Hasta bien entrado el siglo XX la escultura fue antropomorfa: al margen de animales sagrados y de tallas o relieves con motivos ornamentales o simbólicos, representó seres humanos y lo hizo de acuerdo con un canon que fue variando según culturas y épocas. Los cuerpos egipcios medían dieciocho puños, los de Policleto y Fidias siete cabezas y un tercio, los de Praxíteles ocho y los de Durero nueve; Leonardo inscribió al “hombre de Vitruvio” en un círculo y Le Corbusier formuló “El Modulor” —con seis pies de altura—, basado como el canon leonardesco en la Sección Aúrea, que conocemos a partir del renacentista Luca Pacioli como la Divina Proporción, garantía de belleza y armonía.
Esta necesaria muestra, comisariada por Penelope Curtis (exdirectora de la Tate Modern y del Museo Gulbenkian) con Manuel Fontán del Junco e Inés Vallejo, nos explica cómo a partir de la II Guerra Mundial no se trata ya de crear estatuas según un canon sino de convertir los sistemas de medición —matemáticos, geométricos, geográficos e incluso temporales— en tema o en herramienta definitoria de la escultura, pero todavía con el cuerpo humano como última referencia. Nos enfrenta a la escala como principio escultórico.
Y lo hace no solo en forma de recorrido histórico: el montaje de una exposición de más de cien piezas, en una sala pequeña como esta, obliga a prescindir de las distancias que serían deseables para “medirnos” adecuadamente con las obras, no tanto en las paredes como en los plintos o mesas en las que se han acumulado piezas muy dispares. Esto provoca interferencias que nos hacen precisamente más conscientes de las correlaciones espaciales de las que se nos está hablando.
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Pero somos compensados con las obras instaladas con gran desahogo en el colindante jardín de la Banca March, “ocupado” por primera vez por una exposición, y que nos recuerdan cuán feliz puede ser la presencia del arte al aire libre. Además, se ha diseñado un paseo sonoro por las proximidades que hace referencia a la escala musical.
En el interior, el orden no es cronológico sino que va planteando algunos de los aspectos más significativos de la escala, aunque arranque con obras de pioneros como David Smith, Isamu Noguchi, Henry Moore y Alberto Giacometti. Cuando en pleno shock postbélico el monumento dejó de tener sentido, algunos artistas necesitaron acotar su espacio emocional, y surgió una figura —mutable pero reiterada— que expresaba la idea de refugio: la caja, la jaula, el recinto, la casa de muñecas.
Esta necesaria muestra nos explica cómo a partir de la II Guerra Mundial no se trata ya de crear estatuas según un canon
Fausto Melotti, Carol Visser, Louise Bourgeois, Juan Muñoz, Lili Dujourie o Francisco Tropa configuran reducidos gabinetes que alojan metafóricamente la vida mental y creativa. De particular interés son las obras que se inspiran en el sistema de reproducción o ampliación con jaula y puntos, que inciden en la trascendencia que tiene la medida para la forma.
A este primer apartado, el más subjetivo, sigue un catálogo de ejercicios especulativos de medición, en los años 60 y 70. Partiendo de las “paradas estándar” de Duchamp, inspeccionamos el “metro cúbico de infinito” de Pistoletto, el “sistema imperial” de Bill Woodrow o, en filmación y fotografía, expandiendo así la práctica escultórica a medios ajenos, los desplazamientos pautados de Charles y Ray Eames (en potencias de 10, de lo cósmico a lo microscópico) y John Hilliard (en pasos, al caminar).
A continuación, un amplio muestrario de construcciones mediante suma de unidades, progresiones y permutaciones, y el cubo como leitmotiv. Hans Haacke, Per Kirkeby, Sol LeWitt, Bruce Nauman, Cildo Meireles, Felix Gonzalez-Torres o Fiona Banner destacan en esta sección, que nos lleva a otra sobre la proporción. La escala arquitectónica se convierte aquí en tema dominante y adquiere tono crítico en las obras de Dan Graham, Thomas Schütte, Martin Honert o Chris Burden.
Como enlace hacia el exterior se han reunido las maquetas de las esculturas de gran tamaño que rodean el edificio (Chillida, Sempere, Torner, Iglesias…) y, ya en el jardín, se adecúan en especial al argumento de la muestra la reproducción a escala 1:4 de obras que participaron en Skulptur Projekte Münster entre 1977 y 2007, por Dominique Gonzalez-Foerster, y el Mini ampliado al 130 % por Elizabeth Wright. Se subrayan en este ámbito los mecanismos de la percepción: la nuestra individual. Al fin, como diría Protágoras, “el hombre es la medida de todas las cosas”.