Desde la Transición, la historia del arte en la primera mitad del siglo XX en España ha adolecido de falta de atención. Debida, por una parte, al trauma de la Guerra Civil y, por otra, a la celebridad de la tríada Picasso-Dalí-Miró, que ha opacado incluso a artistas de primera fila como Sorolla, Gutiérrez Solana, Zuloaga y un largo etcétera entre los que sobrevivieron a la guerra en nuestro país y en el exilio. Sobre todo, han faltado análisis de periodos y tendencias.
La exposición Real(ismos). Nuevas figuraciones en el arte español entre 1918 y 1936 parte de un presupuesto interesante: en este periodo de dieciséis años se habría afirmado la primera generación vanguardista de nuestro país, con un abanico de realismos plural y diverso pero, en todo caso, conocedor del borrón y cuenta nueva que habían supuesto los posimpresionismos, el fauvismo, el cubismo y el expresionismo. Una generación que viaja a Europa y que se mueve entre los principales centros artísticos en España. Y que está bien informada con nuevas publicaciones más o menos efímeras, editadas en todas las regiones de nuestra geografía como: Ultra, Alfar, La Gaceta Literaria, L’Amic de les Arts, Gallo, Litoral o La rosa de los vientos.
De manera que lo que en Europa habría sido la tendencia al “retorno al orden” tras la Primera Guerra Mundial y la gripe española, vertida en proclamas opuestas –desde las “retardatarias” frente al desorden de las vanguardias, a la “llamada” al orden entre quienes retomaban la búsqueda de la belleza esencial de Cézanne–, en España, en cambio, sin haber recorrido aquellos ismos, sería la primera vanguardia que rompe con la figuración tradicional y decimonónica para investigar en una gama de realismos dominada por el objetualismo y el hieratismo y la limpieza y nitidez en las composiciones.
Además de la influencia de raíz cézanniana a través de Vázquez Díaz, las principales corrientes con las que dialogaron los artistas españoles fueron los nuevos Valori Plastici de la pintura metafísica de Giorgio de Chirico, Carrá, Morandi y Severini; la neue sachlichkeit (nueva objetividad), término acuñado por Gustav Harlaub que daría título a la exposición celebrada en 1925 con Chad, Beckmann, Spies, Hofer, Dix y Grosz, entre otros.
Y finalmente, el realismo mágico de Franz Roh, ensayo traducido en la Revista de Occidente solo dos años después de su publicación en Alemania en 1925. Simultáneamente, el joven Dalí defendería su poética de la “santa objetividad” en L’Amics de les Arts, traducida al castellano por su amigo Lorca en la revista Gallo. Los realismos desplegados en esta exposición son incómodos y producen extrañeza, eso que oportunamente Freud en 1919 había denominado unheimlich, lo siniestro en lo familiar, plasmado en las obras aquí expuestas en diversos medios: pintura, fotografía, escultura y grabados.
En total, más de ochenta piezas de medio centenar de artistas en donde la aproximación a lo cercano, cotidiano y doméstico se contempla desde un distanciamiento a menudo frío y de una corporalidad objetual.
Fruto de una ardua investigación durante la pandemia y con la complicidad de medio centenar de prestatarios, los conservadores del Museo Carmen Thyssen Málaga Bárbara García y Alberto Gil han planteado este su primer proyecto de manera sencilla y eficaz. Articulado en tres secciones: espacios (paisajes y urbanos), figuras (retratos) y objetos (bodegones), y sin textos doctrinarios para dejar libertad a los espectadores en relaciones y descubrimientos, uno de sus principales méritos es el muy cuidado montaje, que propicia tales hallazgos.
Comenzando a partir del final de la Colección permanente del museo con Gutiérrez Solana, encontramos algunos de los faros para los más jóvenes, como Arteta, el citado Vázquez Díaz y Togores. Otro acierto ha sido la mención de Picasso, tan sólo con el pequeño carboncillo Los luchadores, 1921; así como las piezas juveniles de Dalí y Miró.
Están muy bien trabajadas las tendencias ya entonces de vocación nacionalista, vasca y catalana, ésta bajo la alargada sombra del noucentisme. Y es asombrosa la pléyade de artistas, con obras de calidad, algunos hoy apenas conocidos: no sobrevivieron ni a la guerra ni al exilio.
Un ensayo germinador que, sin embargo, puede resultar descafeinado. La creciente politización en el arte durante la dictadura de Primo de Rivera y luego, con la República, casi brilla por su ausencia. También la presencia excepcional del trío María Blanchard, Maruja Mallo y Ángeles Santos desdibuja la ya abundante incorporación de mujeres, sin la que no es posible escribir una historia del arte en España durante este periodo.