En 1985 un volumen del libro El Monte, de la antropóloga Lydia Cabrera, cayó en manos de Belkis Ayón. En sus páginas, la joven de 18 años descubrió la Sociedad Secreta Abakuá y su carácter curioso le llevó a investigar en torno a esta hermética hermandad procedente de Nigeria. “Esta sociedad le posibilitó no solo encontrar un objeto de estudio singular sino también generar un imaginario iconográfico inédito”, explica Manuel Borja-Villel, director del Museo Reina Sofía, donde se puede ver la primera retrospectiva dedicada a la artista en Europa. Su corta trayectoria queda cubierta en un recorrido que reúne 84 piezas entre las se encuentran tres cerámicas que presentó en la Bienal de Venecia de 1993 y algunas obras inéditas que nunca han salido de Cuba.

“Su vida fue fugaz y fulgurante”, advierte el director. A los 19 años inició sus estudios en el Instituto Superior de Arte de La Habana, etapa en la que hizo sus primeros trabajos en diversas técnicas como la litografía, la xilografía o el linóleo. En 1988, cuando predominaba el arte instalativo en la escena artística internacional, Ayón (La Habana, 1967-1999) apostó por la colografía, una peculiar técnica de grabado que consiste en pegar distintos materiales en una plancha de cartón. A pesar del anacronismo que suponía para la época a la obra de Ayón le otorgó unos matices y texturas difíciles de conseguir de otro modo. 

Una sociedad sin mujeres

'La consagración', 1991

Una de las características más singulares de su obra es que se encuentra marcada precisamente por la sociedad Abakuá que había descubierto y se había convertido en obsesión. Esta religión procedente de Nigeria fue introducida en Cuba a través de esclavos africanos a principios del siglo XIX. La hermandad, fundada por y para hombres, actuaba en Cuba como una “sociedad de apoyo a los más desfavorecidos”, recuerda el director de la pinacoteca. Actualmente cuenta con cerca de 30.000 fieles.

Además de toda una serie de rituales, creencias y leyendas orales a las que Ayón equipó de un imaginario, esta sociedad, de la que las mujeres quedan excluidas, cuenta con una diosa llamada Sikán que fue sacrificada por los mismos miembros. Todas estas leyendas orales sobre este hermético grupo le sirvieron de inspiración y en muchas ocasiones, asegura Cristina Vives, comisaria de la muestra, la figura de la diosa se asemeja a la de la propia artista. Dos vídeos que se pueden ver en la exposición constatan “la similitud entre ambas”, aprecia. 

Si bien en los primeros compases de su trayectoria Ayón dotó de color a sus trabajos, entrados los años 90 la artista decidió virar hacia el blanco y negro. Sus piezas transmiten así una sensación de religiosidad y misterio que enmascara la verdadera intención de la artista que no era otra si no la de abordar asuntos como la censura, la violencia, la intolerancia, la exclusión y los mecanismos de poder. 

La crisis de valores de Cuba

'La cena', 1991

Para Vives, amiga de la artista y experta en su obra, conviene ubicar a Ayón en el contexto histórico en el que desarrolló su obra. Los años 90, cuando alcanza la madurez creativa, estuvieron marcados por la caída del Muro de Berlín y el colapso del socialismo en los países de Europa. Todo esto tuvo su repercusión en Cuba y la isla se sumió en una crisis socioeconómica y el “sistema de valores cayó abruptamente antes los ojos de todo el mundo”, recuerda Vives. 

En este contexto, la obra de Ayón “esconde una posición cívica y ética que comparte con otros artistas de su misma generación como Tania Bruguera o Los Carpinteros”. Todos ellos, continúa Vives, “fueron auténticos magos que se escondieron detrás de la técnica y de una narrativa aparentemente inofensiva”. 

Avanzados los años 90 la obra de la artista sufrió un nuevo cambio. Si bien hasta ese momento sus piezas de gran formato habían adquirido características instalativas, a partir de 1997 redujeron su tamaño y tomaron una forma circular. También dejó de lado la sociedad Abakuá para representar un único rostro femenino que se puede identificar con el de la propia artista sufriendo el mismo desasosiego que había vivido la diosa Sikán. A través de los títulos otorgados a las obras se puede deducir que Ayón sufría agonía, soledad y angustia por encontrar una salida. Una salida que encontró en 1999 cuando decidió quitarse la vida de un disparo en la casa de sus abuelos en La Habana.

A pesar de su corta trayectoria, Cristina Vives asegura que la artista cubana construyó “un discurso universal contra la marginalidad, la frustración, el miedo, la censura, la intolerancia, la violencia, la impotencia y la falta de libertad”.

@scamarzana