En tiempos de la Independencia de América, José Antonio Páez, dueño del Llano venezolano, recibió legajos desde Caracas enviados por Simón Bolívar. "Díganle a Páez que venga a Caracas que lo quiero hacer general", mandó a decir Bolívar. "Díganle al Libertador que generales como los que él hace en Caracas cada seis meses yo los hago en el Llano todos los días". En el combate real, Páez era invencible; en el dialéctico era un león de la selva (del Llano en este caso).
En su momento, José María Arguedas escribió un libro, El zorro de arriba y el zorro de abajo, en el que se quejaba de los escritores cosmopolitas latinoamericanos, de Cortázar, a quien en su prosa llama don Julio, y a Vargas Llosa, a quien llama don Mario. Recuerdo que Cortázar le contestó poco menos que como Páez a Bolívar cuando lo quiso hacer general. Parir bien vale una vida. Todavía.
Como todos los años, en este verano y a ratos, he vuelto a leer páginas de cuentos, cuentos y notas escritas por Cortázar, a quien sigo adorando cada vez que lo leo. He recaído también en Borges, porque creo que la eternidad del genio ha crecido y crecido con los años y la lectura de sus textos alimenta mis pensamientos literarios y aumenta mi curiosidad intelectual. Cortázar, contra lo que digan otros, no se me cae de las manos. Su contestación a Arguedas es una atractiva reafirmación de su cosmopolitismo frente al integrísimo indigenista del peruano. Vargas Llosa siempre me dijo que él se había llevado siempre bien con Arguedas y que nunca tuvo un más acá o allá con el autor de Los ríos profundos y Todas las sangres, grandes novelas indigenistas que son inolvidables.
Regreso a Cortázar porque estoy seguro que hoy lo pasaría tan mal como Plácido Domingo debe estarlo pasando, a pesar de los aplausos en los escenarios europeos. Tenía una carta de Cortázar, perdida hace más de treinta años, durante mi divorcio, con otros papeles y cartas de importantes, en la que me habla sobre Rayuela, para mí su mejor libro de cuentos y su mejor novela al mismo tiempo, y de la necesidad de distinguir entre el lector "macho", el lector activo, que participa de la lectura envolviéndose en la escritura que está leyendo, y el lector "hembra", que lee sin involucrarse en el texto que está leyendo, sino con suavidad mental y sin ninguna pasión. Estoy seguro de que Cortázar sería castigado hoy y señalado como machista por los grupos de feministas radicales que apuntan con el dedo a cualquier con su dedo inquisitivo.
En cuanto a Vargas Llosa y sus distancias: una vez, en Canarias, en un debate sobre literatura, había en la mesa un politiquero nacionalista que, señalando a Mario con el dedo índice le dijo: "El nacionalismo es lo moderno, y si quieres te lo demuestro". El chico era además un mal escritor de novelas y ensayos de tan enredados como su propia mente, y un profesor universitario mediocre que había alcanzado su cátedra porque unos amigos de Valladolid le hicieron bien la jugada y le montaron un jurado que le regaló la canonjía. Nosotros lo llamamos desde entonces "el chico García" y no le damos importancia alguna a sus bravatas periodísticas y a sus deposiciones en su blog que más parece un ladrido perpetuo de un perro inútil.
En aquella ocasión, el público que asistía a la reunión, quedó estupefacto con la bravata del "chico", pero Vargas Llosa ni se inmutó. Como si no estuviera allí delante, no le hizo el más mínimo caso al "profesor". Ni lo miró siquiera. Ni tuvo, eso mucho menos, el comentario que le había soltado y el reto que había intentado hacerle. Aunque algunos ya sabíamos que el chico García no tenía altura alguna para hablar con la supuesta personalidad que había asumido, no esperábamos tampoco aquel desprecio que Vargas Llosa le hizo sin prestarle la más mínima atención.
Las distancias son buenas siempre. Quien dispara balas de barro desde su zona de confort nunca logra hacer ni siquiera blanco en la pieza que no está a su alcance. El chico García, desde su zona de confort, bañándose en la soberbia de su fracaso y frustración, dispara y disparará estupideces en la desesperación de su mediocridad. Eunuco de ideas, se pasa la vida dando manotazos, creyéndose Bolívar, encerrado en su síndrome Ben Bella y enloquecido por que no se le tiene en cuenta como él cree que debe ser. Me acuerdo de su cara de ceniza, de "gufo amarillo" (como le dicen en Tenerife), cuando Vargas Llosa no le dirigió ni una leve mirada. "Díganle al Libertador que generales como los que él hace cada seis meses en Caracas, los hago yo todos los días en el Llano", le mandó a decir Páez a Bolívar. Y Cortázar a Arguedas: "Lo que yo hago en una semana en París, usted tarda en hacerlos varios años". ¡Ah, el chico García! Ni siquiera se da cuenta de las distancias.