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A la intemperie por J.J. Armas Marcelo

Como Malcolm Lowry tocando el ukelele

Algunos profesores de literatura dicen, en broma y tal vez no tanto, que la mejor novela mexicana la escribió en verdad un inglés: Malcolm Lowry

25 agosto, 2021 09:13

Algunos profesores de literatura hacen el chiste hiriente y feo con la novelística mexicana. Dicen, en broma y tal vez no tanto, que la mejor novela mexicana la escribió en verdad un inglés y en lengua inglesa: Malcolm Lowry. Cierto que Lowry escribió una gran novela, Bajo el volcán, la tragedia y el amor del Cónsul Firmin por su mujer Ivonne. Es un libro que a mí, al menos, me enseñó mucho de lo que es escribir una novela, del atrevimiento que representa retorcer en apariencia la sintaxis de una lengua para lograr el ritmo exacto del dipsómano que escribe y es protagonista al mismo tiempo de esa misma novela. Las incongruencias y dudas son aparentes. La novela, situada en plena II Guerra Mundial, tiene lugar en México un Día de Muertos, en Cuernavaca, y hay en ese texto un dios natural que es el dueño de todo el relato bíblico que desarrolla la tragedia: el mezcal, una de las mejores y más exóticas y peligrosas bebidas del mundo.

Recorrí hace algunos años, cuando todavía me creía eternamente joven, eufórico e indestructible, la ruta de Firmin en Cuernavaca, el camino a la tragedia del personaje de Bajo el volcán. Fue una jornada excepcional, con algo de turismo literario, pero con una profunda reflexión sobre el ser humano y su condición exacta de fragilidad y llanto. La tragedia, el recuerdo de la novela, no me abandonó en todo el camino y fue eliminando lo que había en él de turismo para dejar paso a la literatura. Mi primera novela, El camaleón sobre la alfombra tiene influencias claras de Bajo el volcán y en El árbol del bien y del mal hago en un capítulo casi final un claro homenaje al texto de Lowry: prácticamente "copio" -como homenaje- un párrafo entero del Cónsul Firmin entrando en El farolito, pero en lugar de usar el mezcal ("-Mezcal -dijo el cónsul", dice el texto de Lowry"), yo lo cambio por mi bebida favorita de entonces, el ron, y toda la página inicial de ese capítulo es la descripción -parecida, "copiada"- desde los ojos del protagonista del texto de las botellas de pie en los anaqueles del bar, que él contempla con sus ojos aguados por el alcohol ingerido desde la puerta de entrada. Ningún crítico se dio cuenta del homenaje: es igual, quizá no leyeron la novela, nunca pasa nada con los libros. Otras veces he usado frases del Ulises de Joyce, siempre como homenaje, y ni siquiera se han dado cuenta los joycianos. Así es la vida hoy: no leen ni los críticos que están en el jurado del premio que te dieron por el cuento Detroit.

Firmin, ya se ha dicho hasta la saciedad, es un hombre trágico, destrozado antes y después de la muerte de su mujer por la patada de un caballo desbocado. Es un personaje trágico al viejo estilo clásico, Sófocles, griego, shakespiriano, y es muy relevante su construcción como paradigma del dipsómano empedernido que ha encontrado la solución de su vida en su propio fracaso ahogado en alcohol (así se dice también por parte de algunos de sus biólogos que murió Malcolm Lowry, ahogado en ginebra). 

Un día de hace por lo menos veinte años, porque de todo hace ya veinte años para mí, recorrí las librerías magníficas de las calles peatonales de Buenos Aires, Florida y Lavalle, buscando un libro de Lowry que me faltaba en mi biblioteca: el viaje por el Canal de Panamá, lleno de incongruencias y exactitudes, espejadas, encontradas mientras el autor atraviesa mi querido Canal de Panamá (conozco esa experiencia incluso con alcohol, con ron panameño El abuelo: una maravilla inolvidable que cuento en el segundo tomo de mis memorias). Cuando el librero me trajo el ejemplar, yo, contento por el hallazgo del tesoro, exclamé: "¡El libro del borrachito"!

Y lo cogí en mis manos. Entonces, el librero (este sí un librero informado y no estos de ahora que no saben nada y tienen que echar mano del ordenador para ver quién es quién) me tocó el hombro varías veces, y me dijo: "¡Ojo, ¿eh?, un respeto para el borrachito!". Todo mi respeto para el borrachito, desde luego, el gran Malcolm Lowry.

He echado un vistazo en estos meses de verano a una edición de Bajo el volcán que tenía en mi casa de la Sierra de Madrid y recordé entonces aquel poema del cubano y amigo inolvidable Heberto Padilla titulado Como Malcolm Lowry tocando el ukelele, que he tomado prestado como cabecera y título de este artículo de reflexiones. Así me he pasado el verano este año: tranquilo pero inquieto, reposado pero ansioso, escribiendo y descansando, leyendo y durmiendo, sin ver casi a nadie, tomando el sol durante las horas menos indicadas -el mediodía. En fin, como Malcolm Lowry tocando el ukelele, un poema provocador y nítidamente inteligente del poeta Padilla, bebedor impenitente como el poeta y novelista inglés de quién algunos profesores dicen, espero que en broma, que escribió la mejor novela mexicana de todos los tiempos. Lo cual, a pesar de ser Bajo el volcán una grandísima novela mexicana y universal, no es verdad.

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