Mujeres de Venecia, 1956

Museo Guggenheim. Abandoibarra, 2. Bilbao. Comisarias: Catherine Grenier y Petra Joos. Patrocinada por Iberdrola. Hasta el 24 de febrero

Volver a Giacometti (1901-1966), uno de los artistas más relevantes de la escultura y la pintura modernas, es volver a confrontarnos con unas obras que indagan en la figura y el rostro humanos mediante formas precarias y enigmáticas: por ello cada retrospectiva es una invitación a confrontarnos con sus dilemas y litigios con la existencia, los sueños y lo imaginario. Ahí reside su genuina intempestividad que se actualiza con el diálogo que da forma cada visitante a la luz de su propia experiencia y memoria del arte. El Museo Guggenheim Bilbao toma el relevo a la Tate Modern en su tentativa por mostrar una gran retrospectiva del artista suizo Alberto Giacometti que reúne más de 200 esculturas, pinturas y dibujos. La mayoría de las piezas han sido cedidas por la Fundación Giacometti (París).



Organizada atendiendo a un eje cronológico y a la vez a una disposición por temas, esta magnífica muestra, comisariaza por Catherine Grenier y Petra Joos, y con la colaboración de Mathilde Lecuyer-Maillé, permite una comprensión cabal y exhaustiva de la trayectoria de este artista. Hijo de un conocido pintor suizo, Giacometti se traslada a París en 1922 para profundizar en su formación artística con el escultor Antoine Bourdelle. Esa ciudad acogía a una formidable constelación de artistas modernos, cuyas obras serán fuentes de interrogación y exploración. Pronto se alejará de las convenciones académicas para tallar una serie de piezas que se inscriben en la herencia poscubista de artistas como Jacques Lipchitz, Constantin Brancusi o Pablo Picasso. La escultura de la Antigua Grecia que descubre en sus visitas al Louvre o las obras del Musée d'Éthnographie du Trocadéro, así como la difusión y estudio que revistas como Cahiers d'Art, dirigida por Zervos, y Documents, a cargo de Bataille, serán veneros para su indagación sobre el arte de las vanguardias modernas y el arte de civilizaciones antiguas. Mujer cuchara (1927), es una de la piezas más célebres de ese periodo y se presenta la primera versión realizada en yeso. Le seguirán otras piezas de cabezas entre las que destacan una serie de volúmenes aplanados que condensan una dimensión figurativa y otra abstracta, y que despertarán el interés de Georges Bataille, André Breton o Salvador Dalí en 1929.



Cada retrospectiva de Giacometti es una invitación a confrontarnos con sus litigios con la existencia y los sueños

A partir de ese momento se acercará al Surrealismo, incorporándose al grupo de Breton en 1931. La célebre Bola suspendida (1930-1931) una escultura-objeto que de modo entusiasta valoró Dalí, puede interpretarse como una suerte de manifiesto escultórico de las premisas surrealista. Objeto desagradable (1931) constituye junto a la anterior un emblema del hacer pulsional del subconsciente que moviliza significaciones eróticas, violentas y perturbadoras. Hay dos piezas que destacan por su formalización más geométrica y por la impronta melancólica que cifran: Cubo (1933-34) realizada en bronce y que lleva tallada un autorretrato y Cabeza cráneo (1934) en yeso, una suerte de fascinante vanitas moderna. Una de sus piezas más conocidas Objeto invisible, modelo base (1934-35), ocupa un lugar privilegiado en la muestra.



Bola suspendida (1930-31) y, a la derecha La nariz (1947)

Las querellas estéticas y políticas que dividen a las corrientes surrealistas lo separan progresivamente de Breton y de su afán normativo hasta quedar excluido. Valerse de modelos fue una de las razones que provocarían su alejamiento de las poéticas surrealistas. En los años cuarenta inicia su peculiar imaginario expresionista con figuras alargadas y filiformes. Esa figuración se decantará hacia una atención especial a la representación del rostro tanto en sus esculturas como en sus pinturas. Con sus esculturas minúsculas creadas entre 1938 y 1944 vendrá a explorar las relaciones de percepción espacial y problematizará así las convenciones de escala y representación. Poco importa el tamaño: sabe que nunca podrá obtener una visión completa de la figura, que son ensayos de aproximación a dar forma incompleta e insatisfecha a sus piezas. Tras la experiencia traumática de la Segunda Guerra Mundial, construye La nariz (1947), adentrándose en una poética del absurdo y en un juego de tensiones entre lo cerrado y lo abierto. Hay una sección dedicada a sus figuras alargadas y filiformes con superficies texturizadas casi siempre, entre las que se encuentra su obra más conocida: Hombre que camina I (1960) y que representa una síntesis de las esculturas que inicia en 1947. El filosófo Sartre que entablaría amistad con él y que escribió algunos textos para sus catálogos, lo definió como "el artista existencialista perfecto" por los valores de angustia exsitencial que se asociaban a esas figuras. Otra de las piezas que más sobresalen en esta retrospectiva es el conjunto escultórico en yeso, Mujeres de Venecia (1956) que presentó en la Bienal de Venecia de 1956. Ha sido recientemente restaurado y se ha mostrado en muy pocas ocasiones.



Un apartado sobresaliente está integrado por sus pinturas y dibujos, entre los que destacaría los retratos y es especial el dedicado al escritor y amigo Jean Genet, quien sobre su obra escribió: "Pareciera más bien que su arte se propone descubrir esa herida secreta de todo ser y hasta de toda cosa, a fin de que los ilumine". Tal es la experiencia que percibimos al recorrer esta constelación de enigmas que suscitan sus prodigiosas esculturas y pinturas.