En los primeros compases del siglo XVII el pintor barroco Annibale Carracci recibió un encargo que se convertiría en el trabajo más importante de sus últimos años de vida. El banquero español Juan Enríquez de Herrera le encomendó la tarea de pintar la capilla familiar de la iglesia Santiago de los Españoles de Roma. El pintor ideó 19 frescos y un cuadro de altar pero el deterioro del edificio provocó la dispersión de las piezas y aunque algunas se han perdido, el Museo del Prado ha conseguido reunir lo que queda del conjunto en Annibale Carracci. Los frescos de la capilla Herrera, exposición que se podrá ver desde el 7 de marzo hasta el 22 de junio.
“El Museo del Prado tiene misiones claras como la conservación y exposición de las obras pero también la de contar historias”, comenta Andrés Úbeda, comisario de la muestra y director adjunto del museo. Y esta es una de esas ocasiones en las que la pinacoteca recupera un episodio interesante de la historia y la historia del arte. Desde el siglo XV y hasta el XVIII esta iglesia fue uno de los símbolos de la monarquía española en Roma. El encargo consistía en dedicar la capilla a san Diego de Alcalá, franciscano a quien el banquero había rezado por la sanación de su hijo enfermo.
Carracci emprendió el trabajo en 1602 siempre con la ayuda de algunos pintores de su círculo cercano. Pero no pudo culminar el proyecto ya que en 1605 una grave enfermedad le apartó del proyecto y tuvo que confiar la dirección de la pintura a Francesco Albani. Con el paso del tiempo la iglesia comenzó a sufrir deterioros y su consiguiente abandono. “En 1830 se decidió trasladar todo a otra iglesia, la de Montserrat, símbolo de la corona de Aragón”, recuerda Úbeda. Sin embargo, “el problema surgió con el conjunto mural de Carracci y finalmente se tomó la decisión de arrancarlo. Aunque fue algo traumático, Pellegrino Succi hizo un buen trabajo”, añade el director adjunto del museo.
20 años más tarde, en 1850, se obtuvo el permiso de trasladar el conjunto del puerto de Civitavecchia rumbo a Barcelona. Una vez allí, el conjunto se desmembró: nueve pinturas se quedaron en la capital catalana, siete recalaron en Madrid y las tres restantes, junto al altar, fueron a parar a la iglesia de Santa María de Montserrat de Roma. Sin embargo, estas tres piezas han desaparecido y ni siquiera en la iglesia tienen constancia de su paradero. “Los documentos no permiten rastrear y responder a todas las preguntas que se plantean”, lamenta Úbeda.
Los siete fragmentos que llegaron a Madrid forman parte de la colección del Museo del Prado y fueron restaurados en 2012, cuando ya empezaban a planear esta muestra: los cuatro trapecios que decoraban la bóveda de la capilla y que relatan la vida de san Diego Alcalá y tres óvalos que originalmente se veían en las pechinas. Las nueve partes que se quedaron en Barcelona son ahora propiedad del MNAC, centro junto al que se ha organizado la muestra: dos murales del exterior, cuatro arrancadas de las paredes laterales y tres pinturas al fresco de la linterna de la iglesia. Todas ellas, junto al óleo San Diego de Alcalá intercede por Diego Enríquez de Herrera se muestran junto a una selección de dibujos, libros y un vídeo que recrea la antigua iglesia, hoy ya desaparecida y que estaba situada en la Piazza Navona de Roma.
Evocando la capilla Herrera
La disposición de las piezas “evoca la capilla original de Carracci”, asegura Úbeda. Tras las dos primeras salas en las que se cuenta la historia de este proyecto, el visitante “se enfrenta a las dos pinturas del exterior” para pasar, después, al conjunto de frescos que se encontraban a la altura de los ojos de quienes visitaban la iglesia. “Se pretende evocar el camino ascendente de la capilla hasta llegar al luneto y el casquete de la linterna”, apunta el comisario.
Las pinturas situadas a la altura de los ojos de los visitantes representan dos milagros de san Diego como la curación de un joven ciego y el milagro de las rosas que, casi con total seguridad, salieron del pincel de Albani cuando este tomó las riendas del proyecto. En la siguiente sala se encuentran los frescos situados a media altura con escenas de la predicación de san Diego y la Aparición de san Diego en su sepulcro, atribuidas al círculo cercano de Carracci mientras que los dos óvalos en los que vemos a San Francisco y a San Lorenzo se observa la mano del propio artista al que se encargó el trabajo. Además de las pinturas la exposición reúne un conjunto de dibujos preparatorios en los que Carracci y Albani ensayaron algunas propuestas que se pueden ver en los frescos finales.
Se conoce que este tipo de trabajos se empezaban por la parte más alta del edificio para evitar así el deterioro de las pinturas realizadas en los niveles inferiores. De modo que Carracci y Albani comenzaron la intervención con la imagen de la Asunción de la Virgen, situada en el nivel superior de la capilla para continuar, después, con los Apóstoles alrededor del sepulcro de la virgen.
Trabajo de investigación
Esta exposición, que estaba en el radar de la pinacoteca desde hace años, ha supuesto una profunda investigación en torno a este trabajo de Annibale Carracci. El estudio, asegura Úbeda, “permitió dar pasos importantes aunque nos encontramos ante unas perspectivas negativas porque había un periodo de vacío en la biografía del artista”. Esto se debe a la publicación de la biografía, que se ha considerado canónica, por parte de Norman Bryson. El prestigioso historiador del arte “decidió, valorando tan solo unas fotografías, que no merecía la pena estudiar los últimos años de Carracci”, lamenta Úbeda.
No obstante, el comisario asegura que han aprendido que “a pesar de que el estado de conservación de los frescos no fuera el mejor, la calidad de los mismos es suprema”. En definitiva, “Carracci puso todo su talento en el encargo del banquero”, y ahora podemos volver a verlo.