La literatura tiene una larga tradición sobre la esclavitud. Quiero detenerme hoy en la última novela que he hojeado (y ojeado) sobre este asunto en español: Mongo Blanco (Plaza & Janés), de Carlos Bardem. El personaje central de esta novela, Pedro Blanco, es una leyenda en la historia de la literatura. Ya había sido novelado, en primer lugar por Lino Novás Calvo, un enorme novelista gallego-cubano, y publicada en España un par de veces bajo el título precisó de Pedro Blanco, el negrero, entre los años 30 y 40 del siglo pasado, y anduvo en candelero siempre, como un clásico de la época y porque la maestría narrativa de Novás Calvo quedaba fuera de duda ante la lectura de esa misma novela. La última edición española, creo recordar, es de Tusquets Editores y no sé, de verdad, la suerte que corrió entre nosotros esa lección de literatura. Novás, que ejercía de periodista, era además un sutil traductor que tradujo Santurio de Faulkner, sólo dos años después de publicarse en inglés, con una perfección asombrosa. La leyenda editorial dice que, en su traducción de El viejo y el mar "superó la versión inglesa de Hemingway", o eso se decía en La Habana: que había mejorado el original, lo mismo que Borges intentó con Las palmeras salvajes de Faulkner, y acabó por parecer otra novela que a muchos críticos les pareció superior.
A finales del siglo pasado, nada menos que Bruce Chatwin se metió en ese jardín literario y escribió en inglés El virrey de Ouidah, cuya última edición en español es de 2011. Es posible que todavía queden ejemplares de esa edición de Destino. Alguna vez, durante su lectura, tuve la impresión que estaba leyendo la novela de Novás Calvo y no la de Chatwin, que está bien pero roza el plagio de la novela del cubano. Es el mismo asunto, el mismo personaje legendario, la misma crueldad en el tratamiento del "tema", como escriben ahora, y recuerda como si fuera gemela a la novela de Novás Calvo, aunque el personaje, según el autor inglés, es otro, un portugués negrero del que luego se hizo una película muy tremendista titulada Cobra verde, protagonizada por el loco frenético que responde al nombre de Klaus Kinski.
No sé, esa es la verdad, si Bardem tuvo en cuenta todos esos antecedentes insoslayables para escribir Mongo Blanco. Desde luego hay demasiadas gotas de agua de la novela de Novás en la de Bardem, sin que yo quiera en ningún momento hacer ninguna acusación de plagio. Esa sincronicidad literaria es, cuanto menos, sospechosa. La novela de Bardem es más cinematográfica que literaria. El modo de contar es visual, puramente visual, sin tener en cuenta que la literatura requiera otras sutilezas y escribir literatura no significa exactamente redactar una historia sino dejar que esa misma historia cuente una historia que no está escrita y que el lector (y el crítico, por supuesto) descubra. Por ejemplo, Novás Calvo, escritor de gran profundidad psicológica, hace una gran incursión en las profundidades negras del negrero, en sus pensamientos, en sus maneras de estar en la vida como dueño y señor de la esclavitud. Relata, eso también, las correrías aventurera del negrero Pedro Blanco y sólo sugiere, que es lo grande de la novela, que, bajo las palabras, hay otra historia no escrita para el lector que ese mimo lector debe asimilar y desentrañar como quien hace un jeroglífico o trata de encontrar la salida del gran laberinto. La novela de Bardem tiene otros valores, pero no son literarios. Sí, está bien redactada, pero es plana. Carece de los procedimientos narrativos de Pedro Blanco, el Negrero, la de Novás Calvo es una lección literaria de los modos de contar y de saber literatura.
Es una sospecha que tengo: que esa novela fue escrita, como otras con pretensiones de best-sellers, para el cine en un tiempo de lazo corto o medio. O largo: el cine es una industria y no es cosa de la soledad de escritor que se encierra a luchar con las palabras para crear una historia que él cree, y tiene por ello que convencer al lector, que nunca se ha contado.
Es preciso añadir que Novás Calvo fue un escritor completo. No sólo escribió novelas y fue traductor de títulos que han pasado a ser clásicos del siglo XX, sino que escribió cuentos muy buenos y notables ensayos sobre las maneras de escribir.
Chatwin murió joven, era anticuario y escritor, pero lo trincó el sida a medio camino y se lo llevó por delante. Tuvo tiempo de escribir novelas y libros de viajes, desde la Patagonia a Australia, y se movió por el mundo con un prestigio literario de gran gozado de la vida, fino, estilista y pudiente. Novás Calvo tuvo un destino mucho peor. Se fue de Cuba, donde era considerado uno de los mejores novelistas de la isla, se marchó al exilio de Nueva York y allí, en el vientre del Gran Monstruo, murió en la soledad del anonimato que fue adquiriendo en esa misma soledad. Y, sin embargo, no fue un fracasado. Ahí está su obra: puede leerse hoy mucho mejor, más clara y fresca, que la de muchos otros escritores actuales, con tantos discursos y esfuerzos vano, por llegar a ningún lugar. ¿Y Bardem? Bueno, una incursión pretendida en la literatura. No es pecado grave, les pasa a muchos. Lo extraño, lo más extraño, es que en las notas de prensa, notas críticas y de lectura, sobre la novela del cineasta nadie haya hablado de las referencias anteriores, completamente literarias, al personaje central de su novela. O ignorancia supina o, tal vez, olvido prodigiosamente sospechoso.