A lo largo de mis correrías literarias por la vida he asistido a decenas de encuentros, festivales y congresos internacionales de escritores de todo pelaje y condición. Se crea en esas geografías lo que llamamos de manera coloquial "un buen ambiente" entre los invitados y asistentes. Todos nos creemos poseedores de una personalidad superior que encontramos y vemos al mirarnos en los otros escritores, como el que se mira en un espejo que devuelve la imagen de una gran autoestima. El genus irritabile vatum queda aparcado fuera el tiempo durante el cual se realiza la reunión y todos parecemos amigos íntimos de todos. No deja de ser una gran ilusión, incluso óptica, pero el fenómeno da esperanza porque en estos días entendemos no sólo nuestra propia vanidad sino la casi siempre tremenda y terrible competencia entre nosotros mismos. Todos hacemos un esfuerzo de amable bondad que, por lo normal, sale a relucir en estos encuentros en los que todos queremos quedar bien con todos. Y lo logramos, por regla general.
Eso es lo que hemos conseguido en las tres convocatorias de los tres años anteriores con el Festival de Escritores Hispanoamericanos en Los Llanos de Aridane, Isla de La Palma, Canarias, España. Las pequeñas "desviaciones" de la vanidad personal quedan fuera de la norma y se reducen a la mínima expresión, a una simple anécdota que no mueve ninguna piedra de molino ni altera el ambiente festivo y lúdico al que me refiero. Este año, del 4 al 9 de octubre, este encuentro de escritores (auspiciado por la Orden Galdosiana de La Palma, la Feria Internacional de Guadalajara, México, la Dirección General del Libro del Ministerio de Cultura de España y financiado esencialmente por al Cabildo Insular de la isla, el Ayuntamiento de Los Llanos de Aridane y la Dirección General de Cultura del Gobierno de Canarias) tendrá como invitado de honor a un país central en la literatura de lengua española: México.
Las literaturas mexicanas siempre han sigo grandes. Lejos del protagonismo de los principales, desde Sor Juana Inés de la Cruz hasta los tiempos presentes, con Octavio Paz, Fernando Benítez, Agustín Yáñez, Jaime Sabines, Rubén Bonifaz y Carlos Fuentes, por citar sólo a a algunos de esos principales, está la base de esa gran literatura. En esta convocatoria palmera tendrán presencia representando a México una veintena de escritores contemporáneos: el cogollito de la literatura mexicana actual. Nunca lloverá a gusto de todos, porque ni están todos los que son ni serán todos los que están, pero es una buena embajada literaria, intelectual y política. Tenían que haber venido el año pasado, pero la maldita pandemia impidió aquella celebración -que quedó en circunstancial y con la ausencia fundamental de todos los escritores latinoamericanos residentes en su continente- que ahora llevaremos a cabo en la primera semana de octubre.
Estamos ya escuchando los ecos de los mariachis y la fiesta que siempre acompaña el sentido lúdico de los escritores mexicanos, desde Gonzalo Celorio a Mónica Lavín, desde Alberto Ruy Sánchez, gran bailarín y contador de historias, a Rosa Beltrán y todos los demás. Será un éxito esa reunión, lo adelanto, y conseguiremos con facilidad ese ambiente grandioso donde la amistad y el juego se mezclan con la seriedad profunda e intelectual de las intervenciones públicas de los escritores. Para eso llegan, para eso nos reunimos: para la confraternidad y el reconocimiento entre nosotros y para la celebración con un público lector creciente que asiste a los actos como quien asiste a una celebración religiosa.
Dije al principio que estuve ya en muchas reuniones de la mayor escala, pero hoy quiero recordar, como ejemplares, a la siempre bien nombrada y afamada Feria Internacional del Libro de Guadalajara, México, que recibirá un homenaje en nuestro encuentro, y a la reunión a la que asistí por dos veces en Póvoa de Varzim, cerca de Oporto, en Portugal. Esta última, siempre lo dije con humor allí mismo, parece que nos reparte en el desayuno estimulantes de buena voluntad que nos permiten estar todo el día de un gran humor y una confraternidad extraordinaria. Una vez en uno de esos desayunos le pregunté con mucha socarronería al escritor cubano Leonardo Padura cuál era la enfermedad que aquejaba a Fidel Castro. "No te la puedo decir, está prohibido por ley. Si te lo digo cometo un delito", me contestó muy serio, habanero y también socarrón.
Los desayunos con el gran poeta portugués Eduardo Lourenço me descubrieron a un amigo sabido y generoso, un conversador lúdico y divertido. Hasta el final de sus días fue mi amigo y corresponsal. En lo que se refiera a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, baste decir que los escritores que hemos asistido algunas veces a su celebración nos hemos creído héroes que luchamos en primera línea de fuego en algunas batallas de la Segunda Guerra Mundial. Y que estamos allí para celebrar nuestra resistente supervivencia. Ojalá consigamos algo del gran ambiente que siempre hemos vivido en estas dos reuniones y que la presencia de México en La Palma, en Los Llanos de Aridane, sirva para todo esto y para hacernos mejores.