El Cultural

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A la intemperie por J.J. Armas Marcelo

En el Café de Tacuba

En este café mexicano flotan los fantasmas de algunos de los personajes reales y ficticios que aparecen en la novela 'Cuatro veces mariposa'

2 marzo, 2021 17:49

Cada vez que viajo a Ciudad de México recalo en el legendario y mítico Café de Tacuba, en la calle del mismo nombre, Tacuba, calle también llena de leyendas y hasta de fantasmas. Ahí, en ese café, impregnado de las leyendas de su calle y de las historias de muchos de sus ilustres visitantes, hay también mucha novela. Allí, en mi novela aún inédita y en escritura, se celebra semanalmente una tertulia a la que asisten mujeres y hombres ligados siempre a la actividad cultural. Ahí están, en esa reunión increíble pero cierta literariamente, desde el Indio Fernández y su amigo Emir Constantine, hasta las mujeres que forman el núcleo central de la tertulia: Leonora Carrington, Frida, África Mercedes Rejón, Tina Modotti, Remedios Varo y algunas otras de suma relevancia en la historia de México, la historia del mejor México de la historia, cuando el entonces Distrito Federal, y toda la nación, eran un centro del mundo y el mundo mismo, el mero, mero: el México de Lázaro Cárdenas y el inmediatamente después, el de la presidencia de Ávila Camacho.

Emir Constantine es el más joven de los hombres que se acercan a la tertulia de las mujeres del Café de Tacuba, donde también recaló en su momento Oscar Lewis, el gringo que escribió Los hijos de Sánchez, un libro sumamente leído en la década de los 70, y tal vez en los 80, del siglo pasado. Emir tiene su propia leyenda: es un pintor nacido en Argel, de padre francés y madre argelina, que creció en el Barbés, en París, y que decidió emigrar desde muy joven a New York. A lo largo de su vida fue regando el mundo de hijos de distintas nacionalidades y razas, algunos de los cuales nunca conoció. En New York, según su propio testimonio, dejó escondidas en un sótano secreto más de 1.000 de sus pinturas, desde cuadros pequeños a otros de grandes formatos, incluso de cuatro metros de largo, casi murales. Sus discusiones con la pintora española Remedios Varo en la tertulia del Café Tebua comenzaron el mismo día que su amigo y confidente, el Indio Fernández, lo llevó a ese lugar y se lo presentó a las mujeres del Tacuba. Emir se distinguía por hablar de sí mismo sin parar, fumando un cigarrillo detrás de otro, dándole vueltas y vueltas en sus labios ansiosos, y sonriéndose de escepticismo por las cosas que contaban las mujeres. Varo le plantó cara el mismísimo primer día que se conocieron. Le dijo a Constantine que todo lo que estaba contando era mentira, que lo único que quería era deslumbrarlas y que el tipo de hombre que representaba, con pinta de actor de El tesoro de Sierra Madre, ya lo había conocido ella mucho antes de cuando había llegado al Tacuba y a México, en las tabernas del surrealismo parisino y la absenta.

Cuando todos en la tertulia del Café bebían tequila, incluido el actor y director que lo había llevado hasta allí, Constantine, siempre vestido de negro, su piel blanca y sus ojos azules, bebía mezcal, solamente por llamar la atención y dárselas de gran personaje literario, según le espetó en una de sus discusiones Remedios Varo. A África Mercedes Rejón, por el contrario, Emir Constantine le provocaba una gran ternura. A la escritora española, que había recorrido toda América del Sur hasta llegar a México capital, le parecía un niño rebelde, curioso, inteligente y lleno de caprichos, siempre inminentes, surgidos sobre la marcha de la conversación siempre interminable de la tertulia. A Emir no lo dejaban asistir a la "variante suprema" de la tertulia, las reuniones mensuales en otro café mexicano de primera división, el Café La Habana, porque algunas de las mujeres decían que el mitómano pintor, que siempre repetía en las tertulias que él no era un pintor sino un artista, a lo único que venía era a discutir con ellas. África Mercedes Rejón intercedió para que dejaran venir a Constantine al Café La Habana, pero todo lo que hizo fue inútil, sus argumentos no sirvieron para nada y Constantine pasó a ser llamado 'El castigado', cosa de la que nunca se enteró el artista.

El Café de Tacuba resulta para mí, como escritor de ficciones, un lugar de referencia y un sitio de fijo peregrinaje cada vez que llego a Ciudad de México. Allí están, flotando en el aire e invisibles a los ojos de los mortales que no se fijan en otra cosa más que la que ven, los fantasmas de algunos de los personajes reales y ficticios que aparecen en mi novela citada, Cuatro veces mariposa. Una vez, con algunos otros escritores mexicanos y sobre todo amigos, conté -como ahora- algunos episodios de esa novela del ciclo de Salbago que estoy escribiendo y dije que algún día publicaría un artículo o comentario contando, antes de editarla, algunos secretos de la novela. Uno de esos escritores amigos y mexicanos me dijo exactamente que eso, contar por escrito y por adelantado lo que se estaba escribiendo, era de mal fario, que ya me lo había dicho muchos años antes el novelista español y sin embargo gran amigo mío Juan García Hortelano. "Correré el riesgo", le contesté a mi amigo el escritor mexicano. Nunca diré que este artículo no es un reto y cruzo los dedos para expulsar del futuro de la escritura de mi novela cualquier duende negativo que se mezcle en ella con la mala intención de hacerme fracasar en el esfuerzo de escribirla. 

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