Los museos y centros de arte, en cuanto instituciones que tienen entre sus misiones investigar las genealogías y acontecimientos que han tramado la configuración del arte contemporáneo y sus espacios de educación y mediación, producen a veces exposiciones en las que priman documentos, acciones, archivos. Es el caso de la muestra producida por Artium: Un sitio para pensar. Escuelas y prácticas educativas experimentales de arte en el País Vasco, 1957-1979, comisariada por Mikel Onaindia, Rocío Robles Tardío y Sergio Rubira. Se trata de un singular ensayo curatorial y de una arriesgada puesta en escena de un conjunto de acontecimientos de índole dispar, acciones artísticas y pedagógicas, y también políticas, ocurridas en poco más de dos décadas.
El principal artista catalizador de esas escuelas y prácticas educativas en el contexto vasco-navarro fue Oteiza. Había proclamado, en 1959, su abandono de la práctica escultórica como conclusión experimental, para dedicarse a la producción poética, ensayística y de intervenciones en diálogo con la arquitectura y el urbanismo. De ahí que el hilo conductor de la propuesta se apoye en una cita de Oteiza extraída del Quousque Tandem…! Ensayo de una interpretación estética del alma vasca (1963): “Nosotros, que no tenemos ni un lugar de convergencia, ni un simple sitio para reunirnos a pensar, no podemos hablar de investigación”.
Una constelación de propuestas experimentales y novedosas que ampliaron el paisaje del arte emergente
El humus de ese periodo acoge una heterogénea pluralidad de destellos modernos y pedagógicos, de esos proyectos comunitarios que vindican una convergencia entre las artes. Y también una acción simbiótica entre los más sobresalientes artistas modernos (Oteiza, Ibarrola, Chillida, Balerdi, Sistiaga, Amable, Basterretxea, Zumeta, Marina Dapena y Esther Ferrer) y una cultura popular emergente.
De este modo la muestra se despliega a partir de los primeros proyectos promovidos por Oteiza y otros artistas, entre los que cabe destacar la Escuela Experimental de Elorrio (1964-1965), el proyecto de la Escuela Vasca de Arte Contemporáneo (1965-1968) o la Escuela de Arte de Deba (1969-1972). Y se prologan en otras tentativas y casos de estudio hasta los años 1979-1980, cuando la Escuela Superior de Bellas Artes del País Vasco inicia una nueva etapa como Facultad en el sistema universitario.
Casi una veintena de casos son abordados en esta muestra semillero de posibles exposiciones específicas. Así, por ejemplo, los dedicados a Ángel Ferrant, la Academia Errante, la Escuela Experimental de Córdoba, Equipo 57 y la Asociación Artística de Guipúzcoa. O las propuestas del Taller de Expresión Libre (TEL) de José Antonio Sistiaga y Esther Ferrer, la Escuela experimental de Elorrio, la práctica docente y la defensa del papel transformador del arte en la sociedad de esos años que realizan José Luis Zumeta, Rafael Ruiz Balerdi, Isabel Baquedano y Rosa Valverde.
Además, se indagan en otros proyectos como el dedicado al diseño moderno, Biok-Espiral –en el que participa Néstor Basterretxea–, el de Estampa Popular de Vizcaya –con Agustín Ibarrola, María Dapena y Dionisio Blanco–, la Plaza de Ezkurdi y las Salas Municipales de Durango, la editorial Ederti, el Cineclub Irún, el eco del Laboratorio de Formas de Galicia, los Encuentros de Pamplona (1972), la arquitectura escolar y las ikastolas de nueva planta, así como iniciativas de puesta en marcha de universidades populares. Una constelación de propuestas experimentales y novedosas que ampliaron el paisaje del arte emergente y de las instituciones para pensar, educar, crear y divulgar.
El cabal montaje de la muestra, diseñado por Xabier Salaberria, reúne en un diálogo recíproco numerosos documentos, fotografías, documentales y una selección de obras de ese periodo. Quizá hubiera sido oportuno incorporar más obras, para que los públicos menos especializados relacionen mejor esa miríada de acontecimientos con las trayectorias creativas de esa trama moderna vasca. Una puesta en escena que amalgama con acierto la mezcla de acontecimientos, iniciativas pedagógicas y prácticas artísticas de aquella acción heteróclita que sucedió en contexto social e histórico irrepetible.
Expandiendo la muestra de Artium, la Fundación Museo Jorge Oteiza (Alzuza) se ocupa de un caso de estudio: la semana de Arte celebrada en 1961 en Irún, organizada por el cineclub. Recordemos que Oteiza había fijado su residencia en-taller junto a Basterretxea en la ciudad fronteriza en 1959 y permaneció hasta 1975. En el Museo, además de numerosa documentación relacionada con el cineclub, se proyectan A ras de río, de Javier Aguirre; Txapeldun, de Xabier Zuazu y se muestran obras de artistas que formaron parte de la exposición de la Semana de Arte, como Oteiza, Chillida, Mendiburu, Mari Paz Jiménez, Weissmann, Menchu Gal, Montes Iturrioz, Antonio Valverde o Néstor Basterretxea.
Esta audaz muestra en las dos sedes, dada su índole de investigación histórica y crítica, no puede entenderse sin la publicación que contribuye a evaluar mejor ese contexto. Además de los textos del equipo de comisariado se incorporan otras investigaciones a cargo de Juan Pablo Huércanos, Miren Vadillo, Fátima Sarasola, David Fuente e Irene López. Aquellos anhelos renovadores tuvieron se expresión más relevante en el manifiesto del Grupo Gaur (1966): “Todos sabemos ya quiénes somos y que una poderosa juventud de artistas vascos reclama el sitio y la atención y los derechos que se les debe reconocer en nuestro país, y que tenemos pasado, presente y futuro, para saber cuáles son nuestros propósitos y nuestras necesidades…”. Especies de sitios para pensar y tomar conciencia propia muestra este proyecto que exige varias visitas para apreciar su complejidad.