A veces tengo tiempo de vagar por mi biblioteca sin buscar ningún libro en especial, sino pasando revista nada oficial a los que ya tengo. Estos días he recalado en Borges, de cuyo autor uno no debe salir jamás, sino todo lo contrario: profundizar en su lectura como otros muchos dicen que profundizan en el Quijote.
La literatura de Borges ya ha sido aplaudida por cientos y cientos de lectores y, salvo excepciones, alabada y aceptada como magistral por casi todas las tribus literarios del mundo. Su inteligencia va más allá, en mi criterio, de su misma literatura, una construcción arquitectónica que va inventándose una imagen sobre otra, aunque algunas veces y a primera vista resulte inverosímil, hasta que al final todo resulta exacto y matemático. Cuando Borges comienza un problema sabe cómo plantearlo, desarrollarlo y terminarlo, cerrando el círculo o el cuadrado, o cualquier otra figura geométrica, dentro mismo de cada exacta palabra que utiliza en el lugar exacto de la frase. Tanto al hablar como al escribir, la intención de Borges es trascender del mundo conocido y fugarse al que va inventando, inexistente hasta que acaba su creación. Como escritor me resulta un extraterrestre y hay que acercase a él con sigilo y alegría. Borges no busca nunca la cercanía ni la complicidad, al contrario, le exige a cada lector el sometimiento cuando está leyendo de su mano. El resultado es siempre brillante, sea en la invención de personajes o en la descripción de esas ciudades que son orbes enteros en su definición literaria.
En el norte de Europa a Borges se le rinde una pleitesía intelectual que los académicos suecos, manejados por el ínclito y sectario Arthur Lunkvist, nunca quisieron. La leyenda dice que le negaron el Nobel por su ideología, por sus boutades molestas con las izquierdas tradicionales y sovietizantes y su gusto por molestarlas. En fin, no pongamos paños calientes ni lloremos por la lecha derramada: Borges se ganó a pulso esa fama de reaccionario aunque me temo que a él, un aristócrata literario a prueba de fuegos, no le importó casi nada. "Adolfito, ya me han quitado otra vez el Nobel", le comentaba jocoso a su amigo Bioy Casares casa vez que su mordaz y sarcástico comentario político era rechazado de plano por esas mismas izquierdas y los académicos suecos. Pero no paraba de decirlas, no se detenía ante la censura de la ideología dominante en la literatura universal de su época que, en definitiva, forma parte de la nuestra, en la memoria literaria de escritor y en la memoria cotidiana de escritor. Pero insistiré que en algunos países del norte Borges es todavía idolatrado como escritor y, en mi criterio, lo merece.
Cuando fui a Islandia por razones literarias me llevaron a ver una suerte de "jardín" o "museo" que trataba de "construir" la mentalidad literaria de 'Borges el extraterrestre' reproduciendo en lo posible un "huerto" de caminos que se bifurcan realzados por piedras negras volcánicas que marcaban las señales del laberinto. El resultado era un original diseño que en principio alguien diría que semejaba a un jardín japonés y después era un gran homenaje a la literatura de Borges. Espléndido en su estética y en su imaginación era verdad que ese jardín parecía el camino al mausoleo de un extraterrestre, un escritor que se había alzado por encima de su tiempo de vida y se había lanzando al horizonte de la eternidad con cada palabra que escribió. Y lo digo una vez más: tanto en los cuentos como en los poemas, y no digamos en los ensayos, hasta en los más peregrinos y criollos. En Noruega vi la misma religiosa devoción por Borges que había visto antes en Islandia, y en Ginebra, Suiza, donde se apartó para morir envuelto en la memoria de la juventud que había vivido en esa ciudad, he visitado ya por tres veces su tumba en el Cementario de los Reyes, situada junto a la de una "madame" internacional muy conocida por su defensa de la prostitución, y muy cercana a la Jean Calvino, como una metáfora de su propia existencia: es leyenda que Borges odiaba el coito sexual y, como se sabe, su tan lujoso y aristocrático pensamiento tenía bastante que ver con la tenacidad hipócrita de la religión calvinista.
De vez en cuando, al defender la poesía de este escritor extraterrestre, algún amigo cercano rechaza mis halagos a la obra poética del escritor: no le parece buena, dice, no es lo mismo que sus relatos, dice. Pero nadie que ha hablado conmigo de Borges, de su poesía o de sus relatos, me ha dado nunca, al buscar una diferencia entre los géneros, un argumento que me valga para cambiar de idea. Sigo encontrando en la poesía de Borges el enigma de la palabra hipnótica escrita con un respeto religioso por un escritor extraterrestre, el argentino universal Jorge Luis Borges.