El amante de Lady Chatterley no está considerada como la mejor novela de D. H. Lawrence, pero sí fue y sigue siendo una de las más conocidas y leídas del escritor inglés. Lawrence no recibió en su vida grandes galardones por su obra literaria, pero -como acabo de escribir- fue muy reconocido por sus muchos lectores y las críticas, aunque muchas le negaron el pan y la sal al escritor, no fueron todas malas. El amante de Lady Chatterley fue publicada por primera vez en Florencia (Italia) y provocó un cierto escándalo y muchísima curiosidad intelectual. Pasaron años antes de que se publicara en Inglaterra y en otros países del continente europeo y obtuviera el gran regocijo y placer de sus lectores. La historia de la novela encierra un secreto de celotipia que el escritor orilló con habilidad suprema, hasta que se supo en determinados círculos qué sentimiento le había producido la necesidad de escribir la novela. Tal vez pensó que le mejor venganza era la venganza misma y que escribirla como la escribió sería un triunfo sobre su mujer Frieda, que lo engañaba con un amante muy feo, tosco y vulgar, un cochero que la venía a buscar casi todos los días a las alturas de Taormina, en Sicilia, para llevarla de compras o a tomar el té a la ciudad. Lawrence llevaba años enfermo de tuberculosis y, en un momento determinado, escogió aquel lugar a unos pocos kilómetros de Taormina para habitar una suerte de cueva convertida en su domicilio. En la novela, el escritor "crea" a Oliver Mellors, el jardinero que guardaba un pequeño bosque, un hombre también vulgar, pero muy atractivo y bello, como contrapunto de la realidad del cochero, una clase de adefesio más o menos gigante que había dado Sicilia, más feo que Polifemo. En la novela, Lawrence se venga de Frieda porque la protagonista Constanza es empujada por su marido, Clifford Chatterley, parapléjico sentado en una silla de ruedas después de un grave accidente, a que busque un hombre que le dé un hijo, lo que viene a desvelar que Lawrence conocía a la perfección los tejemanejes amorosos con el gigante feo y grosero.
Durante la primavera del 2003, viajé a Sicilia y viví en la isla aproximadamente un mes y medio. Fui allí a buscar "paisaje" para la novela que estaba escribiendo en aquellos momentos, Casi todas las mujeres, considerada por muchos ilustres lectores como la más sutil que he escrito hasta ahora. La novela era y es, en cierto modo, un homenaje al príncipe de Lampedusa, el autor de El Gatopardo, una de las impresiones literarias más grandes y placenteras que yo me haya llevado a los ojos en toda mi vida de novelista. En ese viaje viví quince días en un hotel de Taormina, leí mucho sobre la isla, escribí muchas páginas de la novela y encontré muchos "paisajes" que están en la novela. Es el caso del solar de la mansión que se hace construir el protagonista, Néstor Rejón, en Taormina, donde vivirá su amor por Sarah d'Alara, la joven de la que se ha enamorado, que quiere hacer el doctorado sobre Lampedusa, su vida y su obra.
En Taormina leí un reportaje casi olvidado en una revista de la que no recuerdo el nombre en la que se hablaba de la cueva de David Herbert y Frieda Lawrence en las alturas de Taormina, en un caserío en lo alto de aquel lugar, pero nunca lo encontré. Por ese escrito supe que esa cueva transformada en casa habitable fue vivida después, años después, por Truman Capote y uno de sus amantes y que escribió allí sus cuentos sicilianos y algunos textos -también relatos- de Navidad. Taormina estaba y está llena de recovecos y leyendas literarias y cinematográficas y me pasé esos días descubriendo lugares en los que se habían encontrado famosos artistas y escritores con sus amantes, amores y amoríos. Les confieso que viví allí una pequeña temporada de euforia intelectual de la que tengo el mejor recuerdo y es uno de los lugares que quiero -pronto- volver a visitar.
La historia de los Lawrence me ha dado siempre que pensar en la literatura como venganza del mundo y sus "pecaminosos" instintos, razón por la que un escritor de verdad no se adaptará nunca o casi nunca, si no pervierte sus propios instintos de escritor, al mundo real y andará siempre buscando "material" para escribir ficciones con las que, como el Quijote, enfrentarse lanza en ristre contra la realidad y el ambiente que no tiene más remedio que vivir en cuando deja de escribir en soledad y se entrega al mundo social. De ahí el genus irritabile vatum del que hablaba Dos Passos en sus memorias. El amante de Lady Chatterley resulta así una venganza tan sutil como elegante por parte del escritor ante la inevitable injusticia que vive con su enfermedad y su esposa.