El prendimiento de Sansón, h. 1609-1610
Pedro Pablo Rubens (Siegen, Westfalia, 1577-Amberes, 1640) es, sin duda, uno de los "monstruos" de la historia de la pintura. A lo largo de su carrera, sobre todo a partir de su temprana estancia en Italia entre 1600 y 1608, estudió, dibujó, utilizó y transformó la obra de los principales artistas del Renacimiento italiano: Leonardo da Vinci, Miguel Ángel -por el que sentía una auténtica pasión-, Correggio, Tiziano, Tintoretto, Veronés. Todo ello siempre observado desde el prisma de la escultura clásica y de modelos tan poderosos como el Laocoonte o el Torso Belvedere que pudo estudiar en las colecciones papales del Belvedere vaticano.Semejante capacidad de, más que asimilar, "fagocitar" la historia solo puede compararse, ya en el siglo XX, con la realizada por Picasso con quien le unen, aunque parezca extraño, tantos puntos, y no solo el del intenso estudio que ambos realizaron del tema de la mujer.
El dinamismo y el fuego interior con el que Rubens trató los temas de su pintura provienen de esta tradición italiana. Se expresa en violentos escorzos, perspectivas "de abajo arriba", composiciones diagonales, nerviosidad y rapidez en el trazo de su escritura pictórica y una valiente utilización del color. Tiene, por ejemplo, la manera de pintar los caballos de Leonardo da Vinci, la expresión de la musculatura del hombre de Miguel Ángel o de Tintoretto, las perspectivas inverosímiles de Paolo Veronés o la libérrima utilización de la pincelada y el color de su admirado Tiziano Vecellio.
Al igual que Picasso, Rubens fue un maestro en la inmensa variedad de temas. Trató la historia antigua (religiosa y profana) y la moderna, la alegoría, el retrato colectivo y el individual, el oficial y el familiar e íntimo, el bodegón y el paisaje. En todos ellos realizó aportaciones decisivas para la historia de la pintura. Pero sobre todo, como el maestro del siglo XX, lo que hoy nos hace admirable la abundantísima producción de Rubens, es que de todos estos temas nos dejó versiones apasionadas y vitales, cercanas a la sensibilidad de cualquier época. Si los estudiosos e historiadores hacen sus delicias tratando de identificar los modelos clásicos y renacentistas que Rubens utilizó y transformó en una observación que podríamos llamar "culta" de sus obras, el espectador aficionado para el que Rubens realizó sus pinturas puede igualmente entusiasmarse con el apasionado viento de vida que rezuma toda su producción.
Los milagros de San Francisco de Paula, h. 1627-1628 (detalle)
Este aspecto internacional de la carrera de Rubens explica la enorme cantidad de obras que hay en España, fundamentalmente en el Museo del Prado, sin duda el más grande depositario de obras del maestro de entre todos los museos europeos, que ya ha anunciado la apertura de una más que esperada sala de pintura flamenca del Barroco. No sólo hay que tener en cuenta los dos viajes mencionados, sino el continuo envío de cuadros desde Flandes a Felipe IV y su familia por parte de la gobernadora Isabel Clara Eugenia, y las compras de este último: tanto de encargos para la decoración de la Torre de la Parada en las cercanías de Madrid, como los numerosos retratos reales, o la adquisición de obras clave de la propia colección del maestro en su almoneda de 1640, entre las que se encuentra nada menos que Las Tres Gracias, El jardín del Amor o El Juicio de Paris.
Es precisamente este hecho de que el Prado sea el mayor depositario de la obra de Rubens, lo que explica y justifica la exposición que bajo el título Rubens. Pintor de bocetos realiza nuestra pinacoteca durante los próximos meses en colaboración con el Museo Boijmans Van Beuningen de Rotterdam. El hilo conductor de la muestra es la existencia, absolutamente excepcional para la época, de alrededor de 500 bocetos de pinturas, de los que en la exposición del Prado podremos admirar 73, procedentes de lugares como el Metropolitan Museum, el Louvre, el Hermitage o la National Gallery de Londres entre muchos otros. Del propio Museo del Prado se expone, entre otros, la fenomenal serie de bocetos, recientemente restaurada, para los tapices de la Eucaristía de las Descalzas Reales, o muchos de los realizados para la Torre de la Parada, cuyos originales están en el mismo Prado.
Retrato de Clara Serena Rubens, h. 1616
Es en el boceto o pieza preparatoria y de muestra donde Rubens realizó algunas de sus obras maestras, entre otras razones, porque son siempre íntegramente de su mano. Señala Alejandro Vergara que mientras que no se conservan bocetos de los "rubens de Rubens" que él atesoraba en su casa, sí que hay piezas de este tipo en abundancia para prácticamente el resto de su producción. Eso quiere decir que el boceto pintado, que es el objeto de la exposición, tenía como función primordial el mostrar al cliente o encargante cómo iba a resultar el producto final, ya fuera el diseño de un arco triunfal, las decoraciones de una iglesia, las de un palacio, de una serie de tapices o de un retrato. Aunque se exponen algunos dibujos, se trata de una exposición de pinturas de bocetos que, en varias ocasiones, se contrastan con el producto final.El resultado de lo que veremos en el Prado es una inmersión total no sólo en Rubens, sino en la intimidad de su proceso creativo, un fenómeno no tan frecuente en la historia de la pintura: una potente intimidad que solo en raras ocasiones podemos contemplar en tan gran variedad, riqueza y valor artístico.