Se atribuye a Umberto Eco una frase que corre -precisamente- por las llamadas redes sociales. Dice Eco que esas mismas redes sociales le han dado voz, opinión y visibilidad a miles y miles de imbéciles que hacen su papel a la perfección mostrando al mundo entero de esas mismas redes lo bien que ponen en práctica todas sus imposibilidades e ineptitudes. Esas mismas redes hacen todos los días "grandes" a escritores que no son ni siquiera escritores, aunque se digan serlo. Corre, pues, el "amiguetismo" por las venas abiertas del libertinaje que son esas mismas redes imponiendo sus voces imbéciles y creando "grandes" escritores a su imagen y semejanza.
Un gran escritor no lo es hasta que publica un gran libro; un libro de poemas, un cuento, una novela, un ensayo o cualquier otro género, incluso un gran libelo o un gran panfleto. Para ser gran escritor es necesario una obra grande. Sólo una, pero no esa cantidad de naderías poemáticas que se perpetran por miles en las redes y que los amigos de la misma calaña y hermanos en la misma bazofia "intelectual" aplauden convirtiendo en "grande" lo que no es más que una crónica de la nada o la cosa ninguna. Lo mismo pasa con las novelas. Se encarama cualquiera a esa difícil prospectiva y surgen miríadas de insólitos "lectores" que llaman a quien no es escritor "gran escritor".
Píquenmelo menudo que lo quiero para la cachimba. Lo peor es que mentira tras mentira, repetida mil veces, en un tiempo en que la verdad no existe y el embuste se sobrevalora, ahí los tienen ustedes, aupados por la nada de miles a la nadería gloriosa y a la grandeza de la nada. Pero así es la vida hoy, una empanada de embustes saltando los unos sobre los otros, haciéndonos a todos los demás, los que tenemos rigor intelectual y un rígido nivel intelectual, partícipes de esta tramoya teatral llena de estupideces.
Hay filósofos, cosa hoy también devaluada, que sostienen que es la mentira la que hace rodar el mundo por donde va; que la mentira dice y desdice cuando le da la gana porque ya es una costumbre secular instalada no sólo en la picaresca del lumpen sino, sobre todo, en las élites de estos instantes tan penosos del mundo y la vida.
Otra historia muy parecida, y tan socorrida como la de los miles "grandes" escritores de las redes sociales es la de los "famosos". Corre por esas mismas redes un texto sorprendentemente selecto que viene a decir que cuando alguien se hace famoso o se cree que lo es lo primero que hace es escribir un libro. El mundo editorial se ha llenado de "famosos" con libro que no son otra cosa que ignorantes intelectuales, basura al fin y al cabo que llena de porquería las librerías y las grandes superficies, que se ponen al servicio de la estupidez porque eso, esa misma estupidez, es la que más vende y la que más clientes tiene en estos años de tonteras e iniquidades que estamos viviendo.
Lo menos que se puede decir de estos "grandes" escritores y de los "famosos" convertidos en escritores porque perpetran -ese es el verbo que hay que usar y abusar en estos casos- sus "obras de arte" con una supina imbecilidad, es que la situación es irritante, desde el punto de vista intelectual y, desde luego, desde el punto de vista del sentido común, que tiende a desaparecer conforme avanzamos hacia la catástrofe. Por suerte este submundo al que me estoy refiriendo, bastardo e inútil, no suele entrar en lo que llamamos todavía literatura y, aún más, todavía hay una frontera que parece frenar la contaminación maléfica del fenómeno con el esfuerzo verdaderamente literario.
Pero, desgraciadamente, en los tiempos que corren ya es un fenómeno inevitable. Por eso Eco avisó hace ya más de una década de las posibilidades de las miles de tribus de la imbecilidad en el mundo real. "Gran escritor": eso le dicen tan tranquilos los amigos a sus amigos; cuando no utilizan además el superlativo: grandísimo. "Famoso" que habla de su vida y se confiesa de nada en las páginas de su libro: cantantes, toreros, deportistas, actores, camareros o chefs de tres al cuarto llegan hoy al mundo de la edición sin traba alguna y, lo que es peor, sin saber lo que es un libro porque nunca a lo largo de todas sus vidas, y ni volviendo a nacer, han leído un solo libro.
Pienso, por el contrario, en un gran escritor: Kafka, que ha dado pie a la creación del adjetivo kafkianos a partir de su nombre. ¿Le costó mucho escribir La metamorfosis o El castillo, dos de sus grandes obras? Está claro que sí. El propio Kafka se asombraría de que con toda solvencia pudiéramos, como hacemos hoy, utilizar el adjetivo surgido de su nombre para calificar esta situación. Pero así es, kafkiana situación a partir de la imbecilidad de millones. Y el mundo rodando cuesta abajo como si nada. Y cada vez más fango y menos plata, como se quejaba Alberti en su célebre poema.