La importancia y confluencia del grabado en Alemania y México durante la primera mitad del siglo XX resulta, de primeras, insospechada. Pero no es tan sorprendente si, como hicieron los comisarios Benjamin Buchloh y Michelle Harewood, partimos de los ensayos que Paul Westheim dedicó a la historia de la xilografía en Alemania, en 1921, y después al grabado en México, donde emigró en 1941. En ambos estudios, el historiador del arte judío identificó estas técnicas con las señas de identidad de ambas naciones, y su distribución popular con sus aspiraciones más progresistas, vanguardistas y comprometidas en el convulso periodo que abarca esta muestra. Hoy, en la proximidad de la guerra, las desigualdades, las injusticias y la hambruna, esta exposición muy política y dura, sin duda, es oportuna.
En el recorrido, con más de 450 papeles, emergen los más sobresalientes maestros del grabado de la época, con dos mujeres destacadas, desde Kathe Kollwitz hasta Elizabeth Catlett, cuya ejemplaridad moral estuvo unida a su compromiso con la experimentación formal y técnica para conseguir la difusión más eficaz y honda para sus denuncias.
En el montaje, muy sobrio, se intercala la proyección del filme Río escondido (Emilio Fernández, 1948), a mitad del recorrido y, al final, los documentales de Paul Rotha, al hilo de la Primera y Segunda Guerra mundial. No tengo muy claro el acierto en el inicio de la exposición con la presentación a la par de Kathe Kollwitz frente a José Guadalupe Posada, considerado el iniciador del grabado nacionalista en el contexto de la revolución mexicana.
Las caricaturas políticas de Posada consolidaron los iconos populares de la calavera y el esqueleto aún con un estilo formal decimonónico, pero la artista, muy familiarizada inicialmente con la iconografía de esqueletos y calaveras reivindicada por la cultura visual alemana de mediados del XIX, que ella revolucionaría con sus grabados realistas, a partir de 1919 ya estaba en otra cosa. Urgida por la guerra, con casi sesenta años y ya bien reconocida, se pasaría al uso de la xilografía, un lenguaje de raigambre ancestral más conectado con el proletariado y, al tiempo, vanguardista, con su adopción entre los jóvenes y “primitivos” expresionistas. Kollwitz hace palidecer al regresivo Posada.
Tras la sala dedicada a otros dos monstruos, el “picasso alemán” Beckmann y la conocida serie de la guerra de Grosz, ahora todavía más difícil de contemplar, el resto va desgranando las sucesivas etapas del Taller de Gráfica Popular (TGP), fundado en 1937 como cooperativa, con amplia repercusión internacional y que atrajo a exiliados como Josep Renau y jóvenes artistas estadounidenses, como la afrodescendiente Elizabeth Catlett.
Es mucho lo dedicado al trabajo de Leopoldo Méndez, con maravillosos linograbados siempre de composición equilibrada y perfecta. Pero también Méndez se sumó, junto a Luis Arenal, Isidoro Ocampo, Pablo O’Higgins y Guillermo Monroy, a las impactantes litografías propagandísticas en tintas negra y roja contra el nazismo y los fascismos, incluido el español con Francisco Franco. Esta etapa se cerraría con el Álbum documental realizado por Hans Meyer, antes director de la Bauhaus, junto a su mujer Anna Seghers, que se encargó de su documentación con fotografías.
Y es de agradecer el énfasis actualizado en las artistas, entre otras Margaret Taylor Burroughs, María Luisa Martín, Fanny Rabel y la más conocida como fotógrafa Anna Yampolsky. Esta última fue la primera mujer que ingresó en el TGP, con la que se introduce una mirada femenina y más cotidiana en esta segunda generación, que recogió a jóvenes artistas estadounidenses que se refugiaron en México durante la represión política y racial de McCarthy.
En cuanto al poderoso trabajo de Catlett, es una lástima que el periodo abordado en esta exposición haya excluido la producción feminista del TGP en 1963, cuando la artista, ya nacionalizada mexicana, tomaría la dirección de la cooperativa junto a Celia Calderón. Aunque en todo este recorrido germano-mexicano la figura de la mujer sufriente, víctima junto a sus hijos de toda clase de injusticias, vejaciones y privaciones sea una constante.
El final es alemán. Las modernas, impactantes y comprometidas xilografías del judío Gerd Arntz, considerado el fundador de los actuales pictogramas, se hallan en el origen de las Bildstatistik, estadísticas con imágenes de Otto Neurath. Emigrado al Reino Unido tras la Segunda Guerra Mundial, Neurath creo junto a su mujer, Marie Reidemester-Neurath, el proyecto Isotype, crucial para la difusión de información sociológica y económica para las clases trabajadoras por su impactante evidencia visual. Una vitrina con libros ilustrados para niños de Marie muestra también su interés en la educación y su repercusión, detectable todavía hoy en publicaciones infantiles.