Álvaro Negro: Sin título, 2018
Animales disecados, artilugios científicos y hasta "sangre de dragón" eran sólo algunas de las maravillas que se coleccionaban en los Wunderkammern o gabinetes de curiosidades. La exposición Abundó en felices curiosidades los toma como punto de partida aunque el resultado final se aleje del origen. No se asusten. Salimos ganando. Su flanco fuerte es la selección de obras, sutilmente hiladas en un montaje limpio y cuidado que escucha los pequeños accidentes del espacio. Siguen ahí las extrañas combinaciones propias de los cuartos de maravillas, en las esculturas de piedra -un mono y una niña- de Stefan Rinck (Homburg, 1973) y las piezas de bismuto, un material quebradizo y lleno de brillos minerales, de Javier Arbizu (Estella, 1984).Pero lo bueno empieza con la pintura bordada de Julia Huete (Orense, 1990), todo un descubrimiento, que crea pequeñas composiciones monocromas en las que el hilo sustituye al gesto del pincel. Parece como si uno de sus rectángulos negros saltara al pequeño lienzo vecino de Secundino Hernández (Madrid, 1975), que a su vez se descuelga en el cemento encerado de los talones de los zapatos de Christian García Bello (La Coruña, 1986) que, con una sobriedad y economía de medios total nos remiten a la ausencia. Miguel Marina (Madrid, 1989), otro nombre que empieza a sonar, experimenta sobre papel con restos de aceite y grafito creando una pátina rugosa. Y hay veladuras, también, en una pieza sublime de Álvaro Negro (Lalín, 1973) que oculta la pintura bajo una sutil tela llena de brillos metálicos que tienen su réplica en bronce en otro de sus lienzos. No son las únicas que firma, abre este gabinete de pintura un óvalo iluminado por una vela de cera. Reflexiona sobre la genealogía del medio protagonista de la muestra pero también sobre el paso del tiempo.
@LuisaEspino4