Confieso una vez aquí que siento una adoración por la Isla canaria de La Palma muy cercana al sentimiento religioso. Digo adoración, de forma un poco egoísta, porque en ese lugar del mundo, de mi mundo nativo (Canarias, donde pasé mi infancia feliz y mi convulsa adolescencia), me encuentro en mi propia casa, como si hubiera nacido en la Isla, el corazón verde de Canarias. Llena de memoria, respeto por sí misma y los demás, los de dentro y los de fuera, La Palma es para mí un refugio vital y plácido. Por ahí, por esa Isla adorada, entró en España la Ilustración y una de sus manifestaciones más benéficas, la masonería histórica, de modo que no me extraña que para la España tradicional de los tiempos pasados fuera un lugar lleno de herejes, los ilustrados y los masones, claro, que miran siempre hacia el futuro recordando el pasado y viviendo el presente. No en vano ha sido tierra de destierro y emigración en tiempos de miseria, guerra y dictadura. Así, no es difícil que encontremos por todo el mundo palmeros que se acerquen a saludarnos como "paisanos" o compatriotas, sea en Tokio, en Londres, en Lima o en Caracas.
El palmero, muy suyo, sabe que su Isla es pequeña pero que el mundo es ancho y ajeno y que puede correr la aventura de su destino sin olvidar nunca su origen volcánico. Médicos ilustres, rectores de universidades, comerciantes florecientes, profesores de canto, economistas: ahí están los palmeros del mundo, desde Nueva York a Buenos Aires o los países nórdicos europeos.
A todo se adapta un palmero desde su origen, incluso a vivir toda la vida sin moverse de su Isla, como Lezama Lima no se movió de su calle Trocadero, en el centro de La Habana, Cuba. Voy a citar solamente a uno de sus sabios históricos: José Pérez Vidal, omnipresente en la memoria de La Palma y de toda Canarias. Un ilustrado de magnitudes europeas, del primer nivel, la personificación de la hidalguía criolla insular, ya desgraciadamente lejana del extendido criollaje perro y malo de ahora en mis islas.
Franco y De Gaulle se pusieron de acuerdo para que Salam y sus generales de la OAS, cuando la independencia de Argelia, vivieran "desterrados" en Santa Cruz de La Palma durante un tiempo, ni poco ni exagerado, el suficiente para que se haya convertido el episodio de su presencia en historia llena de leyenda y de mitología. Historia de novela, con sus ficciones del tiempo en el centro de la realidad del recuerdo y del recuerdo de aquella realidad del pasado.
Es una Isla La Palma tan joven geológicamente que de vez en cuando respira fuego y termina por expulsarlo con gran peligro para sus habitantes que, sin embargo, y aunque atónitos, poseen de origen un estoicismo ejemplar que sabe mejor que nadie que con la parte oscura y terrible no se juega. Pero la Isla y los palmeros son resistentes históricos al hambre y a las necesidades, a la falta de libertad en las miserables dictaduras y dueños al fin de su propia libertad.
Estuve en La Palma, en ese paraíso verde lleno de corazón vivo, hasta el viernes de la pasada semana. Ya se pronosticaba, por los seísmos, que el volcán estallaría en pocos días. Muchos pronósticos escuché de la gente que sabe, e incluso de los que no saben pero parecen sabios. Y ahí estalló, dos días después de que el Popo escupiera fuego en el centro de México, muy cerca de Puebla (desde donde lo he admirado tantas veces). Esa belleza horrible y destructora se ha hecho presente otra vez, sincronicidad de los volcanes, en La Palma de mi adoración, isla a la que voy, por muchos motivos más de los que acabo de contar, casi todos los meses. Siempre que voy, quiero volver cuanto antes: su serena placidez me atrae; el salitre y el alisio del mar juntos forman parte de mi felicidad y de mi pasión por la vida; el verde de sus bosques de pino y laurisilvas siempre serán para mí una parte del paraíso que siempre soñé para mi tierra, y los tajinastes jamás serán otra cosa que un regalo que nos deja todos los años atónitos por su belleza natural y salvaje.
Ahora espero volver al Festival Hispanoamericano de Escritores que tiene este año de invitado especial a México, la literatura más viva y pujante de lengua española en la actualidad. Esperemos que, dentro de pocos días, La Palma haya pasado este pésimo trago del volcán y regrese la gente al cántico que es su hecho de habla más sensible. La gente, los palmeros, los resistentes, los memoriosos, lleno de historias del pasado que cuentan como si fuera un cuento. Por eso digo que en La Palma, en cada esquina, hay una leyenda o una novela: todo depende de la atención que se le ponga a quién cuente el cuento.
¡Fuerza, La Palma!, ¡arriba d'ellos!, ¡siempre arriba!, tierra bendecida por los dioses y salvaguardada hasta este momento por la gente del lugar y los foráneos, o no nativos que, como yo, viven adorando esa gran pequeña tierra con figura de corazón.