A mediados de los noventa, tras más de diez años expatriada, después de pasar por la Escuela de Bellas Artes de Sant Jordi (Barcelona), por la Cité Internacional des Arts de París y la Academia de España en Roma, instalada de nuevo en Galicia, Berta Cáccamo (Vigo, 1963-2018) realizó una serie de trabajos bajo el título Horas felices. Era el resultado de años de viajes y búsquedas en las que, al descubrimiento de figuras como Blinky Palermo o los franceses Supports-Surfaces, se sumaron también una serie de hallazgos e intereses hacia disciplinas como la antropología y la historia natural que definieron su manera de enfrentarse a un vínculo con el arte altamente teórico y procesual.
Horas felices es también el título que el comisario Juan de Nieves, albacea además del legado de la artista, ha elegido para la retrospectiva del Museo Patio Herreriano de Valladolid. Desde la prematura muerte de Berta Cáccamo en 2018, el trabajo que De Nieves y la familia de la pintora han planteado nace de la necesidad de repensar sin ella el modo en que planteó su carrera, haciéndolo no simplemente desde una visión puramente teórico-práctica, sino desde lo político y desde su condición de mujer pintora en un medio dominado por hombres.
La revisión se formula desde un punto intermedio en la carrera de Cáccamo, desde el cual se echa la vista atrás para contemplar sus primeras obras, caracterizadas por un vínculo inevitable con el informalismo de Joan Hernández Pijuan –profesor de Cáccamo en Barcelona–; por la sutileza que la organicidad de las manchas adquiere sin renunciar a la forma en las pinturas parisinas; o por la presencia casi calurosa de la mano de la artista en esa serie de trabajos que dan título a la muestra. En ellos, el trazo se alarga serpenteante y sedimentado, no sabemos si feliz u obsesivo. Desde ahí, la vista exige una mirada hacia adelante con la que se dirige hacia la consolidación de una pintura de carácter bifronte, que no dejará de avanzar en su pesquisa, pero que tampoco olvidará lo vivido. Buen ejemplo serán las constantes miradas hacia atrás que obligan, durante el exquisito diálogo que Horas felices traza, a revisar sus cartelas y confirmar los años en que muchas de las piezas fueron pintadas.
Podría destacarse Sernam (2016), cuyo título repetirá el de una serie realizada casi tres décadas antes en París. Sernam está ahora insertada en Un transitar, un aparte en Horas felices que plantea una convivencia entre el trabajo de Cáccamo y otros pintores como Juan Uslé, Miguel Ángel Campano o un exquisito Joan Puig Manera, entre otros. Esas obras, pertenecientes a la colección de la Asociación de Arte Contemporáneo de la que es depositario el Museo Patio Herreriano, evidencian la escasa presencia de artistas mujeres en nuestras colecciones.
No es Berta Cáccamo una pintora olvidada. A veces es necesario revisar contextos y asumir que no todo recorre los mismos caminos. Su carrera, al igual que la de buena parte de los y las artistas que de algún modo reaccionaron contra una forma de entender la pintura que se ha asociado a los primeros años 80, no ha sido un camino de rosas. Víctimas de su determinación frente a muchas de esas posturas, o del hastío que quizás provocó en algunos de ellos el encontrarse con un terreno barrido en el que se premiaron actitudes con las que jamás comulgaron. En medio de todo eso Berta Cáccamo mantuvo un espacio de acción que le permitió seguir teniendo una presencia tímida en instituciones y mercado. Ejemplo de ello fue la retrospectiva que el CGAC le dedicó en 2016.
El 12 de diciembre de 2017, en la gala de Premios da Cultura Galega que reconoció la larga trayectoria de Berta Cáccamo, la pintora pronunció un breve discurso en el que afirmó sentirse agradecida y consciente de la complejidad de su lenguaje pictórico. Se refirió a él como una investigación a la que había dedicado con continuidad más de tres décadas, “sintiéndola como argumento vital para construir el lenguaje e inventar nuevos modos para una disciplina antigua como es la pintura”.
Aquella noche pidió y deseó “un cambio de rumbo, un esfuerzo para fijar la atención en la financiación de la cultura: la promoción, la producción y la educación en arte dirigida por expertos cualificados para su tarea”. Allí, ante la mirada incómoda de los responsables políticos a los que ella observaba fijamente frase tras frase, Cáccamo reafirmó su compromiso con un arte no ensimismado. Seis meses después fallecía, inesperadamente, a la edad de 54 años. Las condolencias se manifestaron desde todos los frentes, su figura nunca había sido cómoda para los pagados de sí mismos, pero su rigor era incuestionable y Horas felices es el mejor ejemplo de ello.