Suele entenderse que el cinismo es parte de una inteligencia sin principios éticos que trabaja en su propio beneficio con el embuste y la mendacidad. Puede que así sea. Más o menos. O puede que no sea parte de un ser inteligente -con una inteligencia formada- sino de un alma con instinto de supervivencia conveniente a sí mismo, un espíritu sin trazas morales que se ha acostumbrado a jugar en el barro. El mundo se mueve por la mentira y la mentira es parte importante del cinismo, que lleva dentro dos traiciones: la traición a uno mismo y la traición a los demás. Un infierno de mentiras teje la tela del cinismo todos los días, a conveniencia del viento, dejándose llevar y con cara siempre de "yonofuí". El universo en el que vivimos desde hace muchos siglos ha ido dando paso a una entronización del cinismo y ya hasta los torpes y los mediocres hacen uso y abuso de él como una característica ejemplar del arribismo.
Acabo de leer, con mucho retraso, un ensayo de Jorge Rodríguez Padrón titulado El discurso del cinismo, publicado en el año 2006, tras muchos problemas con la edición, como cabía esperar después de una lectura tranquila y sopesada del texto. El ensayo, en este caso, lo es de verdad: se dan criterios sobre argumentos y se sostiene una tesis que puede verificarse cada día con un poco de observación reflexiva. De modo que el texto de Rodríguez Padrón contra el cinismo de nuestra sociedad, en general, y en particular con respecto a la burbuja embustera de nuestra cultura, con cuidado gravoso sobre el periodismo cultural y la literatura y el mundo de la edición, no es enumerado ni acusativo -o al menos no es acusativo solamente- sino un texto, muy bien escrito y argumentado, en el que se nos viene a reprochar, con mucho tino y razón, hasta dónde hemos podido llegar en este mundo de trueque y embuste en el que respiramos. Un mundo de hienas con corbata y sonrisas mentirosas que forman parte del cinismo que nos invade como un virus que no se ve pero se palpa y que nos mata colectivamente.
Mientras leía, trataba por todos los medios de identificar a quienes exactamente se refería Rodríguez Padrón cuando señalaba los horribles modos de actuar de cierta prensa cultural. Fue inútil. Tuve la sensación de lo que llaman el efecto Doppler: mientras más se acerca el gran, más parece que se aleja; mientras más se aleja, más parece que se acerca. Y nunca llegué a ninguna conclusión, sencillamente porque los posibles estereotipos que usa Rodríguez Padrón para su ensayo crítico son todos iguales, cortados por el mismo patrón (el cinismo a raudales, que lo impregna todo). En esos estereotipos de la mentira cultural, el sujeto normal no dice nunca la verdad; intenta crear cánones a su manera, cánones convenientes llenos de "amiguetes" y socios de la misma cuerda, caballos de carrera que sólo buscan el brillo -aunque sea instantáneo- mediático cuyo esplendor y luces se apaga inmediatamente después de un simple aplauso de un público siempre distraído.
De ese festín de hienas, nos dice Rodríguez Padrón, participamos todos en mayor o menor medida, pero los "creadores" del asunto cuadran todos los días grandes dosis de cinismo con el que vacunar a quienes a veces tosemos un poco alto para reclamar otro tipo de conducta entre nosotros. Pero todo es imposible: el cinismo gana terreno. Como la mediocridad o la imbecilidad, dueñas en estos momentos de cualquier parcela en la que entre como una tromba "la novedad", "la noticia", aunque inventada, en suma, la distorsión de la verdad y la instalación, en todo el plano eléctrico de luces refulgentes, en el escenario y en el espejo, de la mentira y el cinismo. Todos los que jugamos en este casino lleno de hampa corremos el riesgo de contaminarnos. Donde menos se espera salta la liebre, y El Niño Jesús nació en un pesebre.
¿Y los rebeldes como Rodríguez Padrón? Fácil, son expulsados del paraíso de los invitados al festín pantagruélico del ostracismo y el silencio social y cultural. Al final, ellos mismos, esos recalcitrantes, se toman la cicuta del olvido y se lanzan por el abismo del silencio. Todo con tal de no ser inoculados por el virus del cinismo contra el que no cabe vacuna ni inmunización alguna en este mundo que vivimos. ¿Qué son los negocios, qué es la fama, qué es hoy la gloria literaria, para qué sirve la ética, para qué la estética, en un universo en el que se tiene por inteligente al más cínico y al mentiroso por listo y astuto? Puro cinismo cargado de vacío. Lean El discurso del cinismo, de Rodríguez Padrón. Todos quedan (quedamos) retratados en ese texto, incluso el mismo autor, que a veces ha querido jugar en alguna mesa del casino y ha salido con la noche arruinada. Textos como estos son los llamados a despertarnos de la modorra social a la que nos sometemos en esta gloria de vida, la sociedad del bienestar, la sociedad del cinismo, el asco de la mentira y la impostura.