A la intemperie por J.J. Armas Marcelo

El Negro, el Rojo y el Escuálido

14 marzo, 2018 13:25
José Esteban y Juan Carlos Chirinos

José Esteban y Juan Carlos Chirinos

Escribo desde la Isla de Margarita, en la maltratada y querida Venezuela. Estamos en la FILCAR, la Feria Internacional del Libro del Caribe, en medio de aguas cristalinas de color esmeralda. Como en las mejores películas. Todos los días desayunamos juntos el gran novelista y ensayista José Balza, el Negro (el escritor Juan Carlos Chirinos, venezolano), el Rojo (el sabio literario José Esteban) y yo, que soy el Escuálido. Hace años, una web chavista me condenó a muerte junto a otros notables escritores y me trató de escuálido, niño bien de la República del Este y amigo cercano y cómplice del Padre de la Patria, el poeta Caupolicán Ovalles, de quien hemos presentado hoy en la Feria un inédito titulado De un cielo a otro de Cuba. Como es lógico en estos momentos, tratamos de moderar nuestra exaltación por estar en esta tierra bendita, desde la que, en su tiempo y siglo, Lope de Aguirre, otro loco fundamental de la historia de España, escribió la célebre carta a Felipe II, tratando de explicarle en breves pero duras palabras la grandeza bella de esta tierra de la que él no tenía, si no su Rey, la menor idea.

Hablamos de todo eso, descubrimos lectores, pululamos por los lugares de la Feria viendo libros, hojeando vidas bajo un sol aplastante, con una temperatura amistosa de primera dimensión. ¿Y Venezuela como está? En el suelo, rumores de aquí y de allá, gente empobrecida por el sistema político aberrante, escasa esperanza en el futuro, pero Margarita es una isla-oasis, una suerte de paraíso hermosísimo, un lugar de descanso, de lectura y reflexión. La gente es de una amabilidad increíble, como todo venezolano entregado a la vida, y trata por todos los medios de demostrar su fe en el futuro. Un loco, pero loco perdido, llega a las puertas de la Feria, donde estamos sentado el Rojo y el Escuálido fumando apaciblemente unos tabacos de vitola señoritas, suaves y espléndidos. Se detiene delante de nosotros, nos señala con el dedo índice de su mano derecha, tras llegar corriendo al lugar donde estamos y dice, entrecortadamente: "Venezuela tiene futuro, Venezuela tiene futuro". Me dice que es un señor que fue rico, que dejó de serlo. Se medicaba para unos problemas psiquiátricos que lo acucian. Pero los medicamentos han desaparecido, no hay ya en ningún lugar, o son muy caros y la gente ya no se los puede costear. El resultado en este hombre que tenemos delante es pavoroso: un hombre inmenso, grande, fuerte, lleno de ansiedad, gritando que va a recorrer a pie y corriendo toda Venezuela para demostrarle a la gente sin esperanza que Venezuela tiene futuro.

De la Venezuela que yo conocí en mi primer viaje, en el verano de 1976, hasta ahora ha llovido mucho. Y a peor. Las barranqueras y desastres se han llevado por delante la economía, la cultura y el bienestar de las clases medias venezolanas, entonces las más poderosa de América Latina, la literatura se defiende, resiste, juega a nadar en medio de la charca y sobrevive. Desde entonces he venido a Venezuela veinticuatro veces y siempre, incluso ahora, describo que Venezuela vale la pena, aquella de la opulencia petrolera y esta del chavismo que camina hacia el castrismo con una petulancia y desvergüenza que clama al cielo y a la historia.

Quedan, sin embargo, muchas cosas buenas. Una de ellas, los amigos. Otra la esperanza de salir del pantano. Una tercera, ser una Venezuela que sea otro vez protagonista en el mundo, y no precisamente por las catástrofes políticas.

El Negro, el Rojo y el Escuálido se sientan a media mañana en la terraza fantástica del Hotel Concorde, a fumar y hablar de literatura. José Balza se escurre y se retira de la pelea cuando nos ve discutiendo algo que nada tiene que ver con lo que a él le interesa, la música, la literatura y la vida. Vive en el Delta del Orinoco y ha regado de sabios alumnos toda Venezuela, hasta convertirse en una referencias nacional e internacional. Un hombre educado, fino, sagaz e irónico intelectual, con clase creativa, una excelencia entre tanta porquería reinante gracias al madurismo imperante.

No sé si sigo condenado a muerte por aquella web chavista de hace unos años, no entro ya en sus pesquisas y proclamas. Un tipo se me acerca en la Feria, me encara y me pregunta un tanto agresivo que si estoy enfermo. Le digo que no, que nunca me he sentido mejor en los últimos tiempos, que leo y vivo mucho, que escribo de cuando en vez, pero tengo una espina atravesada. Fíjate, le digo, soy escuálido, pero no te olvides, no se olviden, que yo, desde que nací llevo un negro por dentro. Chirinos se ríe a carcajadas, el Rojo, que me conoce más, se sonríe levemente. El tipo, chavista empedernido, se queda con un poco de susto y nos mira: comprende, por fin, que le  estamos tomando amablemente el pelo. Sí, Venezuela, eternamente, vale la pena.

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