Salvador Dalí y Gala trabajando en el proyecto "Sueño de Venus", 1939. Foto: Eric Schaal
La mujer tiene un papel preponderante en el universo estético surrealista. Representa lo telúrico, la materia, lo inconsciente y, por tanto, está más cerca de los misterios de la naturaleza que el hombre. Encarna también el eros, el misterio del sexo, lo oculto. Para los surrealistas, la mujer es médium, un vehículo de comunicación con los arcanos. De ahí que se convierta en una suerte de hechicera, siempre en estado de trance, histérica o loca (es la Nadja de Breton). Y, evidentemente, es la musa, la inspiración del arte surrealista, el objeto del arte mismo. Sin embargo, pocas mujeres de las muchas que frecuentaron los círculos surrealistas han conseguido hacerse un nombre propio dentro de esta corriente, quizá porque su imagen respondía a la mirada masculina. No hay una particular diferencia entre la Laura de Petrarca o la Beatriz de Dante y la imagen de la mujer surrealista que hemos descrito. El contexto es diverso, pero la esencia es la misma.Desde otra perspectiva, Estrella de Diego, la comisaria de esta exposición, nos propone una exploración de la mujer surrealista a partir de Gala (Helena Dmitrievna Diakonova, Kazán, 1894 - Portlligat, 1982), la compañera de Dalí. El pintor siempre reconoció la importancia capital de aquella en la fabricación de su personaje y la influencia que tuvo en su obra; sin embargo, para los ensayistas e investigadores, Gala se identificaba simplemente con el papel de musa. De Diego reivindica a Gala en el centro mismo de la actividad creativa de Dalí. De hecho, la presente muestra es la puesta en escena de un interesante libro que la misma autora publicó en 2003, Querida Gala. Las vidas ocultas de Gala Dalí, en el que desarrolla, de una manera brillante y persuasiva, esta tesis.
Salvador Dalí: Detalle de Retrato de Gala con dos costillas de cordero en equilibrio sobre su hombro, 1934. Foto: Fundació Gala-Salvador Dalí
La lectura de Estrella de Diego amplía el mundo de Dalí e intenta explicar la extraña relación entre ambos. No se trata de reivindicar a Gala para oscurecer a Dalí, sino, al contrario, plantear la creación artística en toda su complejidad. Cabe recordar también que Gala colaboró con Dalí (en proyectos que recoge la exposición como el pabellón "Sueño de Venus" en 1939) e incluso es autora de una obra plástica tangible, aunque marginal y prácticamente desconocida: un objeto de funcionamiento simbólico que realizó a principios de los 30 y del que tan solo queda una fotografía y la descripción de Dalí, publicada en la revista El surrealismo al servicio de la revolución (1931). No obstante, la creatividad de Gala se plantea en otros términos, que podríamos definir como el don de descubrir e inspirar en otros la creación. En este sentido, la exposición hace también mención a la relación de Gala con el poeta Paul Éluard, su anterior marido. Si nos atenemos al discurso de la muestra, Gala conoció a Éluard antes de que este decidiera consagrarse a la literatura y fue ella quien lo orientó hacia la poesía. Así Paul Éluard, así Dalí.
La muestra se inicia con una referencia al Castillo de Púbol, la que fuera la residencia privada de Gala, regalo de "amor cortés" del artista y a la que sólo podía acceder por invitación de ella. Allí Gala desplegará su mundo y sus fetiches -libros, discos de vinilo y hasta un espejo de mano que pueden verse en estas salas- un mundo necesariamente diferente al del artista. Este primer capítulo posee una dimensión metafórica, porque de alguna manera reivindica un espacio autónomo e independiente para Gala. De la misma manera que la sobreabundancia de imágenes de ella posee un mensaje subliminal: hacer de Gala un icono.