Somos testigos de una creciente pérdida de biodiversidad, hemos pasado el pico de mayor productividad de los combustibles fósiles, los suelos del planeta están esquilmados, se ha vuelto un lugar común decir que las próximas generaciones dispondrán de menos recursos que la nuestra. Frente a este panorama, se presenta la exposición Futuros abundantes. Título sin duda deliberadamente provocativo, que podría justificarse como una ironía, y explicarse atendiendo al carácter contradictorio del arte, pero que, sin embargo, se propone con toda sinceridad ofrecer una panoplia de ideas para que no se cumplan las previsiones de un futuro de escasez generalizada.
Lo que reúne esta gran exposición –por cantidad y calidad de las obras– es una selección variopinta en formato y temática, de artistas de todo el planeta, que si en ocasiones pierde coherencia, en otras se engarza con la coherencia imposible de la poesía. En cuanto a delinear futuros abundantes… junto a algunas propuestas que mejorarían nuestro porvenir colectivo, hay reflexiones sobre los males del presente y cuestionamientos de ideas que damos por sentadas.
Es imposible resumir esta abrumadora exposición, cuyas piezas proceden de la colección de la Fundación TBA21
Es decir, se afirma una nueva cultura en la que ciencia y arte colaboran para investigar imaginativamente, en la que se escruta el futuro con tanta insistencia como el pasado y en la que se da valor a comportamientos que no suelen tenerlo. Así que, finalmente, entiendo que los futuros abundantes lo serán de formas distintas de entender el mundo. Echo de menos, en todo caso, que tras un título tan contundente no haya más pensamiento crítico y esperanzas más fundadas. Por así decir, un poco menos de astronomía y un poco más de economía.
En la línea de la reivindicación de ciertas tradiciones están los collages cerámicos de Asunción Molinos: tótems hechos de las más variadas vasijas para la siempre preciosa agua. También el trabajo de Naufus Ramírez-Figueroa, sobre los cultivos de una cultura extinguida por la colonización, los ch’olti, cuyas figuras aparecen fundidas con las semillas que les sustentaban. También la filmación de Rirkrit Tiravanija del cocinado en pleno campo de una comida tradicional tailandesa, en recuerdo “del alma de los olvidados” (aludiendo al golpe de estado de 2014 en este país).
Las visiones más alarmantes vienen de la mano de la conocida serie del derretimiento de los glaciares islandeses, que Olafur Eliasson testimonia con fotografías de 1999 y 2019. Muy poderosa es también la ¿escultura? De Allora y Calzadilla, titulada Apagón (2017), consistente en un amasijo amorfo de cables, bobinas y aislantes que se fundió durante el apagón que tuvo lugar en Puerto Rico en 1916. Alarmante es también y fascinante, el vídeo de Mario García Torres El día en que desapareció la humanidad, en el que vemos cómo la jungla se puebla de oleadas de mariposas emperador, por fin a salvo de científicos y turistas.
Hay también varias formulaciones de la que creo que es la figura por excelencia del mundo contemporáneo, la red. Y no me refiero sólo a la que sustenta internet, sino a la red como forma que representa la interconectada y multicéntrica complejidad de nuestro mundo. Están las redes de Tomás Saraceno (bellos dibujos de telaraña o glóbulos reticulares donde viven plantas aéreas), la enorme red blanda como de tejido orgánico de Ernesto Neto. Una red que conecta biografía, geología, e historia es también la gran pintura mural de Matthew Ritchie The Family Farm, 2001.
Entre las propuestas ecológicas que exploran el futuro, destaca la de quienes fueron pioneros en este tipo de arte: Mayer Harrison y Newton Harrison, con una recreación de una de sus Granjas, creadas originalmente allá por 1972. Sus herederos son el colectivo cordobés Plata, que ha realizado plantaciones de alternativas vegetales a los productos derivados del petróleo. Y en un sentido próximo, como hipótesis de organismos futuros, adaptados y colaborativos, veremos las bellas acuarelas de Regina de Miguel, que recuerdan la botánica heráldica de Maruja Mallo. Es también muy sugerente, plástica intelectualmente, la elegante instalación sobre luminiscencia de Susanne M. Winterling.
Mencioné antes la astronomía: la sobria instalación de Simon Starling Venus Mirrors (2012) trata del tránsito de Venus ante el sol, un fenómeno periódico que permitió determinar en el siglo XVII toda una serie de medidas siderales. De esa índole es también la fotografía del firmamento de Thomas Ruff (1992). Pero es imposible siquiera resumir esta abrumadora exposición, cuyas 40 piezas proceden de la colección de la Fundación TBA21, el proyecto artístico de Francesca Thyssen-Bornemisza que desde hace 2002 prolonga el compromiso de su familia con el arte, con el sesgo investigador y la preocupación ambiental que corresponde a estos tiempos.