La Palma en Los Llanos de Aridane, la semana pasada: una fiesta literaria sin paliativos, llena de episodios mágicos (tan mágicos como la isla). Bajo un laurel de Indias flota el aire tranquilo que calma las ansias alcohólicas de los escritores. La dipsomanía, aquí en la isla, es muy barata: mister Johnie Walker cuesta 2.30 euros una copa, ambarina y limpia, en las rocas o puro. Un trago de ron de La Aldea, 1.50 euros, y es muy bueno, depurado y exacto. Y, después, la palabra suelta: bajo los laureles de Indias, la palabra vuela por al aire y se transforma, limpiamente en poema; los poetas lo reconocen (al poema) y lo hacen suyo. Gioconda Bello se sonríe y bebe palabras; habla de Nicaragua, y del gran ausente en esta reunión tan lúdica: Sergio Ramírez, presidente honorario del Festival Hispanoamericano de Escritores.
Bajo el laurel de Indicas, Martín Caparrós, que ha estado excesivamente nervioso en estos días (perdió en el vuelo su ordenador y llegó como si estuviera loco, hasta que lo encontró y pidió mil excusas), sostiene que estos árboles centenarios no son laureles sino laureles de Indias: Pícamelo menudo que llegaron aquí, y le cuento la genealogía de mi familia, le hablo del Huerto de las Flores de Agaete, de mi abuelo descendiente de los conquistadores Castellanos de esta isla y de mi abuelo el advenedizo, que llegó de Argentina "con el dinero", no sabemos todavía en dónde o de dónde sacó la fortuna con la que compró su patrimonio rural. Pero, bueno, entre magia, laureles de Indias y mitomanía, la leyenda flota en el aire mientras los escritores hablan en la Plaza de España para un público que nunca bajó de las cuatrocientas personas.
"No se vayan", me dicen dos señoras de casa cuando termina el Festival. El laurel de Indias está cerca y la magia llega. "No se vayan", me repite, con la esperanza de que nos quedemos a vivir cerca, en la isla. "Si nos quedamos, dejarían de querernos y terminarían echándonos", le digo. Se quedan espantadas por mi respuesta, pero esa es una realidad palpable: cuando alguien se queda enloquecido por la magia del lugar, termina casi siempre mal: mejor marcharse y dejar este gran sabor de cosa y ojos que le queda a la gente que ha asistido al Festival.
Cuento, en la cena de despedida, la noche negra de José Esteban en el aeropuerto de Moscú. "Clandestinamente", Carrillo lo mandó a la Unión Soviética como regalo a su "buen comportamiento". Su llegada a Moscú fue un desastre y se pasó las horas de la tarde y de bien entrada la noche bebiendo cerveza en la negra soledad del terminar ruso. El cuento es largo por escrito, pero lo he contado a trozos en el primer tomo de mis memorias, Ni para el amor ni para el olvido. Todo perfecto, el cuento y la cena, espléndida. Rosa Beltrán se cerca a mi lugar de risa y me aplaude la manera de contar. Ella es una gran novelista, como Mónica Lavín, y no regalan piropos. Me siento en casa en La Palma, querido por todo el mundo y reconocido por las calles, como Martín Chirino quería en vida que le ocurriera en la Avenida de la Playa de las Canteras y en las avenidas de Manhattan. Como diría el viejo sabio, llamado Jorge Luis Borges, "es mucho, ¿no?".
Una mesa de los académicos presentes en el Festival habla de los términos que se hablan en España y en América: la diferencia semántica de polla aquí y allá; la diferencia del verbo coger allá y aquí. "Hay que coger un taxi", dice un español. Y el argentino responde: "Que sea por el tubo de escape". Todo es lúdico y con mucha risa dipsómana, así transcurre la fiesta llena de público.
Los escritores canarios se dispersan para conocer a los latinoamericanos. Los canarios ejercen de anfitriones. Pedro Flores, Bruno Mesa, Elsa López, Alicia Llarena: una casta superior en el poema, poetas que ya figuran en el aire de la mejor poesía de la lengua. Están aquí, finos, elegantes, a veces discretos y otras veces alegrando sus voces con las carcajadas de la risa.
Estamos a punto de terminar. El alisio llega al corazón de los escritores del Festival y la isla se mete en sus almas deseando que el tiempo pase pronto para venir el año que viene: México es el país que vendrá como invitado espacial en el 2020, año del centenario de la muerte de Galdós. No hemos desaprovechado el tiempo: el 14 de septiembre pasado, hemos fundado en Santa Cruz de La Palma la Gran Orden Galdosiana: sólo para escritores (y escritoras, claro), salvo excepciones. El alisio bajo un laurel de Indias es un milagro de aire. Yo lo sé y lo respiro como una droga sana, como el aire que fundó la euforia. Como agradecimiento a Los Llanos de Aridane y a toda la isla de La Palma.