Naturaleza muerta, 1901
¿La cocina de Picasso? ¿Una exposición dedicada al tema de la comida en la obra del pintor? No ha de sorprender. Se trata de un recorrido por la trayectoria del artista a través del análisis de un motivo iconográfico, del mismo modo que hubiera podido ser el paisaje urbano, el mundo del circo, el retrato o cualquier otro tema. Por lo demás, el estudio de este asunto concreto se podría extender a cualquier pintor o época. Imaginemos, por ejemplo, una exhibición sobre la cocina y la pintura holandesa del siglo XVII. No es necesario excavar demasiado para tomar conciencia del caudal de imágenes que se relacionan con la cocina: naturalezas muertas de alimentos, cuadros de costumbres con banquetes, escenas de taberna, alegorías dedicadas al gusto… Materias que, directa o indirectamente, están aquí presentes.La exposición podría haber optado por una lectura metafórica, tomando la cocina por el taller, el proceso creativo del artista. Sin embargo, y aunque algunos apartados apuntan a este enfoque, la muestra se decanta por una orientación temática, con capítulos dedicados, por ejemplo, a los "Frutos de mar" o a los "Utensilios de cocina", entrecruzada por vectores que apuntan a la evolución estilística del autor ("La cocina cubista"), a los procedimientos ("Las recetas de la estampa", al grabado, o "De la tierra, el fuego y el agua", a la cerámica), al material escrito ("Las palabras de la cocina") o al contexto histórico ("Cocina y penuria en tiempo de guerra"). El resultado, no hace falta decirlo, es de una gran fuerza: Picasso nunca defrauda.
La muestra es, entre otras cosas, un homenaje a la historia de la pintura, a una tradición que Picasso deconstruye, revisita, versiona o actualiza desde una mirada moderna. Pero, al mismo tiempo, contiene un tono lúdico, iconoclasta e irreverente, que se manifiesta, por ejemplo, en capítulos como el dedicado a la cerámica, donde se expone, entre otras piezas, un suculento plato en barro vidriado con salchichas y huevos fritos. Toda una relectura de la tradición popular en clave rabiosamente kitsch.
Otro de los aspectos laterales que toca la exposición es el de la asociación entre, por un lado, la cocina, la ingesta y la digestión y, por otro, la creación artística. En este sentido, son especialmente significativas las fotografías de David Douglas Duncan que nos muestran a Picasso, como si estuviera tocando una armónica, limpiando con la boca la espina de un lenguado hasta sacarle el último jugo. Restos que luego reaprovechará para estamparlos en arcilla en su Corrida de toros y pez (1957). Más aún, en las pinturas El bufé de Le Catalan I y II (1943), Picasso llega a engullir literalmente el objeto que pinta. Lo cuenta Robert Desnos, recogiendo las palabras del propio Picasso: "Llevaba meses almorzando en Le Catalan y hacía meses que observaba su bufé sin pensar en nada más que en qué es un bufé. Un día decido hacer un cuadro. Lo hago. Al día siguiente, cuando llego, el bufé ha desaparecido. El lugar que ocupaba está vacío... Debí de cogerlo sin darme cuenta al pintarlo". Así la raspa de pescado, así el bufé. La creación se asocia a la ingestión, a engullir, deglutir, masticar y devorar el objeto hasta incorporarlo al propio metabolismo. Así la comida, así las mujeres.
El capítulo que hace referencia al periodo de juventud del artista en Barcelona es otro de los puntos fuertes de la muestra. Habla de una época de dificultades, bohemia y penuria. Aquí el motivo de la cocina se abre a un sinfín de campos connotativos y se asocia a la miseria, la prostitución, el alcohol, a los antros y garitos marginales que frecuentaba el pintor en sus años de formación. Aparece el tema escatológico: el excremento, el sexo y la comida se interrelacionan hasta identificarse. Un pequeño dibujo, titulado El pintor Joan Ossó (1902-1903), lo expone de manera gráfica: vemos al colega y amigo de Picasso sosteniendo con una mano un plato con un pollo frito, mientras que con la otra se está masturbando, al tiempo que, con los pantalones bajados, se nos muestra defecando.
Hay un mensaje subliminal que eleva a la categoría de arte una práctica, la de la cocina, que no formaba parte del sistema tradicional de las artes, que siguiendo la escala platónica se vinculaba a los "sentidos nobles": la vista y el oído. Y lo hace precisamente poniendo en relación la figura de Picasso con la de Ferran Adrià, el prestigioso cocinero, innovador y experimentador, el primero que ha conseguido llevar los fogones a los altares del museo y la alta cultura. En este sentido, la muestra dedica un apartado, "¿Qué es la cocina?", que tiene por objeto reivindicar la creatividad en este campo. Se trata de una selección de documentos, imágenes y objetos procedentes del archivo personal del cocinero. ¿Se trata de un laboratorio? ¿O acaso debemos interpretarlo como un espacio conceptual en el que el cocinero despliega sus reflexiones? ¿Tal vez podríamos calificarlo de obra de arte? Estos y otros muchos significados están implícitos. La incorporación de Adrià en este exposición implica establecer un paragón entre el artista y el cocinero. Adrià como el nuevo Picasso. Este es el mensaje.