En los tiempos oscuros de la dictadura franquista, a cualquier ciudadano que molestara desde el punto de vista político y despuntara en su trabajo cotidiana, y además brillara en la sociedad, el sistema corrupto de Franco lo condenaba al exilio interior tildándolos sin más de maricones y comunistas. Algunos iban a parar a la cárcel y aquella Vieja Inquisición franquista, cuando recuperaban la "libertad", los señala con el dedo hasta caminando por la calle. Los homosexuales, entonces, eran unos "enfermos sin remedio", unos degenerados asquerosos, un peligro para una sociedad tan sana como la franquista. Los comunistas eran otro peligro: había que encarcelarlos a todos, deportarlos a la nada, liquidarlos socialmente, hundirlos profesionalmente, no dejarlos respirar "hasta que se fueran a Rusia". La Vieja Guardia de Franco (falangistas vividores, siempre de traje gris o negro, camisa azul y corbata negra) acusaban y acosaban todo el día a maricas y comunistas hasta endosarles el peor de los dislates que en aquel tiempo estaba en vigor: eran malos españoles que no habían entendido la grandeza de aquel General chiquitito que había venido al mundo para salvar al país y a su sacrosanto destino en lo universal.
Si con llamar a los homosexuales con desprecio (maricones) y a los comunistas con ese mismo desprecio fascista no bastaba, la Vieja Guardia de Franco se lanzaba a por los masones y alcohólicos, bazofia social que había que desterrara de la sociedad perfecta.
La conducta del régimen franquista con respecto a estos "cuatro" jinetes del Apocalipsis -homosexuales, comunistas, masones y alcohólicos- era de una fuerza inquisitorial tremenda. Quien no acababa ante un Tribunal de Orden Público, termina en un Consejo de Guerra; quienes iban a la cárcel por estos "delitos" quedaban señalados para siempre como seres nefastos; quienes se libraban de la cárcel por puro milagro (o por influencias evidentes de algunos jerarcas del nacional-catolicismo) eran ya para siempre sospechosos de traición y otras lindezas que él franquismo se inventó para convertirse en lo que fue siempre: una fortaleza inquisitorial contra los enemigos del régimen.
Cuando aquella Vieja Inquisición acabó biológicamente con la vida del dictador y se disolvió, digan ahora lo que digan, como un azucarillo en un vaso de agua, quienes habían sido condenados durante años a ese tratamiento de exterminio social pasaron a ser aplaudidos y prestigiados con el nuevo régimen. Conocí yo a cientos de comunistas de nuevo cuño que se apuntaron al PCE para prestigiarse ante la nueva situación que se venía encimas. Pero la libertad también tiene sus riesgos y hay que estar siempre al acecho para que no decaiga, por el lado que sea, eso que llamamos, ya se sabe, libertad, democracia, respeto cívico, educación.
De modo que si antes, en los viejos tiempos del franquismo, a muchos de nosotros, ciudadanos normales un poco quisquillosos con aquel sistema, nos llamaban maricas, comunistas, masones o alcohólicos, ahora surgen Nuevas Inquisiciones por doquier, que tratan por todos los medios de extirpar de esta sociedad democrática a quienes no estamos de acuerdo ni con el discurso político dominante ni con esa manía totalitaria de lo políticamente correcto. Ahora se trata de señalar, siempre sin motivos reales (sino con engaño y mentira), a quienes discrepan de las Nuevas Inquisiciones como execrables individuos dignos de una hoguera inmediata. Cualquier niño pera, cualquier mindundi de nada, acodado en una de las barras de los bares de la Cava Baja, lanza su discurso de jueves a domingo contra fachas que nunca lo fueron. Nombran fachas por miles mientras trasiegan placenteramente sus cervezas o whiskies, gin-tonics y coca-colas con ron y la lista, a más tragos, va subiendo hasta los cielos del alcohol como parte de la juerga interminable. Ahora las Nuevas Inquisiciones del feminismo dogmático tildan a cualquiera que les moleste, por no estar de acuerdo con ellas, de machista irredento. Atacan como avispas enloquecidas en documentos y en artículos más o menos mal escritos a quienes consideran un peligro para sus objetivos totalitarios. ¿Y qué es lo que buscan? Primero que nada la bulla. Sacan de la gloria un nombre, Gabriela Mistral o Sylvia Plath, le dan su nombre a un "colectivo" y se disponen a fumigar a todo aquel que no firme sus documentos, sus verdades eternas y sus exageradas reivindicaciones. Ya, ¿pero dónde está la obra escrita de Plath y Mistral entre la inmensa jauría de nombres que diluyen su irresponsabilidad en los documento sé que en tiempos de la Vieja Inquisición llamábamos "los abajo firmantes? ¿Dónde están las novelas, los poemas, los ensayos de la inmensa mayoría de esas escritoras que gritan y tildan de machista a todos aquellos que no les hacemos caso a sus dogmas enloquecidos?
Es verdad: existen las Nuevas Inquisiones. Y lo quieren todo. El todo para ellos y ellas es un derecho. El facha es nada y no digamos lo que ellas llaman machismo, que somos todos aquellos que criticamos la exasperante exageración y las mentiras del feminismo dogmático.
Antes,
en la Vieja Inquisición, maricones y comunistas. Y sobrevivimos. Ahora, ante
las Nuevas Inquisiciones, fachas y machistas. Píquenmelo menudo que lo quiero
para la cachimba.