Volver a la razón
Algún día acabará esta locura de hablar y no saber lo que se está diciendo. Como si hubiéramos perdido la memoria, además de la razón, la gente "normal" habla ahora lo que le da la gana, lo que le viene a la cabeza, como aquella enferma en una novela que todavía no he escrito cuyo mal era soltar por la boca todo lo que pensaba, con el agravante de que lo que pensaba ya era un disparate y que tampoco se daba cuenta de lo que decía. ¿Hay alguna solución a esta guerra de Babel que hace imposible el entendimiento incluso entre los que nos entendíamos ayer?
Esta locura empezó cuando el dinero entró en las universidades a saquearlo todo con su totalitarismo mercantil. Disciplina académica que no daba conocimientos para ganar dinero, una vez dejada atrás la universidad, disciplinas que iban fuera de los planes de estudio. Ya he dicho en otros muchos lugares que el responsable principal de esta escarnio intelectual se llama Villar Palasí, fue uno de los más nefastos ministros de Educación del franquismo y copió como un modo el fracaso en los planes de educación del francés Edgar Faure, un verdadero fraude, él mismo y su pensamiento y práctica educacional.
En España, los que practicamos las Humanidades porque, contra viento y marea, nos apuntamos a esa excelencia, somos un puñado de locos que seguimos teniendo al menos una mínima esperanza en que alguna vez, y que sea cercana en el tiempo, se vuelta a la razón: al estudio de la Filosofía, de la Gramática (ya casi nadie sabe lo que es Fonética o lo que es Sintaxis), de los latines y los griegos, que ayudan en mucho a añadir la costumbre de leer en la gente con una mínima expresión intelectual.
La educación ha sido el peor desastre de dos generaciones en nuestro país. Las políticas universitarias se han cambiado cada cierto tiempo, uno, dos o tres años, en beneficio de cada uno de los pensamientos e ideología que han gobernado el país mal que bien en todos estos años de democracia. ¿Y ahora qué? En Alemania hay un suspiro de esperanza: se ha abierto el debate necesario para que las Humanidades vuelvan a tener la importancia que tuvieron en sus universalidades. Un atisbo de esa misma esperanza se está abriendo en Francia: el discurso mercantilista y totalitario ha sido derrotado por la realidad, más cutre y complicada de lo que parece. Dos o tres generaciones en España no saben gramática, ¡no conocen la gramática de la lengua española, la lengua que hablan sin saber lo que hablan!, no tienen la costumbre de leer ni siquiera un libro al año, de lo que sea, sin embargo se tragan todos los disparates que dicen las gentes de las televisiones y repiten los cientos de errores que la llamada caja tonta nos regala todos los días. ¿Y para qué sirve la filosofía? Ah, amigo, no es una buena pregunta en estos tiempos recios que corren, pero yo te lo voy a contestar: para pensar, para saber por ti mismo lo que dices cuando hablas, para pensar antes de hablar y para hablar después de pensar. Y, contra lo que dicen, esto sí es educación y ganancia. El gran fracaso no es ser pobre o vivir de tu trabajo, el gran fracaso es ser analfabeto o ignorante, y esa vaina no la hemos podido erradicar de nuestra pobre sociedad ignorante, que se lleva la fama en este caso pero también el provecho.
De modo que si no fuera un drama con tintes de tragedia sería muy divertido para quienes sabemos algo de este material desterrado de los estudios, las Humanidades, que tienen que ver mucho también con lo que significa la educación cívica y el respeto a los demás, sería muy divertido el juego de ver con qué facilidad tan monstruosa se equivoca el común de los mortales simplemente en las formas de su educación, en el saber estar o no, en saber hablar y hablar lo que se sabe. Porque sólo se sabe lo que se sabe decir, y lo demás creemos nosotros equivocadamente que lo sabemos. Volver a la razón es urgente. Es urgente recuperar la educación profunda en las Humanidades; ganaremos en respeto, a nosotros mismos y a los demás, y por fin aparecerá entre nosotros esa cosa tan temida por tantos que es la educación civil, la educación ciudadana, una palabra perdida en la tramoya del mundo urgente que nos ha tocado vivir: la urbanidad, en fin, que antaño, cuando éramos nosotros estudiantes significaba algo, una suerte de disciplina, educación, respeto, en fin, elegancia. Nada de eso está todavía encima de la mesa de los negociadores políticos de un gran pacto nacional para la educación. Pero volver a la razón es urgente para este país que pierde cada día el sentido de quiénes somos y qué somos y hacemos en este país.