Dungeons & Dragons lleva unos años disfrutando de popularidad renovada gracias al éxito de Stranger Things, la serie de Netflix sobre un grupo de chavales en los 80, aficionados al juego de rol de mesa, que tratan de explicarse los fenómenos extraños que sacuden su pequeña ciudad con la mitología del juego. Baldur’s Gate 3 nos propone jugar a una campaña pergeñada por expertos narradores, con una historia épica que nos enfrenta a deidades malévolas pero que brilla gracias al magnetismo de sus personajes.
El protagonista (completamente personalizable, como en cualquier campaña de D&D que se precie) ha sido capturado por una nave de los azotamentes, unas crueles criaturas de inspiración lovecraftiana con terribles poderes psíquicos. Es infectado con una larva en el cerebro antes de que sea derribada. Rápidamente se alía con un variopinto grupo de cautivos en su misma situación, entre ellos una soldado que sabe perfectamente a lo que se enfrentan.
Las hordas del Absoluto
La larva en sus cerebros les convertirá en un plazo de días en azotamentes, mudando sus personalidades para formar parte de la mente colmena. Desesperados por encontrar una cura, se inmiscuyen en los problemas de unos refugiados acosados por las hordas del Absoluto, una misteriosa deidad que extiende sus tentáculos hacia la metrópolis de Baldur’s Gate.
Las primeras veinte horas de la obra de Larian son abrumadoras. A todos los que ya tengan experiencia con las reglas de la quinta edición del juego de mesa, la miríada de mecánicas del juego les resultará familiar, pero para todos los demás, la curva de aprendizaje es muy angosta. En la faceta narrativa, las cosas no son muy diferentes.
Medias verdades
No solo hay que ponerse al día a marchas forzadas con un cosmos que se ha ido desarrollando desde 1974, sino que el propio juego apuesta por una dinámica donde el protagonista se encuentra en una calculada situación de desventaja respecto a todas las facciones que le rodean, que intentan reclutarle para sus propios fines, manipulándole con medias verdades y ocultándole información vital.
Es la introducción de demasiados personajes de golpe, de demasiadas subtramas cuyas ramificaciones apenas se intuyen, de decisiones imperativas que llevan aparejadas consecuencias funestas. Baldur’s Gate 3 es lo que más se aproxima al ideal de libertad inherente al medio que suponen los no iniciados. Cuando hablamos de que los videojuegos te permiten tomar decisiones para moldear la historia a tu gusto, realmente estamos hablando de un grupo bastante reducido de obras. La gran mayoría se contentan con una linealidad sin complejos o una sensación de autonomía impostada. Solo los juegos de rol más ambiciosos optan por llevar el esquema hasta las últimas consecuencias, y aquí el enfoque es maximalista. Sus cifras son apabullantes.
Variables narrativas
Llegar a los títulos de crédito me ha llevado 120 horas. Aun dejándome muchas cosas por el camino, es el juego más extenso que jamás haya jugado. Para hacerlo realidad, Larian ha empleado a 450 desarrolladores durante seis años (con seis estudios alrededor del mundo, uno en Barcelona), 248 actores (entre ellos J. K. Simmons y Jason Isaacs en el papel de villanos) para interpretar un guion de 2 millones de palabras y 174 horas de cinemáticas. Durante la partida, los jugadores apenas presencian una pequeña parte de un trabajo que cubre todo tipo de variables narrativas.
El juego no se arredra a la hora de clausurar subtramas antes de tiempo, ya sea porque personajes vitales mueren de improviso, decisiones “erróneas”, la intervención constante del dado de 20 caras o no cumplir con las condiciones necesarias. El miedo a perderse algo de valor (FOMO) es real, a la vez que inevitable. La narrativa se las ingenia para seguir siempre adelante, por muchos destrozos en la lógica interna del relato que sucedan, incentivando hasta cierto punto el volver atrás para tener un mínimo control. Si Baldur’s Gate 3 funciona en última instancia es por la fortaleza de sus personajes principales.
Incompatibilidad moral
Shadowheart se presenta como fanática de un culto en torno a la diosa de la noche que empieza a cuestionar su fe. Lae’zel, fiel soldado de una sociedad militarista, es traicionada por su reina. Astarion, un vampiro con tendencias homicidas, conspira para liberarse del yugo de su amo. Gale arrastra una bomba nuclear mágica en su interior que podría detonar en cualquier momento. Sus historias evolucionan a la par que la trama principal, tomando en ocasiones el foco en intersecciones puntuales. Están escritos e interpretados con maestría, reaccionando a las palabras y decisiones del protagonista de diferentes formas, desde intentar una relación romántica a abandonar el grupo por incompatibilidad moral manifiesta.
['Wo Long: Fallen Dynasty': duelos en la China imperial]
La apuesta del juego por la extrema densidad del diseño, su inusitada libertad y suma complejidad, le acaba pasando factura en el tercer acto, donde empiezan a reventar las costuras. Hay tantos hilos abiertos al llegar a la ciudad que puede llegar a ser agotador intentar clausurarlos todos, sobre todo teniendo en cuenta la inevitabilidad de los combates y su enorme dificultad.
Un año extraordinario
Sin embargo, hay momentos trascendentales que hace que todo merezca la pena, como la traición a Rafael, un demonio de exquisitas formas que trata de tentarnos con pactos faustianos durante toda la aventura y no duda en ponerse a cantar su propio número musical. En última instancia, Baldur’s Gate 3 es un triunfo absoluto que perdurará en los anales del medio, del que se podrían escribir tesis doctorales y el mejor juego de un año extraordinario.