Picasso: Retrato de Dora Maar (1937) y, a la derecha, Francis Picabia: Habia II (h. 1938 y 1945)

Fundación Mapfre. Diputació, 250 Barcelona. Comisaria: Aurélie Verdier. Hasta el 13 de enero

Las imágenes, ya lo decían los antiguos, son mudas. Entonces, ¿cómo hacerlas hablar? Breton -y con él una larga tradición- empezó a confrontarlas con objetos cuanto más dispares mejor, para provocar chispas de sentido. La oposición disonante entre ellos hacía aflorar significados ocultos e insospechados, pero que, sin embargo, soterrados, estaban implícitos en ellos. Salvando las distancias, éste es también el principio del montaje cinematográfico. No hace falta insistir en los experimentos de Lev Kuleshov, uno de los pioneros de cine ruso, que yuxtaponía el primer plano de una fotografía de un actor con la misma expresión alternativamente con los planos de un plato de sopa, de una señora en un canapé y de un cadáver en un ataúd. A pesar del rostro impasible del actor -insistimos, se trataba de una imagen fija-, el público le atribuía distintas emociones: hambre, deseo o tristeza... en virtud de la asociación del rostro con las otras imágenes.



Como en el caso de Lev Kuleshov, una obra de Picabia tomada por separado puede comunicar muchas cosas, pero su sentido se modificará y amplificará si se yuxtapone y se asocia con otra, en este caso, de Picasso. Poner en esta exposición de la Fundación Mapfre frente a frente dos artistas tan distintos como Picasso (Málaga, 1881- Mougins,1973) y Picabia (París, 1879-1953) es una manera de hacerlos hablar y revelar aspectos que pasaban desapercibidos: Picasso alumbra a Picabia, y el dadaísta francés descubre nuevos sentidos en Picasso en un viaje de ida y vuelta. Y eso es así porque los contenidos de uno se desplazan y contaminan al otro en una lógica de asociaciones e intercambios. Es, pues, un procedimiento para hacer hablar a las imágenes.



Confrontar a Picasso y Picabia es aproximarse a lo prohibido e intocable. este es el punto fuerte de la exposición

Ahora bien, ¿es todo susceptible a este juego de asociaciones? No podríamos asegurarlo. Picasso y Picabia, a priori, se presentan como opuestos. El malagueño es el símbolo de la gran pintura y de la idea -o tópico- del progreso implícita en las vanguardias, la innovación, la libertad... Picabia representa lo contrario: es el artista iconoclasta, la provocación incendiaria, el gesto irreverente, el juego anarquista... Acaso la comisaria de esta exposición, Aurélie Verdier, no sea totalmente consciente, pero confrontarles es aproximarse a lo prohibido y a lo intocable, algo que resulta especialmente atractivo y constituye el punto fuerte de esta muestra.



La exposición es impecable y posee un carácter académico en el mejor sentido de la palabra. Se han reunido piezas muy significativas de estos dos artistas en un itinerario bien trabado y erudito que explica las correspondencias y evolución de ambos con toda su complejidad... Y, sin embargo, Picabia no deja de ser un petardo que explota en la cara de Picasso y que cuestiona todo el relato del arte contemporáneo.



Ciertamente, Picabia posee múltiples derivaciones y etapas y no se explica solo por su periodo dadaísta. Siempre será un tarro de ácido sulfúrico arrojado a la institución arte. Una de sus piezas más representativas, exhibida en la muestra, es Danse de Saint -Guy (Tabac-Rat), puro juego y provocación, un simple marco vacío en el interior del cual hay unos cordeles que sujetan unos papelitos con las inscripciones que dan título a la obra... ¿Qué pasa cuando esta pieza dialoga con Picasso? Pues que Picasso se transforma también en una especie de broma, una payasada, algo kitsch... Y, a la inversa, Picabia, a la luz de Picasso, aparece como un pintor más "serio", resultado del juego de espejos y de miradas cruzadas que nos propone esta exposición.