades de este material que, si bien es sólido y volumétrico, como una escultura, proporciona una intensidad de luz y color como no consigue ninguna pintura. Precisamente por su cualidad atmosférica y expansiva, ese cromatismo impregna el entorno y se expande sobre él, de forma que una obra de Flavin nunca acaba en ella misma. Activa su entorno y lo revela.



Se ha escrito que estas esculturas de neón se inspiran por un lado en el ready made de Duchamp (que convierte en obra de arte un objeto de uso común) y por otra en el constructivismo ruso, que irrumpe desde el arte en la vida cotidiana (son obras de arte, pero iluminan positivamente). Por otro lado, hay que decir que Flavin fue seminarista y tituló Iconos sus obras anteriores al descubrimiento del neón (y también contaban con fuentes de luz). Conocemos de sobra el significado espiritual de la luz y las metáforas de la iluminación, luego es una tentación establecer algún vínculo en esta dirección. Pero no sé yo si por aquí vamos bien. Me parece que todas estas genealogías son las muletas con que críticos y académicos nos acercamos a una obra a la que no nos atrevemos a lanzarnos de cabeza para simplemente jugar. Y es que pienso que el día en que, guiado por la luz, Flavin tropezó con el neón de colores, olvidó las teorías ante el puro goce de poder aplicar color al mundo sin tener que pintarlo.



Así se comprueba en esta extraordinaria exposición, que ocupa los dos espacios de la galería con catorce obras. Algunas majestuosas, otras serenas, ninguna sólo "interesante". Su hilo conductor prolonga precisamente el gesto que guió su primera obra con neón. Así pues, encontramos aquí piezas dedicadas a amigos y a artistas admirados: Albers, Mondrian, Barnett Newman y Calder, entre otros. Y hay un eco de los colores típicos de estos autores en las obras que les dedica Flavin. Fíjese también el visitante en la elección del rincón para instalar obras (un espacio habitualmente inútil que así cobra vida). Otro asunto: el neón padece también de obsolescencia programada, así que no estamos ante originales. Además, Flavin hacía ediciones, habitualmente de cinco ejemplares, uno de los cuales se muestra aquí. Espectador, espectadora, no me cabe duda de que en adelante no volverá a ver un bar de carretera ni el rincón de una sala como antes. Es que el arte transforma la mirada.