Lección de historia del arte, lección n° 1, 2000

Museo Reina Sofía. Santa Isabel, 52. Madrid. Comisario: Octavio Zaya. Hasta el 4 de marzo

Si uno quiere convencerse de que las transformaciones en las artes están motivadas por el empeño de los creadores en participar en cambios necesarios de la educación, nada hay como visitar la retrospectiva que el Museo Reina Sofía dedica a la obra de Luis Camnitzer (Lübeck, 1937). Una de las instalaciones que veremos del reputado artista uruguayo se titula Lección de historia del arte; el Museo Guggenheim de Nueva York cuenta con ella en su colección permanente, quizá con la expresa intención de acoger junto a la pieza un deseado rendimiento innovador en la enseñanza de las artes. Se expuso en Madrid hace años, en 2000, en Casa de América, por entonces poco más o menos por vez primera. Y su lección, precisamente si vuelve a dictarse, no ha perdido actualidad en estas dos décadas ya transcurridas.



¿Cómo resumir esa lección vigente? En la sala donde se imparte hay diez proyectores de diapositivas que funcionan en bucle y en automático. Como no están rectos, las proyecciones no son rectangulares, sino irregulares cuadriláteros. Y como las diapositivas no llevan imagen, las proyecciones se limitan a recortes de luz blanca sobre los muros. La historia del arte que nos enseña esta Lección está en blanco; el desorden sonoro y la iconoclastia visual establecen un nuevo caos original desde el que Camnitzer invita al entendimiento artístico, como Diderot pedía a los pintores transformar en vida sensible el caótico desorden de los colores en sus paletas. Eso sí, la Lección pone en blanco nuestro horizonte para confiarnos no ya la intuición de vida sensible, sino un nuevo conocimiento, al que se nos inicia con ciegas prestaciones de diez máquinas.



Camnitzer entiende con sus obras el museo como un espacio de comunicación escolar entre artistas y visitantes

Desde su alianza con el conceptualismo en la década de 1960, Camnitzer ha hecho de su taller artístico un espacio para la exploración de órdenes de conocimiento capaces de manumitir nuestra economía visual. La exposición resume su trayectoria con unos cuantos trabajos de sus inicios, cuando los juegos conceptualistas de prestidigitación con las nociones de la imagen y las visualizaciones de la palabra lo eran todo, seguidos de importantes instalaciones y series de todas sus épocas, y coronada con una instalación expresamente nueva, realizada para esta muestra. De la guerra es su título. Está tomado del inacabado tratado militar de Carl von Clausewitz, lo mismo que las citas que se recogen rotuladas en la instalación, junto a imágenes, objetos y, sobre todo, mapas con la situación de una parte de las 75 bases militares que los Estados Unidos tienen en América Latina. Se sostiene muy bien esta pieza al final del recorrido, en conexión con tantas creaciones de Camnitzer que han ejercido de portavocías para inquietudes políticas regionales, como destacadamente lo han sido, entre otras, Tortura uruguaya (1983-84), Mirador (1997) y Memorial (2009).



Y la educación en rebeldía que se instrumenta en la obra de Camnitzer no resulta sino de una voluntad política aún más explícita. El comisario de la exposición, Octavio Zaya, ha cargado sobre ese compromiso las claves de interpretación, y plausiblemente. Porque, en efecto, nos costaría diferenciar de Lección de historia del arte una instalación de proyectores como, por poner un ejemplo, la que Raimund Kummer tituló en 2012 nóstos álgos, dedicada a la nostalgia de las imágenes, si no fuera por la intención. Camnitzer inclina su peso sobre el "giro educativo". Ha escrito ensayos sobre la enseñanza del arte como fraude, abogado insistentemente por una didáctica de la liberación y por la necesaria perturbación de la escuela. Es más, entiende el museo como espacio de comunicación escolar entre artistas y visitantes: una acción que llevó a cabo por vez primera en 2011 en el Museo del Barrio de Nueva York, y luego en otros lugares, respondía al título El museo es una escuela. Y si Diderot intercedía por una escuela en la que se aprendiera a sentir, Camnitzer imagina la escuela como lugar que rinde el conocimiento de lo inédito.



This is a mirror, you are a written sentence, 1996

El propio Camnitzer está dispuesto a hacer, como huésped del Museo Reina Sofía, un contrato con el público que comprometa su exhibición con las funciones de una escuela, aunque poco dócil. A tal fin ha reconstruido para la ocasión la instalación de 2005 El aula, con dos pizarras y asientos, donde se han programado coloquios y actividades para un reciclaje didáctico. El ofrecimiento a la participación del público se extiende a muchos otros aspectos de la muestra. Es particularmente significativa la invitación que hace en el dispositivo titulado Cuaderno de ejercicios. El visitante se encuentra en esa instalación ante imágenes u objetos con propuestas a las que ha de reaccionar escribiendo y dibujando sobre la pared. Ve, por ejemplo, una caja semiabierta realizada con cartulina negra, y lee: a) Piense por un minuto en los conceptos "adentro" y "afuera"/ b) Ubíquese en uno de ellos y explique su elección. Idealmente los espectadores cubrirán los muros de explicaciones y esquemas, y contribuirán a la gestación de conocimientos y trazos por descubrir.



Hacia un horizonte liberador se proyectan intencionalmente los trabajos que concurren en esta retrospectiva. Pero le han dado por título Hospicio de utopías fallidas, como si en ella se previera la irresolución del conocimiento utópico al que atienden las obras. Suena hermoso ese título para la exposición que se aloja en un antiguo hospicio. Está tomado de una de las inscripciones sobre placas de latón que el artista ha distribuido por el museo. Otras formulan utopías de refresco, como esta: "Sociedad de vengadores preventivos". Aprende a jugar.