"Ni yo os puedo escribir, ni vosotros me escribís todo lo que yo quisiera", le reprocha por carta un padre -como otros muchos han hecho desde que el mundo es mundo- a unos hijos que, a su juicio, se comportan de forma desconsiderada con él, que tanto les ha dado. Cristóbal Colón, dolido, le hacía saber así a su hijo Diego que tanto él como su hermano estaban descuidando sus deberes filiales.
Es una queja que trasciende toda época y lugar, una cantinela que podría haber sido entonada por cualquier hombre preocupado porque su descendencia no le aplicara el respeto que un eslabón le debe al anterior. En esto incide Consuelo Varela, comisaria, junto a Álvaro Romero Sánchez-Arjona, de la exposición Cartas de Colón. América en la Casa de Alba en la rueda de prensa en la que se ha presentado la muestra. A través de esta correspondencia, dice, "podemos conocer una figura distinta a la del descubridor y en muchos aspectos era, sencillamente, un hombre".
Un hombre que se quejaba también por escrito de sus tempranos achaques y se preocupaba por su aspecto -le angustiaba su incipiente calvicie-, como cualquier otro que se mira al espejo y es testigo del inclemente avance del tiempo. Al mismo tiempo, quizás el mismo día, tal vez con la misma pluma, escribe y autografía la correspondencia de tipo administrativo con la que se gestaba el embrión del futuro imperio.
Tanto el Colón en su función de gestor económico como el Colón íntimo quedan recogidos en las 24 cartas autografiadas -custodiadas por el Palacio de Liria- que ofrece la muestra en la sala que funciona como centro neurálgico de la exposición. A estas les acompañan obras y documentos cedidos por instituciones y museos, entre los que hay retratos del explorador o el primer escudo de armas que le otorgaron los Reyes Católicos.
La inauguración de la exposición ha corrido a cargo de Carlos Fitz-James Stuart y Martínez de Irujo, Duque de Alba para quien, según ha declarado, "es un deber compartir el patrimonio del Palacio de Liria con la sociedad". La Fundación fue creada en 1973 por sus padres, los XVIII Duques de Alba, siguiendo una política aperturista del legado histórico que ha seguido hasta hoy.
La heráldica de los virreinatos también cuenta con un papel importante en la exposición. Acompañando a las cartas de Colón en otra sala se encuentra el Nobiliario de Indias, otra de las partes fundamentales del fondo americano del archivo de la Casa de Alba. Consiste en un conjunto documental compuesto por 263 escudos de armas otorgados por los reyes Carlos V, Juana I y Felipe II, de los que se expone un total de 50.
Los reyes de España no solo otorgaron escudos de armas a los exploradores o a las ciudades recién fundadas, como es el caso de La Ciudad de los Reyes -actual Lima-, sino que también se le concedieron a líderes indígenas, entre los que destaca la Casa Moctezuma.
Pero antes de entrar en el espacio en el que se encuentran las cartas, la exposición ofrece un recorrido de la historia del descubrimiento de la correspondencia y lo relaciona con el linaje de la Casa de Alba. El recorrido comienza con la incorporación de estos documentos al archivo de la familia por el matrimonio del II Duque de Berwick, Jacobo Fitz-James Stuart, y Catalina Colón de Portugal, duquesa de Veragua y descendiente de Cristóbal Colón, hasta llegar a la celebración del cuarto centenario del descubrimiento de América, momento en el que se publicaron por primera vez las cartas.
En la exposición también hay lugar para el homenaje a una de las figuras más importantes en la historia de la Casa de Alba. Rosario Falcó, Condesa de Siruela y Duquesa de Alba, descubrió de manera fortuita las cartas en el contexto del cuarto centenario, lo que le llevó a una impresionante labor documentalista fundamental para que esta parte del archivo haya pervivido.
La quinta y última sala de la muestra está dedicada al gobierno de los virreinatos. La Casa de Alba no tuvo presencia en América, ni tampoco ejerció ningún cargo institucional, pero sí que lo hicieron otras casas que más tarde se incorporarían al linaje Alba-Berwick. Gracias a estos vínculos el Palacio de Liria ha podido conservar algunos ejemplos de artes decorativas que ofrecen una imagen de cómo era la vida entre la nobleza local.
Todas estas salas entablan un diálogo con aquellas 24 cartas que nos han llegado de un hombre cuyo viaje transformó el mundo. Más allá de la leyenda -ensalzada por unos, denostada por otros-, en aquellos autógrafos había un amigo, un padre y, ante todo, un hombre corriente preocupado por el dinero, sus hijos y la alopecia. ¿Y no es de esta clase de personajes de donde, al fin y al cabo, salen las mejores historias?