Vista de la intervención en el Reina Sofía, 2018
Si existiera un palco desde el que ovacionar las inclinaciones iberistas e iberoamericanistas del Museo Reina Sofía, yo me reservaría una butaca en él, aunque la cobraran cara, pues vale reconocer generosamente el cuidado de un conservatorio por atender la memoria de nuestra comunidad cultural sin distinción entre los que utilizan cualquiera de las lenguas vehiculares al uso en el espacio de jovialidad y sociabilidad relativas que va desde Port Bou hasta Setúbal y se sigue por rutas marítimas. En el Reina Sofía hemos disfrutado, qué duda cabe, de ciclos y estupendas exposiciones a propósito de la modernidad ibérica, a veces con carácter de acontecimientos. Es ahora el turno de Artur Barrio, Premio Velázquez en 2011, oriundo de Oporto, pero crecido como artista a finales de los sesenta en el Brasil de la teología de la liberación, el Cinema Novo y el emergente conceptualismo de Anna Bella Geiger y Cildo Meireles. Memorables fueron las acciones de Artur Barrio en 1969 con los "fardos ensangrentados" (sacos con basura y restos orgánicos) dentro y fuera del Museu de Arte Moderna en Río de Janeiro; los afanes de demolición del sistema artístico se juntaban en esa y otras iniciativas con una voluntad de denuncia política que se servía de la basura como instrumento.Deudor del situacionismo, llama Barrio situações a sus intervenciones en espacios públicos. Y, sin embargo, las que este deudo de Allan Kaprow realiza en museos y galerías que acogen su trabajo llevan el nombre de experiências. Un sinnúmero de acciones artísticas de una y otra categoría siguieron a la mencionada de 1969. De ellas se documenta una parte considerable, o al menos suficiente, en la exposición del Reina Sofía. Menciono una de 1981: la titulada Vuelvo en cinco minutos, realizada en una galería de París, con unos toneles dispuestos en fila, en cuyo interior el artista buscaba refugio para evitar la sala de exposición. En la actual retrospectiva, además de imágenes fotográficas y vídeos, encontramos una interesante vitrina con documentación original: varios cuadernos de trabajo del artista, especie de dietarios y testigos de sus empeños en la experimentación, la investigación y el cuestionamiento conceptual. Quedan esos cuadernos-libro al margen de las situações y experiências documentadas, pero nos aproximan más que ningún otro elemento al proceder de sus búsquedas: un artista que privilegia la escritura, la repetición y el registro compulsivo de sus ocupaciones. Exactamente lo mismo que, con otra medida, revierte en las situações y experiências.
Descompressão, 1973
Pero no faltan letras grandes en un grafiti que nos presta compañía: "El arte no depende del mercado de arte para ser arte", leo. Y según lo hago me vence la pereza. Me gustaba haberme topado con alguien que había tratado el alimento de los pobres como sugerente objeto performativo, pero las manidas perogrulladas del arte y el no arte, que parecen interesarle aún, resultan soporíferas, pese a la abundancia de café. Desde que ingresó en el circuito de los museos selectos, Artur Barrio pone un énfasis adicional en aleccionarnos sobre la importancia de ejercitarse en el cuestionamiento del sistema del arte. Vuelvo en cinco minutos.