"Yo nací en Trinidad, una excrecencia venezolana en la desembocadura del Orinoco". Así comienza Naipaul, que acaba de fallecer la semana pasada, una de sus mejores novelas, Un lugar en el mundo. Sólo lo saludé una vez, en Hotel Ritz de Madrid. Había venido para presentar uno de sus libros, editados por Constantino Bértolo que, cuando Naipaul ganó el Nobel de Literatura me llamó por teléfono entusiasmado: "Ya ganamos", me dijo. Saludé a Naipaul, que entendía español, y le dije que lo admiraba mucho y había escrito mucho sobre sus libros. No se interesó mucho por mis criterios, la verdad, pero me dio igual. Cuando fui a Cambridge a dar un par de conferencias, hace ya unos años, visité la habitación en la que en esa universidad se había fraguado el gran escritor mestizo. Mestizo de inglés, de indio y de americano. Leí, desde que un día Manu Leguineche me lo recomendó mientras dábamos cuentas de un gran plato de gambas cocidas y las cervezas de la amistad en un restaurante de la calle Vallehermoso de Madrid, todas sus novelas, ensayos y libros de viajes. Era uno de los más grandes prosistas actuales en lengua inglesa y algunos de sus libros fueron ampliamente reconocidos por públicos lectores de todas las lenguas. Leí en inglés, comprado en la Plaza Indira Ghandi de la ciudad de Delhi en un viaje que hicimos mi mujer y yo a la India, uno de sus libros dedicados a su origen, India. Enorme y brutal: la India. Cambió Naipaul la fotografía por la palabra, y cada palabra quedó convertida en fotografía. El resultado fue un libro de viajes, semejante a Entre creyentes, excepcional, a la búsqueda de sus raíces indias y observando todo aquel mundo revuelto de religiones, sectas y lenguas, con un ojo crítico terrible: el del indio trasplantado a una isla de América, "en la desembocadura del Orinoco". Luego lo leí en español, en edición de Herralde en Anagrama, y quedé igualmente sorprendido por la belleza, dureza y velocidad de aquella prosa de Naipaul que ya nadie podrá borrar de la historia de la literatura universal. Entre creyentes es igual de terrible: aterriza en los pueblos no árabes que se han convertido a lo largo de los tiempos al Islam y señala con dureza lo que ocurre y lo que va a ocurrir. Con décadas de antelación, lanza una idea: la de la sublevación terrorista de estos países, fanatizados por la religión musulmana. No erró en nada. Su visión crítica fue rechazada en muchos lugares del mundo, ese mundo con quien siempre estuvo en batalla, pero la realidad poco a poco nos ha demostrado que Naipaul fue un profeta literario de primera dimensión.
Hace unos años vino a España, a Madrid, a presentar un libro muy polémico el escritor Paul Theroux, que había sido amigo íntimo y alumno de Naipaul, hasta que un día descubrió que estaba a la venta, en una librería universitaria de Boston, uno de sus libros dedicados al propio Naipaul, Vidia, como se le llamaba familiar y amistosamente. Se peleó sin tapujos con el indio y decidió escribir un libro que rompía, al principio pareció que definitivamente, la vieja amistad entre los dos grandes escritores. A veces, más de las deseadas, ocurren esas y peores cosas entre los escritores... Fuimos a cenar con Theroux, Fernando Rodríguez Lafuente y yo, y nos encontramos con un tipo cordial, que se reía mucho de sus propios chistes, contador excelente de sus propios cuentos y viajes, un tipo que tenía además una hernia de hiato que le hacía lanzar eructos y más eructos mientras tragaba su comida. "Excuse me, perdónenme, el hiato", decía a cada golpe de eructo. Nos habló de Vidia con una añoranza atroz, preludio de lo que ocurriría años después, la reconciliación entre los dos amigos. No sé lo que pensará a estas alturas Theroux de su amigo Naipaul. Probablemente echará de menos los años en los que no se hablaron porque estaban tan distantes y tirantes que mejor desconocerse por una larga temporada. La que perdieron los dos, pero el mundo, el de Theroux y el de Vidia, es así. El nuestro, a estas alturas, es parecido y encontramos las mismas tensiones, las mismas presiones, las mismas envidias aleatorias o no, los mismos frenéticos disparates que nos imaginamos viendo fantasmas volar en nuestras cabezas.
Hoy, en homenaje a Naipaul, volveré a leer algunas de sus crónicas sobre Argentina, donde estuvo para escribir en el New York Times Book Review. Son formidables y el paso del tiempo no ha podido cometer mal sobre ellas, sino todo lo contrario. El regreso de Eva Perón y otras crónicas es un libro de viajes que publicó Carlos Barral en sus tiempos lejanos de Seix Barral, cuando si querías saber de literatura extranjera en España, más allá de las literaturas populares del mundo, había que estar atento al catálogo de esa editorial. Tiempos, lecturas, vidas, viajes y muertes: se fue Naipaul, pero quedan sus libros. Que sigamos leyéndolos.