La cuarta expansión del juego de rol online por excelencia de Square Enix supone el cierre de todas las tramas que han sostenido el interés de los jugadores durante más de una década. Los Últimos Días se ciernen sobre el mundo. Las propias costuras de la realidad se desgajan por las acciones de los Telephoroi y su líder, Fandaniel, un nihilista contumaz de formas teatrales pero con pulsiones omnicidas. Los acaparadores de conocimiento de Sharlayan se niegan a aceptar la evidencia, declinando cualquier petición de ayuda y obligando a las naciones de Eorzea a penetrar el gélido norte con un contingente militar aliado para llegar a Garlemald, la capital imperial.
Se establece un claro paralelismo entre la naturaleza caída del hombre y la de los ángeles luciferinos
Si en Shadowbringers conocimos la realidad de este mundo, sus orígenes y la gran tragedia que asoló a sus pobladores primigenios, en Endwalker el final se precipita con urgencia. Y, sin embargo, los acontecimientos no se desarrollan como uno habría imaginado. El primer acto culmina con un enfrentamiento de proporciones míticas que nos coge desprevenidos.
Las grandes preguntas
Fandaniel, que en un principio se antojaba como un villano plano, de opereta, más como un catalizador argumental que un personaje en sí mismo, desvela un pasado de una enorme complejidad, la de un filósofo de una sensibilidad exquisita atormentado por las grandes preguntas. Endwalker no se amilana frente al jugador, obligándolo a examinar su minúscula existencia frente a la frialdad de un universo infinito, eterno en sus silencios, indiferente ante nuestra exigencia designificado. Se adentra en parajes muy oscuros, plúmbeos, que provocan un vértigo desolador siguiendo la estela de gigantes de la ciencia ficción como Arthur C. Clarke o el acercamiento oriental que Cixin Liu hace en El fin de la muerte. No obstante, el juego rehúye una incidental tecnofilia que podría romper su cohesión temática para anclarse confirmeza en el terreno alegórico, representado de manera espectacular en el último escenario, Ultima Thule, un periplovisual que bebe profusamente de la obra artística y el cosmicismo de William Blake.
En su voluntad por responder a todos los interrogantes de su fascinante mitología, el estudio lleva al jugador a un pasado generado por la confluencia de las obras maestras de John Milton y Tomás Moro. Amaurot, la utopía de los antiguos, es un Edén poblado por nombres griegos que acompasan sus mayéuticas. Su rechazo a tolerar el sufrimiento les lleva a cometer actos abominables que aceleran su defenestración. Se establece un claro paralelismo entre la naturaleza caída del hombre y la de los ángeles luciferinos. Lo que comienza en franca oposición termina en comprensión mutua y hasta simpatía. Las palabras de Venatre suenan con fuerza por toda la obra: “Nunca más el hombre tendrá alas que lo lleven al paraíso. De ahora en adelante, andará”. Su decisión condena a la humanidad a una eternidad de plaga y lamentos, reptando por el fango. Una condena cruel que, en última instancia, ofrece los mecanismos para rebelarse ante la desazón de un final tan definitivo como inevitable. Porque no hay acto más rebelde que la fe en el potencial del corazón humano para encontrar sentido a su existencia y obedecer el precepto del inmortal poema de Dylan Thomas.
El arco de Hydaelyn/Zodiark que termina con Endwalker es la mayor aproximación posible a un Final Fantasy ideal: imaginación desbordante, ambición inconmensurable, imaginería inspirada en las culturas mundiales a las que nunca deja de homenajear, una riqueza temática con profundas raíces literarias y una ejecución casi perfecta que domina el arte de la anticipación y a la que solo se le puede achacar unas puntuales caídas de ritmo. Se eleva con orgullo sobre sus congéneres. Y aun que semejante triunfo se debe al esfuerzo de todo un estudio, nada de esto hubiera sido posible sin la aportación de tres nombres propios: Naoki Yoshida, un director visionario, Natsuko Ishikawa, una escritora sin parangón, y Masayoshi Soken, un compositor legendario.
Si algo tienen los videojuegos es su habilidad para exaltar nuestras emociones, y en los grandes momentos de Endwalker, definidos por las contribuciones de estos tres maestros, hasta el más aguerrido tendrá difícil contener el alud lacrimal, ya sea ante el dolor inenarrable de Venat o Emet-Selch o ante la congoja debida a la épica persecución de la Desesperación Encarnada por los límites del universo a lomos de un dragón interestelar entre planetas en colisión. Ovación en pie ante la fantasía definitiva.